Cerbantes en la casa de Éboli

Álvaro Espina

Fragmento

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Prefacio del editor

 

 

 

El texto que hoy presento al lector es sin la menor duda un hallazgo bibliográfico de valor inestimable. Se trata del contenido manuscrito de una carpeta de cuero repujado hallada por los bomberos al terminar de derribar un muro adosado a la Puerta de España de la alcazaba de Orán que amenazaba desprenderse tras el terremoto del 6 de junio de 2008. El seísmo provocó el agrietamiento de una cortina de piedra tras la cual apareció un hueco en forma de hornacina que podría haber albergado antiguamente la imagen de un santo o de alguna de las muchas advocaciones de la Virgen a las que los sucesivos gobernadores y vicarios eclesiásticos españoles habían encomendado el lugar. Al derribar la cortina el cartapacio debió de caer a tierra y desencuadernarse. La policía local consideró que debía de haber permanecido escondido desde hacía tiempo en ese hueco del muro, cuya fábrica data de las obras de fortificación mandadas hacer por el Rey Católico tras la toma de Orán cinco siglos antes, siendo objeto después de sucesivas reformas para acondicionarla como residencia del gobernador y adaptarla al avance en las técnicas militares de ese siglo y el siguiente.(1)

Obviamente el material era de gran relevancia histórica por lo que, tras recomponerla y volver a atarla del mejor modo posible, la carpeta fue transferida al museo de antigüedades de la ciudad. En el estado en que actualmente se encuentra el legajo está protegido exteriormente por dos hojas de cordobán de estilo andalusí. El de la parte frontal, que tiene un incrustado de guadamecí, se mantuvo cosido aunque con grandes holguras a un buen número de pliegos del libro original —aproximadamente la cuarta parte—, mientras que los restantes se encuentran sueltos y agregados a continuación sin el menor orden aparente. Todo ello cerrado por el segundo cordobán, atado con cinta roja de balduque de color muy degradado y con varios nudos, fruto del apresurado esfuerzo de reparación que realizaron los bomberos.

El cartapacio lleva la signatura AZ-06/VI/2008 y permaneció sin llamar la atención en los almacenes del Museo Nacional Ahmed Zabana hasta que en el año 2011 fue inventariado por una becaria de la Universidad de Alicante que participaba en el programa especial dotado por la Casa Árabe de Madrid para preparar la conmemoración del cuarto centenario del desembarco en Orán de un gran contingente de moriscos expulsados de España, provenientes del Grao de Denia, inmortalizado en sendas pinturas de Vicent Mestre fechadas el año 1613. La ficha de la carpeta consiste en la siguiente descripción: «Siglo XVII: Manuscrito del Señor Ahmad Ibn al-ayyi, con anotaciones al margen de CHB». Como se verá, esta catalogación resultó ser sumamente acertada.

Recopilando documentación para escribir una autobiografía apócrifa de Miguel de Cervantes, al repasar los registros de aquel inventario colgados en una página web de la universidad alicantina se encontró aquella entrada y se anotó en una base de datos, simplemente por razón de la fecha y de la aparente contradicción entre el nombre del autor inequívocamente árabe y el tratamiento castellano de señor. Posteriormente, al procesar la base de datos con una aplicación diseñada para localizar concordancias entre las diferentes entradas, el programa asoció automáticamente este texto con un artículo del profesor Mahmud Sobh, de la Universidad Complutense de Madrid, publicado en El País el 31 de diciembre de 2005 bajo el título «¿Quién fue Cide Hamete Benengeli?».

A primera vista se trataba de un error informático al que no se prestó mayor atención pero, al comprobar que la versión del programa utilizado indagaba también las coincidencias entre nombres encabezados con mayúsculas y sus correspondientes acrónimos, apareció la posibilidad de que la sigla CHB del registro del museo respondiese en realidad al nombre Cide Hamete Benengeli, autor arábigo imaginario al que Cervantes atribuyó la redacción original del Quijote, ya que —haciéndose eco de una antigua tradición hermenéutica— el profesor Sobh sostiene que el significado de Cide Hamete Benengeli (o Benelayli) es precisamente «Señor Ahmad Ibn al-ayyi», y su traducción al castellano no sería otra que «Señor Miguel Hijo del Ciervo», o sea, el nombre del propio Cervantes.

Por mucho que en la intencionalidad de Cervantes estuviera hacer esa especie de autoimputación críptica, no cabe descartar que el nombre tuviese también una referencia real, lo que haría todavía más verosímil la existencia del autor imaginario. El doctor Ismail El-Outmani, de la Universidad Mohamed V de Rabat, estableció con notables visos de veracidad que la persona de carne y hueso que le sirvió como referencia bien pudo ser Ahmad ben Qásim Al-Hayari al-Andalusi, conocido como Afuqqay al-Hayari en su versión arábiga y como Cide Hamete Bejarano en su acepción morisca (quizás por haber tenido por señor al duque de Béjar, a quien dedicó la primera parte del Quijote). A su alias —«berenjena»— se refiere Sancho Panza comentando que así apodaban a los moriscos toledanos,(2) inaugurando con ello una tónica por la que durante el siglo XVII el nombre Hamete había de convertirse en protagonista frecuente de comedias burlescas en el teatro barroco.(3)

Al-Hayari fue un erudito morisco granadino convocado por el arzobispo de esa ciudad para traducir el contenido de uno de los denominados «libros plúmbeos» hallado en la torre Turpiana en 1588. Estos libros reciben ese nombre por el hecho de haber sido encontrados en cajas de plomo escondidas en los huecos de los edificios andalusís, cuya «aparición» proliferó entre 1595 y 1598, aunque el rastro de Bejarano se pierde en España después de 1590, pasando a Marruecos y reapareciendo más tarde en Turquía como traductor oficial del sultán. La idea de imputarle la autoría del Quijote pudo sugerírsela a Cervantes el hecho de que los libros plúmbeos, en cuya interpretación al-Hayari rayaba en la excelencia (¡vaya usted a saber si no era él mismo autor de muchos de ellos!), fueran historias pseudoanónimas pretendidamente antiguas concebidas como superchería para apoderarse de la historia de la monarquía presentándola de modo favorable a los moriscos y para enaltecer la lengua árabe como propia de España. Desde este punto de vista el nombre Ben-enegeli querría decir en árabe «hijo de sangre no limpia», lo que reforzaría la imagen del Quijote como una «fantasía» de moriscos o cristianos nuevos, que Américo Castro simbolizó en el «conflicto del tocino», por la que el morisco Ricote, disfrazado de peregrino alemán, decide «exhibir un trozo de jamón, magro u óseo, para demostrar su condición no morisca y no judía», o sea, como salvoconducto de pureza de sangre.(4)

Si tiene suerte y trabaja intensamente, la vida de todo investigador queda marcada por algún momento especialmente feliz en que el corazón arranca a latir con fuerza y la vista se nubla en un arrebato de pura perplejidad. Algo así debió de sentir el bi

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