Secreto azteca

Leopoldo Mendívil López

Fragmento

Secreto azteca

Puerta azteca

El error psicológico de la nación, México, es que su recuerdo más profundo en la historia —el que definió su personalidad y el que sigue siendo su desafortunada obsesión— es el momento “dramático” de la conquista, emprendida por España, que destruyó al Imperio azteca; un recuerdo que por lo general conlleva resentimiento, inseguridad y división en actuales mexicanos en vez de focalizarse como país, para crear su imagen y visión de sí mismo en el orgullo de provenir de dos de los más grandes imperios que ha visto el mundo: el español y el azteca. Es decir, hemos visto una resta donde debimos ver siempre una suma.

Al hablar del Imperio azteca se piensa de inmediato en la “conquista”, como si ése fuera el único episodio importante en la historia de esa civilización. Enorme error.

Lo que debimos recordar del Imperio azteca no era su dramático final, sino su historia misma: su grandeza. ¿Por qué México se obsesionó sólo con el evento final? Se trata de un mexoquismo —un masoquismo mexicano—. ¿Los griegos actuales acaso se obsesionaron con el episodio de la conquista de Grecia por parte de los romanos? No. Cuando hablan de su pasado no piensan en ese momento depresivo. ¡Ni siquiera lo tienen en mente! Hablan de la grandeza de la Grecia Antigua: Agamenón, Aristóteles, Alejandro Magno. Los italianos actuales ¿acaso hablan obsesivamente sobre la caída de Roma, provocada por los germanos? No. Hablan, excitados, de la grandeza de la Antigua Roma: Cicerón, Julio César, Octavio Augusto.

Todos los imperios y civilizaciones han sido en su momento aplastados, conquistados por otros, pero sus descendientes actuales no viven amargados: viven hoy el orgullo de ser la suma de sus antepasados, tanto de los conquistadores como de los conquistados, que a su vez fueron conquistadores de otros más antiguos. No se obsesionan con el día del colapso, sino con el instante de gloria de sus muchas civilizaciones ancestrales sumadas. Ese recuerdo “integrador” y sumatorio los inspira hoy para ser más grandes en el futuro.

México tiene un problema de identidad, igual que casi toda la América Latina —véanse los estudios de Jorge Lanata y del propio Jorge Luis Borges para el caso de Argentina—. Se le hizo creer al mexicano —y al latinoamericano en general— que tenía que elegir entre las dos partes principales de su pasado: o ser proeuropeo o ser pronativo americano; o indigenista o hispanista, como si ambas raíces genealógicas fueran mutuamente excluyentes. Había que repudiar a la otra parte del “binomio genético”. Si se elegía un lado, había que despreciar al otro. Surgieron dos formas de “odio”: el del antiespañol y el del antiprehispánico. El antiespañol sigue odiando a un conquistador de hace 500 años, mientras que el antiprehispánico, en su anhelo o fantasía de ser un “europeo americano”, desprecia a civilizaciones de las que él mismo proviene, y que son admiradas con fascinación por otros países.

Estos extremos “psicóticos” dividen la mente del mexicano en forma innecesaria, haciéndolo, en resumen, odiar su pasado.

Este libro pertenece a la corriente que busca sacar de los escombros la grandeza colosal de los dos enormes imperios de los que proviene México. Cuando cada mexicano conozca la fuerza oculta de su propio origen, y la haga suya, en forma integrada y sumatoria, entonces el país mismo va a tener un nuevo destino, y emergerá entre las naciones con un poder que hoy le es desconocido.

En 1428 se creó el Imperio azteca a partir de la esclavitud y la pobreza de una tribu oprimida que decidió rebelarse contra lo que parecía ser su destino: ser la escoria. Un grupo de tres jóvenes menores a los treinta años se encargó de realizar este sueño que parecía imposible: Nezahualcóyotl, Tlacaélel y Moctezuma Ilhiucamina. Eran primos.

Nezahualcóyotl había escapado de ser asesinado, teniendo sólo quince años, cuando mataron a su padre los que dominaban el mundo antes del Imperio azteca: verdaderos carniceros.

Ésta es una de las más grandes hazañas de la historia humana. Hoy la mayor parte de los mexicanos no la conocen. Esta historia de triunfo fue sepultada por la obsesión monotemática de la “conquista”, y México perdió el mejor ejemplo de lo que puede lograr cuando tenemos un sueño en común, y la decisión para lograrlo.

Esta novela está construida como dos tramas entrelazadas: una ocurre en el futuro y otra en el pasado. La trama del futuro es la lucha por descubrir el pasado. La trama del pasado es la guerra para construir el futuro.

Nezahualcóyotl librará en el pasado la guerra por el futuro de la nación “azteca”, al crearla. Rodrigo Roxar, en el futuro, librará la guerra de los mexicanos por el pasado, para desenterrarlo y reactivarlo.

Secreto azteca

   

En honor al padre Pablo Pérez Guajardo (QDEP), y a todos los sacerdotes que, como él, son verdaderos caballeros templarios y luchan por un mundo mejor.

Dedicado a Marco Alejandro, Azucena, Patricia, Mónica, Leopoldo (mi padre) y Ramón.

En honor a Mauricio Ramírez Pérez, quien este año dio su vida por salvar a otros: por ser un héroe de la pandemia por covid-19.

En honor de mi tatarabuela María Clara González Alvarado y de su madre, María Petronila Alvarado, indígenas de Durango, de origen tlaxcalteca.

En honor de los maestros Antonio Velasco Piña, Román Piña Chan, Miguel León-Portilla y Carlos González.

Agradecimiento gigante para Andrés Ramírez, Ángela Olmedo, Antonio Ramos Revillas, Jessica Monserrat Muñoz, Quetzalli de la Concha, Roberto Banchik, Carlos Manuel García Peláez, Manuel Padrá, Talina Fernández, Pato Levy, Miguel Ángel López Farías, Carlos Ramos Padilla, Vladimir Galeana, Upa Ruiz, Ramón Pieza Rugarcía, Edith Fragoza Mar, Monserrat Macías, Alfonso Segovia Müller, Juan Antonio Negrete, Ramón Cordero, Dios Edward, Daniel Ceballos, Alef Austin Arteaga Turcotte, Saúl Hernández, Jairo Vera, Sofía Guadarrama Collado, Ulises Valiente, Luis Nah, al grupo Renacimiento Mexicano presidido por César Daniel González Madruga; a Alejandro Cruz Sánchez, presidente de la Fundación Caballero Águila y al gran cantautor y músico Enrique Quezadas. Asimismo a Gloria Hernández, Chicomecóatl y a Juan Enrique Bautista Rico (Dr. Jebaric); a los mexicanistas Rafael Cortés Déciga e Ituriel Moctezuma (Teutlahua) de Pueblo de la Luna, a León I. de Vivar (autor de La Misión Espiritual de Mexihcco); a Yohannan Díaz Vargas y Javier Samp

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