La favorita del inca

Raúl Tola

Fragmento

favorita

Prólogo

Debió encontrarla justo donde le dijeron. Apoyada en el murete, las manos nerviosas sobre el borde, en puntas de pie para poder asomarse. Todos estaban reunidos en el salón principal, pero ella no había podido aguantarse y había subido a la galería que corría sobre el patio abierto. Así esperaba ser la primera en ver al mensajero cuando apareciera en la ladera del cerro Pukamuqu, entrara a la ciudad, recorriera sus intrincadas calles de piedra y desembocara en el palacio, trayendo las noticias que anunciaría a la corte.

En ese momento la habrá contemplado. Advertiría el temblor de emoción que debió sacudir su cuerpo cuando descubrió al puntito que era el mensajero bajando el cerro Pukamuqu tan rápido como si se despeñara, hasta quedar oculto por los techos de paja de los barrios del norte. Se empinó más, se tapó la boca con la mano, ansiosa estaba. Se emocionó de nuevo en cuanto volvió a verlo lanzado por el camino que conducía a la Gran Plaza.

Acompañado por los bramidos de su caracola el mensajero fue una flecha que pronto emergió en la desembocadura de la plaza Cusipata con las plumas blancas del penacho flameando al viento, que no se detuvo ante los guardias que vigilaban la entrada del palacio Condorcancha, que cruzó el oscuro vestíbulo y solo se frenó en la cancha abierta, donde lo esperaba la enjuta estampa del Sumo Sacerdote. Este apenas le dirigió un par de palabras antes de conducirlo a los interiores del palacio.

Seguro estaba nerviosa, preocupada, se estrujaba las manos, tenía los ojos brillantes, alguna lágrima se le escapó. Todavía permaneció unos momentos en aquel lugar, recortada por el sol que llegaba del oeste: quieta, dubitativa, como si temiera lo que iba a escuchar. Pero entonces oyó el ruido del festejo que vino del salón principal y su gesto cambió, se llenó de alivio, de satisfacción, sonrió incluso. Por fin pareció decidirse, se arregló la ropa, se sacudió el polvo y se giró.

¿Qué pensaría en ese momento, oculto en ese rincón oscuro del segundo piso, mientras la vio avanzar hacia las escalinatas, acariciando el antepecho de la galería corrida, cada vez más próxima? ¿Sospechaba la serie de eventos que estaba por desencadenar, que trastocarían la vida en la corte y amenazarían la estabilidad del imperio?

Solo se sabe que saltó de las penumbras, se abalanzó sobre la muchacha y la embistió como un tapir furioso. Que ella estaba distraída, seguro perdida en sus pensamientos, y la tomó por sorpresa. No alcanzó a emitir ningún sonido cuando recibió el empellón, cayó desde aquella altura y se estrelló contra el suelo con tanta violencia que su cabeza pareció reventarse como una fruta y su cuerpo quedó extendido sobre una cama de sangre, descoyuntado, inerte.

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