El cirujano de almas

Luis Zueco

Fragmento

Prefacio

Prefacio

El cirujano de almas pretende transportarlos al espíritu de una época palpitante. Para mi, toda novela histórica debe serlo de aventuras, pues la historia es la mayor de ellas. También una novela negra, porque la vida es misterio y búsqueda.

Hacía tiempo que quería escribir una historia ubicada en el paso del siglo XVIII al XIX. La Ilustración, la independencia de Estados Unidos, la Revolución francesa, la guerra de la Independencia, la primera Constitución española, Francisco de Goya y muchos otros temas que me apasionan se reflejan en estas páginas. Fue una época de cambio, como la que estamos viviendo actualmente, donde el mundo estaba convencido de que el futuro sería mejor, apoyado en unos nuevos ideales y con la ciencia y el progreso como símbolos.

El periodista Riccardo Ehrman provocó la caída del Muro de Berlín con una simple pregunta. Sin embargo, él asegura que las preguntas en la vida no cuentan, cuentan las respuestas. Una pregunta puede ser una chispa, una respuesta puede ser más que un terremoto. He tenido esta ida muy en cuenta en la novela.

He escrito El cirujano de almas durante el embarazo de mi hija Martina, y ese hecho ha influido en parte de la trama, como seguro descubrirán a medida que vayan leyendo.

El alma de este libro es la medicina. Creo que después de la dura época que estamos pasando somos más conscientes que nunca de la importancia que tiene para nuestra vida. Es increíble que ante una terrible pandemia se haya logrado una artillería de vacunas para combatirla y cómo la medicina ha librado una batalla épica contra un enemigo nuevo, desconocido e invisible. La ciencia avanza a una rapidez nunca vista y los progresos médicos se hallan a la orden del día.

Pero en el siglo XVIII solo acudían a los hospitales los más humildes, todo el que podía se pagaba un médico personal, el cual era muy costoso. En aquellos años, ante una operación, olvídense de nada parecido a la anestesia y piensen mejor en dar un buen trago de alcohol o en recibir un golpe para quedar aturdidos. Muerdan fuerte algo entre los dientes y no esperen ninguna medida de higiene; lavarse las manos antes de tocar un paciente resultaba mal visto y nadie limpiaba la mesa de operaciones ni el material quirúrgico. Todo lo contrario: estaba bien considerado acudir con la sangre del enfermo anterior en las ropas o las herramientas, y las amputaciones públicas eran un espectáculo.

Los había que se morían literalmente de miedo antes de ser operados y otros huían cuando veían entrar al cirujano.

Durante siglos, casi toda la medicina dependía todavía de la herencia clásica de médicos como Galeno. Solo algún caso excepcional logró avances; como el de la Escuela de Salerno con una mujer: Trotula; o Avicena en el mundo islámico. Hasta que una terrible pandemia, la peste negra, provocó la necesidad de despegarse de las reglas anteriores y comenzar a buscar nuevos caminos.

En el siglo XVI, Vesalio o el aragonés Miguel Servet dieron un potente empuje al arcaico conocimiento de esta ciencia. Pero fue el cirujano Ambroise Paré quien revolucionó y sentó las bases del cambio.

El final del siglo XVIII es el momento donde la medicina corta definitivamente las amarras que la mantenían atrapada en las viejas ideas clásicas, en las teorías de los cuatro humores del cuerpo y en la diferenciación entre médicos y cirujanos. Los primeros, más cerca de la filosofía, teóricos que controlaban un saber médico ancestral, hombres de alto abolengo. Los segundos, humildes trabajadores manuales, con mala fama, sin formación reglada y en quien se había depositado toda la responsabilidad de luchar cara a cara contra la muerte.

Este es el trasfondo histórico de esta novela, cuyo protagonista aprende que la vida es tener un objetivo, un sueño, y perseguirlo. Amarrarse a él cuando todo viene en contra, disfrutarlo cuando nos acercamos a lograrlo, seguir peleando cuando se aleja. Los sueños pueden cambiar, transformarse y ampliarse, pero siempre tienen que estar ahí. Sin ellos, la vida no es más que un trance del que nadie puede salvarnos, ni el mejor cirujano.

LUIS ZUECO

29 de mayo de 2021

Prólogo. La carta

Prólogo

La carta

Cádiz, 1810

Las bombas no cesan de caer, impactan cada vez más cerca. Es una rutina a la que no me acostumbro. Escribo esta carta por si mi plan fracasa, por si no volvemos a vernos. Se la dejaré a alguien de mi confianza que me ha prometido custodiarla. Al menos quiero que sepas que lo intenté, aunque ambos sabemos que, si no estoy en Madrid en la fecha señalada, tú morirás y yo, si no lo he hecho ya, también dejaré este mundo, pues jamás podré superar perderos a los dos.

He preparado todo para huir esta misma noche, no puedo permanecer un instante más lejos de ti. No sé si lo lograré; el portugués con el que he contactado dice que él ha recorrido la ruta en un par de ocasiones, pero es arriesgado. No he encontrado otra forma de salir. Es imposible subir a los barcos ingleses, dicen que están preparando una contraofensiva y ya no trasladan pasajeros, y los nuestros siguen fondeados hasta que termine la asamblea.

¿Y cuándo será eso? Nadie lo sabe, pero dudo de que se pongan de acuerdo, y yo no voy a quedarme de brazos cruzados.

El portugués también me ha asegurado que la semana pasada los franceses han avanzado líneas por la laguna y que ahora es más peligroso el camino. Habrá patrullas y se rumorea que han limpiado los cauces.

Quieren evitar a toda costa que entren refuerzos a la ciudad, eso es lo que de verdad les preocupa. No vigilan con tanto ímpetu la salida de ningún desaprensivo, ¿a dónde va a ir? Al fin y al cabo controlan todo el país; Cádiz es el último reducto, lo único que queda de una España libre.

No puedo esperar; además, nadie me asegura que mañana vaya a ser más factible escapar, y cada día que permanezco aquí es otro más que estoy lejos de ti.

Solo deseo llegar a tiempo de salvarte, como te prometí.

Nunca debí dejarte sola, pero quién iba a pensar que se desataría una guerra como esta. Se suponía que todo iba a ir a mejor, que las nuevas ideas nos traerían la modernidad y el progreso, y sin embargo aquí estamos. Soy cirujano, estoy acostumbrado a la sangre, a operaciones graves y a contemplar la muerte c

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