El médico del sultán

César Vidal

Fragmento

1

FOSTAT, EGIPTO, 1187

Levántate, yahud.

No pude decir una sola palabra. Antes de lograr articularla, sentí sobre el rostro la ropa que acababan de arrojarme con un gesto apresurado y despectivo.

¡Vamos! ¡Vamos! Tenemos prisa —sonó otra voz en el extremo oscuro de mi silenciosa alcoba.
entras me vestía y calzaba lo más deprisa posible eché un vistazo a aquellos inesperados invasores. Eran tres. Fornidos y

Y seguramente no estarían solos.
penas acababa de ponerme las babuchas frías y gastadas, cuando uno me propinó un doloroso empujón y dijo:

No podemos esperar toda la noche. ¿Quieres que te ayuno lo deseaba. Su colaboración podía traducirse en un pinchazo con un alfanje o en una lanzada. No me hacía ninguna alta ese tipo de estímulos.

Recorrí el pasillo flanqueado por aquellos hombres mientras me preguntaba si sería prudente interrogarlos sobre mi destino y, si ese mismo destino no andaba tocando a su fin.
tat no resultaba en los últimos tiempos una ciudad especialmente empinadas calles laterales. Iban muy deprisa, como si estuvieran acostumbrados a llevar ese ritmo acelerado y no tardé en sentir que las piernas adormiladas me fallaban y el aliento se me volvía

Mientras pasábamos una casa tras otra no podía dejar de pensar que no lograría soportar aquella endiablada velocidad por ucho tiempo. A decir verdad, afortunado sería si no me desplomaba exhausto al cabo de doscientos pasos.

Pero no lo hice.Aguanté sin aliento, sin fuerza, sin conf
lo hice por puro miedo, por el temor, desnudo y frío,
vía a detenerme aquellos esbirros no dudarían en golpearme o incluso en arrancarme la vida.

Aún estaba muy oscuro, pero logré reconocer los contornos, lancos y rectos, del pesado edificio. Bueno, al menos habíamos

Podía significar el suplicio, pero también el descansar de No fue así.Aún hube de franquear varios controles, troles en los que bastaba pronunciar una palabra para que nos permitieran pasar. Y, al fin y a la postre, nos detuvimos.

Lo hicimos frente a una puerta maciza, ancha y labrada,
que se erguían dos fornidos guerreros tocados con yelmos. cambiaron mis captores unas cuantas palabras con ellos y,
que pudiera darme cuenta, las poderosas jambas se abrieron hacia fuera y yo me sentí empujado al interior.

Caí al suelo con tan mala fortuna que me raspé ásperamente las rodillas y las manos. Sin embargo, no me atreví a incorporar

Quizá me esperaba alguien y no pensaba correr el riesgo de que tomara como una descortesía el que me pusiera de pie.
me mantuve con la cabeza gacha sobre aquel enlosado extraordinariamente frío.

Ignoro el tiempo que pude permanecer así mientras se me helaban los miembros y comenzaban a dolerme las articulaciones. embargo, creo que no fue mucho porque, a pesar de contar con un par de ventanas amplias que trepanaban el muro no entró acercaba la esperada mañana.

Fue en aquella quietud gélida y desasosegante donde escuché con enorme nitidez el suave deslizarse de un calzado sobre las bal

Caminaba su dueño con el sigilo de un avezado felino y, con la seguridad del depredador. No pude reprimir un es

En los próximos instantes, podían torturarme,
garme o comunicarme que iba a ser crucificado y, fuera lo que fuera lo que pasara, nadie, absolutamente nadie, podría interceder calzado, negro y brillante, se detuvo justo delante de mí. primí la tentación de levantar la vista, pero el recién llegado no resistió la de agarrarme la barba y levantarme bruscamente el

¿Te sorprende, yahud? —dijo con voz susurrante, como si temiera que alguien pudiera escucharnos.

Mientras sentía una corriente de fuego que se proyectaba desde mi barbilla hasta las sienes, me dije que nada podía chocarme en Saladino.A fin de cuentas, era el hombre hacia el que diigían su mirada millones de musulmanes con la esperanza de que les condujera a la conquista de dar al-harb, la parte del mundo no sometida al islam.

Lo ha expresado con incomparable claridad el Tenaj. El momento inespela ocasión no prevista, el acontecimiento sin plantear le acontece a Es verdad que desearíamos sujetar el Destino con nuestras manos, troducirlo en una vasija, atarlo con una soga. Pero nuestro futuro no es ni una medida de vino ni un animal doméstico.

ne de la manera más inesperada y actúa de la forma menos razonable.Así ha sido desde aquel momento en que Adán y Eva, en lugar de obedecer a que los había creado de la materia inerte, optaron por ser sus propios soberanos acarreándose y acarreándonos desgracias sin cuento.
ha cambiado desde entonces y el hombre que piensa que podrá dominar el día que vendrá después de éste tan sólo es presa de un sueño susceptible de transformarse en pesadilla.

2

FOSTAT, 1167

Contemplé sus labios entreabiertos, sus ojos sutilmente verdes,
il suave y armonioso. La miré y remiré sin que la vista se me cansara de tanto pasearse por ella y mientras tanto el corazón se llenó de una sensación dulce y, a la vez, triste.Al final, no pude resistir más el calor sofocante que me bullía como un líquido hirviente en el pecho agitado y alargué la mano para acariciar la ansiada piel de aquella mujer. De ella. De la única. De Susana.

Hubiera deseado posar los dedos sobre su tez atrayente, zarlos por sus mejillas sedosas, bajarlos hasta sus labios finos y juguetear con su boca delicada. Todo antes de estrecharme contra ella y besarla una y otra vez.Todo eso lo ansiaba y entonces un ruibrutal, insoportable penetró en mis oídos como si se tratara de una lanzada que me hubiera horadado el vientre. moví agitado y, en la agobiante desazón, se me abrieron los ojos.

En la espesa y cálida negrura palpé mi alrededor por unos instantes en busca de Susana, pero era obvio que no se encontraba a

No lo estaba como no lo había estado durante todos estos años en que Ha-Shem había querido en Sus designios, aunque inescrutables, traerme hasta esta tierra de
Esa tierra que era la misma de la que había sacado a mis antepasados hacía siglos por mano de aquel hijo de Israel cuyo nombre porque la primera luz la había visto en Sefarad,
que quiso huir el naví Jonás para no tener que predicar arrepentimiento a los inicuos asirios. De allí había tenido que salir huyendo algunos años atrás con mi hermano y mi padre;
todos mis recuerdos, los más dulces y los más dolorosos; arrancaba la rememoración de la única mujer a la que había ama

Susana.

Boqueé con angustia. No me llegaba el aire, pero,
me faltaba la paz. Era como si un tupido paño de congoja hubiera descendido implacable sobre mi rostro inerme y me impidiera respirar. Era como si, aún vivo, hubieran ceñido un apretado sudario pesado a mis quijadas que no me permitiera inhalar luido sutil que tan indispensable resulta para mantenernos con

Trabajosamente me incorporé y, de manera casi mecánica,
sin pretenderlo, me llevé la diestra al lado izquierdo del pecho. corazón me latía con más fuerza de la que hubiera deseado.
un instante, llegué a pensar que en él se hallaba alojada mi alma y cansada de vivir tan lejos de Sefarad y, sobre todo,
jer a la que amaba, pretendía escapar aunque para ello tuviera que desgarrar la cárcel en la que se encontraba metida.

«El cuerpo es una tumba», pensé. Sí, eso afirmaban algunos bios de ese pueblo extraño que moraba en la tierra que en hebreo se llama Yaván y que otros conocen como Grecia.
dicho sea de paso, de la veracidad de ese aserto.
si hubiera podido tomar las alas del alba, hab

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