Las puertas de fuego

Steven Pressfield

Fragmento

cap-1

NOTA HISTÓRICA

En el año 480 a.C., las fuerzas del imperio persa bajo el rey Jerjes, que sumaban entre uno y dos millones de hombres, pasaron el Helesponto y avanzaron por la península griega con intención de ocuparla.

En una desesperada acción para retrasar el avance, se envió una fuerza escogida de trescientos espartanos al paso de las Termópilas, en el norte de Grecia, donde los rocosos límites eran tan estrechos que las fuerzas persas y su caballería quedarían neutralizadas al menos en parte. Se esperaba que en ese lugar una fuerza de elite, dispuesta a sacrificar su vida, podría mantener a raya al menos unos días a los invasores.

Trescientos espartanos y sus aliados rechazaron a dos millones de hombres durante siete días, antes de que, destrozadas sus armas a causa de la batalla, pelearan «con uñas y dientes» (como escribió el historiador Herodoto) y por último fueran vencidos.

Murió hasta el último de los espartanos, pero el tiempo que resistieron permitió a los griegos reunirse y, en aquel otoño y primavera, derrotar a los persas en Salamina y Platea e impedir que los principios de la democracia y la libertad occidentales perecieran en su cuna.

En la actualidad hay dos monumentos conmemorativos en las Termópilas. En el moderno, llamado el monumento a Leónidas, en honor al rey espartano que allí cayó, está grabada su respuesta a la petición de Jerjes de que los espartanos depusieran las armas. La respuesta constó de tres palabras: «Ven a buscarlas».

El segundo monumento, el antiguo, es una sencilla piedra sin adornos con unas palabras del poeta Simónides grabadas en ella. Sus versos constituyen quizá el más famoso de los epitafios guerreros:

Ve a decirles a los espartanos,

extranjero que pasas por aquí,

que, obedientes a sus leyes,

aquí yacemos.

Aunque el cuerpo entero de espartanos y tespios demostró un extraordinario valor, sin duda el más bravo de todos ellos fue el espartano Dienekes. Se dice que, en la víspera de la batalla, un tracio le contó que los arqueros persas eran tan numerosos que cuando lanzaban sus andanadas la masa de las flechas ocultaba el sol. Dienekes, sin embargo, en modo alguno intimidado ante la perspectiva, comentó con una carcajada: «Bien. Así podremos luchar a la sombra».

HERODOTO, Historia

El zorro conoce muchos trucos;

el erizo solo conoce uno, pero es muy bueno.

ARQUÍLOCO

cap-2

Libro primero

JERJES

cap-3

Por orden de Su Majestad, Jerjes, hijo de Darío, gran rey de Persia y Media, rey de reyes, rey de las Tierras; señor de Libia, Egipto, Arabia, Babilonia, Caldea, Fenicia y las naciones de Palestina; soberano señor de Asiria y Siria, Lidia, Frigia, Armenia, Cilicia, Capadocia, Tracia, Macedonia y el trans-Cáucaso, Cirene, Rodas, Samos, Quíos y todas las naciones de Jonia, gobernador supremo de India, Partia, Bactria, Caspia, Susiana, Paflagonia y Etiopía; señor de todos los hombres desde el sol naciente al sol poniente, el más sagrado, reverenciado y exaltado, invencible, incorruptible, bendecido por el Dios Ahura Mazda y omnipotente entre los mortales. Así decreto su magnificencia, como queda anotado por Gobartes, hijo de Artabazo, su historiador:

Que, después de la gloriosa victoria de las fuerzas de Su Majestad sobre el enemigo peloponense de espartanos y aliados en el paso de las Termópilas, al norte de Grecia, habiendo aniquilado al enemigo hasta el último hombre y erigido trofeos por esta valerosa conquista, no obstante Su Majestad, en su sabiduría inspirada por Dios, deseaba poseer un mayor conocimiento de ciertas tácticas de infantería empleadas por el enemigo que demostraron ser efectivas contra las tropas de Su Majestad, y de cómo eran aquellos hombres enemigos que, pese a no estar obligados por ley ni servidumbre, afrontando lo insuperable y la muerte cierta, decidieron permanecer en sus puestos y perecieron.

Tras expresar Su Majestad que lamentaba su escasez de conocimientos y perspectiva de estos temas, intercedió ante el Dios Ahura Mazda en su propio favor. Se halló un superviviente de los helenos (como los griegos se denominan a sí mismos), gravemente herido y en un estado lamentable bajo las ruedas de un carro de combate, al que no se había visto debido a la presencia de los numerosos cadáveres de hombres, caballos y bestias de carga que se encontraban amontonados en el lugar. Se llamó a los cirujanos de Su Majestad y se les encargó, bajo pena de muerte, que no ahorraran medida alguna para conservar la vida del cautivo; Dios concedió el deseo de Su Majestad. El griego sobrevivió aquella noche y la mañana siguiente. Al cabo de diez días había recuperado el habla y las facultades mentales, y, aunque confinado en una litera y bajo el cuidado personal del cirujano real, fue capaz no solo de hablar por fin, sino de expresar su ferviente deseo de hacerlo.

Los soldados que le hicieron prisionero observaron algunos aspectos no habituales de la armadura y vestimenta del cautivo. Debajo de su casco no se halló el gorro de fieltro del hoplita espartano, sino la gorra de piel de perro que lleva la raza de los ilotas, los esclavos lacedemonios, siervos de la tierra. En contraste inexplicable con los de los soldados de Su Majestad, el escudo y la armadura del prisionero eran del mejor bronce, grabados al aguafuerte con raro cobalto hibernio, mientras que su casco llevaba la cresta transversal de un espartíata, un soldado.

En las entrevistas preliminares, la manera de hablar del hombre mostró un compendio del más grandioso lenguaje filosófico y literario, lo que indicaba amplia educación y conocimientos, mezclados con la jerga más tosca y más cruda, gran parte de la cual resultó imposible de interpretar incluso a los más entendidos traductores de Su Majestad. Sin embargo, el griego accedió de buena gana a traducirlo él mismo, cosa que hizo, utilizando parsi y persa que, según afirmó, había aprendido durante ciertos viajes por mar más allá de la Hélade. Yo, el historiador de Su Majestad, en su sabiduría inspirada por Dios, instruyo a su sirviente para que traduzca el lenguaje del hombre para pasarlo a cualquier lengua e idioma que sea necesario para repetir el efecto preciso en griego. Esto es lo que he intentado hacer. Ruego que Su Majestad recuerde el cargo que concedió y no culpe a su servidor por las partes de la siguiente transcripción que ofendan a algún oyente civilizado.

Inscrito y presentado el vigesimosexto día del mes de Ululu, Quinto Año d

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