Gothia

Santiago Castellanos

Fragmento

1. Minicio

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Minicio

—¡Escuchadme! —Apolonio intentaba hacerse oír en el alboroto de voces de la curia de Barcinona.

—Ya te hemos escuchado, hirce, cabrón —gritó Helvio.

Odiaba a Apolonio. Se creía alguien. Pero no era nada más que un sucio griego. De las provincias orientales. Eso. Un griego porque hablaba griego. Aunque era sirio. Como tantos otros comerciantes que habían llegado a las costas de la Narbonensis, en la Galia, y de la Tarraconensis, en Hispania.

Habían venido a estropearles el negocio. ¡A ellos, cuyos maiores se remontaban a la fundación de la ciudad por Augusto! Le sacaban de quicio. Esos advenedizos que se ufanaban de ser más dinámicos que ellos, de tener mejor ojo con los negocios, le estaban jodiendo.

A él y a todos los demás, claro. Ya estaba harto de ser el único que decía a las claras lo que sus compañeros de curia pensaban, aunque callasen; el único que decía con palabras soeces lo que el resto solamente insinuaba con eufemismos y suavidades hipócritas.

—Tranquilo, Helvio —susurró Lucio Minicio a los oídos de su colega, mientras se levantaba muy lentamente de su asiento. Lo hizo a duras penas dada su avanzada edad y su grasienta obesidad—. Apolonio, querido, te hemos oído. No eres tú quien va a convencernos de que dejemos nuestras domus a los bárbaros. Son el emperador Honorio y el general Constancio quienes lo han hecho. Sus cartas han sido claras. Haced como yo, y esconded los sacos de monedas en vuestras villas de los valles del interior. —Minicio esbozó una mueca, al tiempo que deslizaba las últimas palabras con un tono pretendidamente amistoso.

Mientras, Helvio se inflaba de altivez y arrogancia por la brillantez de su maestro de infamias. Se solían repartir así las intervenciones. Él abría con sus salidas de tono, sus palabras gruesas y chabacanas. Y luego Minicio remataba. Echaba mano de ironías, o de mensajes inconclusos que eran perfectamente entendidos, y temidos, por quienes escuchaban.

Minicio era incapaz de reír, y sus numerosos enemigos en la curia sabían interpretar ese gesto, su leve sonrisa, como un símbolo de su maldad, que no pocos de ellos habían comprobado en sus carnes durante años.

Había logrado arruinar a varios de los curiales con su competencia desleal. Tenía proveedores de aceite y vino en el interior de la provincia que poco menos que le regalaban las ánforas por centenares a cambio de la extorsión y las amenazas encubiertas de una supuesta protección.

Además, Minicio controlaba a los modestos dueños de tabernae de casi toda la ciudad, que vendían sus productos textiles, alimentarios, o de otro tipo, solamente con el permiso de sus intermediarios, a veces más temidos que el máximo patronus.

—¿Tenemos que dejarles vivir con nosotros? ¿Qué será de nuestras mujeres y de nuestros hijos? —preguntó desde un extremo de la sala y con profunda angustia Domicio, otro de los curiales de la ciudad.

La curia. El viejo edificio rectangular en el foro de Barcinona que acogía a los miembros más señeros de la oligarquía local, cuyas familias habían copado durante generaciones las magistraturas de la ciudad. Allí estaban reunidas dos o tres decenas de decuriones.

En las últimas semanas, no pocos de los miembros de la curia habían salido de la ciudad para siempre, desafiando las órdenes imperiales de aguantar y esperar a los godos, acampados a algo más de diez millas. Debían acoger a su rey y a sus jefes en las mejores casas de la ciudad.

Hubo un silencio. Todos miraban a Domicio. Su retórica era casi tan hiperbólica como la de Helvio, aunque menos soez. Pero ambos compartían la influencia que sus poderosos amigos, Apolonio y Minicio, tenían en la ciudad y en sus suburbia.

—¡Esto es indignante! ¡Una humillación! ¡Y, lo que es peor, tenemos miedo! —Domicio quiso concluir con exclamaciones en un tono muy elevado.

—Domicio tiene razón. Minicio, si nuestros antepasados supieran... —comenzó a argumentar Titio, mientras se recogía la incómoda toga que portaba esa mañana como todos los curiales de la reunión.

Se hizo un silencio. Admiraban a Titio. Había logrado sobrevivir a las extorsiones de Minicio. Sin embargo, dado que era aún más viejo que este, todos temían que pronto pasara a mejor vida.

—Apreciado Domicio, y muy querido Titio —cortó Minicio sin remisión, mientras lanzaba una sonrisa irónica a sus colegas y acomodaba sus gruesas manos encima de su barriga descomunal. Hizo una pausa y dirigió sus palabras al resto de los curiales, mientras les miraba fijamente escrutando sus debilidades—. Comprendo vuestro temor. Y me enternece vuestra bondad. Vuestras esposas hace tiempo que os han convertido en cornudos, como a mí la mía, pero eso mismo os protegerá. Dejadles que se las follen e intentad ganar dinero con ello.

—¡Pero qué dices, gordo seboso! —Domicio no pudo controlarse, mientras Titio, más experimentado en las tretas de Minicio, intentaba calmarlo.

Domicio sentía en su interior el paso del enojo a la cólera. Aquel Minicio era lo peor del ser humano. Siempre le había parecido tan feo por dentro como lo era por fuera.

—Mmm, no te alteres, Domicio. —Minicio le dirigió una sonrisa que por un momento heló la sangre de su oponente—. ¿No estamos aquí para enriquecernos con esta jodienda? Los godos son bestias inmundas, no discutiré eso. Pero pueden abrirnos mercados si el emperador les encarga misiones militares desde aquí y en los próximos meses.

»Recordad que las otras provincias de Hispania están repletas de esos otros bárbaros que entraron hace seis años, y las cartas parecen apuntar a que por ahí va la jugada. Aprovechemos esta oportunidad para llevarnos bien con ellos. No seáis hipócritas. Si no, os hubierais marchado. ¿O no es así? —Recreándose en su sonrisa maliciosa, la misma con la que ordenaba extorsionar y asesinar, hizo una nueva pausa, esta vez muy prolongada. Cuando obtuvo el efecto deseado, dejó caer su cargamento—. ¡Que se las follen a todas! Nosotros, a lo nuestro.

Domicio se levantó para contestar. Estaba lleno de ira.

Pero fue entonces cuando lo oyeron. El alboroto que esperaban ya estaba fuera. En el foro.

2. Tulga

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