Un lugar llamado libertad

Ken Follett

Fragmento

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Agradecimientos

 

 

Por la valiosa ayuda que me han prestado en este libro, doy las gracias a las siguientes personas:

Mis editoras Suzanne Baboneau y Ann Patty.

Los investigadores Nicholas Courtney y Daniel Starer.

Los historiadores Anne Goldgar y Thad Tate.

Ramsey Dow y John Brown-Wright de Longannet Colliery.

Lawrence Lambert del Museo de la Minería de Escocia.

Gordon y Dorothy Grant de Glen Lyon.

Los miembros escoceses del Parlamento Gordon Brown, Martin O’Neill y el difunto John Smith.

Ann Duncombe.

Colin Tett.

Barbara Follett, Emanuele Follett, Katya Follett y Kim Turner.

Y, como siempre, Al Zuckerman.

 

 

 

 

 

Estuve haciendo mucho de jardinero cuando me trasladé a vivir a High Glen House, y así fue como encontré el collar de hierro.

La casa se estaba desmoronando y en el jardín abundaban las malas hierbas. Una anciana medio loca había vivido veinte años allí y jamás le había dado una mano de pintura. Cuando muñó, le compré la casa a su hijo, el concesionario de la Toyota en Kirkburn, la ciudad más próxima, situada a ochenta kilómetros de distancia.

Puede que ustedes se pregunten qué razón pudo tener una persona para comprar una casa medio en ruinas a ochenta kilómetros de ningún lugar. Pero es que a mí me encanta este valle. Hay tímidos ciervos en los bosques y hasta un nido de águilas en la cumbre del cerro. En el jardín me solía pasar el rato apoyado en el azadón, contemplando las laderas verdeazuladas de las montañas.

Pero también cavaba un poco. Decidí plantar unos cuantos arbustos alrededor del cobertizo, porque el aspecto del edificio no es muy agradable —paredes de chilla sin ventanas— y yo quería disimularlo. Mientras cavaba la zanja, encontré una caja.

No era muy grande, aproximadamente del mismo tamaño de esas cajas que contienen doce botellas de buen vino. Tampoco era bonita: simple madera sin barnizar ensamblada con unos clavos oxidados. La rompí con la pala del azadón.

Dentro había dos cosas.

Una de ellas era un viejo y voluminoso libro. Me emocioné mucho al verlo. A lo mejor era una Biblia familiar con una intrigante historia escrita en la guarda...: los nacimientos, las bodas y las muertes de personas que habían vivido en mi casa cien años atrás. Pero sufrí una decepción. Cuando lo abrí, descubrí que las páginas se habían convertido en pasta. No se podía leer ni una sola palabra.

El otro objeto era una bolsa de hule. También estaba podrida y, cuando la toqué con mis guantes de jardinería, se desintegró. Dentro había un anillo de hierro de unos dieciocho centímetros de diámetro. Estaba deslucido, pero la bolsa de hule había impedido que se oxidara.

Su apariencia era muy tosca y probablemente lo habría hecho un herrero de pueblo. Al principio, pensé que era una pieza de un carro o un arado. Pero ¿por qué motivo alguien lo había envuelto en un hule para que se conservara? El anillo estaba roto y doblado. Pensé que a lo mejor era un collar de algún prisionero y que, al fugarse este, había sido cortado con alguna pesada herramienta de herrero y doblado para poder sacarlo.

Me lo llevé a la casa y empecé a limpiarlo. Como la tarea resultaba muy pesada, lo dejé una noche en remojo en un producto antioxidante y, al frotarlo a la mañana siguiente con un trapo, apareció una inscripción.

Estaba grabada con unas plumadas muy anticuadas y tardé un poco en descifrarla, pero decía lo siguiente:

 

Este hombre es propiedad de sir George Jamisson de Fife.

A. D. 1767

 

Lo tengo aquí, encima de mi escritorio, al lado del ordenador. Lo utilizo como pisapapeles. A menudo lo tomo, lo manoseo y vuelvo a leer la inscripción. Si el collar de hierro pudiera hablar, me pregunto, ¿qué historia contaría?

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PRIMERA PARTE

 

Escocia

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