Dramatis personae
Publio Cornelio Escipión (padre), cónsul en el 218 a.C. y procónsul en Hispania
Pomponia, mujer de Publio Cornelio
Cneo Cornelio Escipión, hermano del anterior; cónsul en el 222 a.C. y procónsul en Hispania
Publio Cornelio Escipión (hijo), Africanus, hijo y sobrino de los cónsules mencionados arriba
Lucio Cornelio Escipión, hermano menor
Tíndaro, pedagogo griego, tutor de los Escipiones
Cayo Lelio, decurión de la caballería romana
Emilio Paulo (padre), cónsul en el 219 y 216 a.C.
Lucio Emilio Paulo, hijo de Emilio Paulo
Emilia Tercia, hija de Emilio Paulo
Quinto Fabio Máximo (padre), cónsul en el 233, 228, 215, 214, 209 a.C. y censor en el 230 a.C.
Quinto Fabio, hijo de Quinto Fabio Máximo
Marco Porcio Catón, protegido de Quinto Fabio Máximo
Sempronio Longo, cónsul en el 223 y 218 a.C.
Cayo Flaminio, cónsul en el 217 a.C.
Terencio Varrón, cónsul en el 216 a.C.
Cneo Servilio, cónsul en el 217 a.C.
Claudio Marcelo, cónsul en el 222, 215, 214, 210 y 208 a.C.
Claudio Nerón, procónsul
Minucio Rufo, jefe de la caballería
Lucio Marcio Septimio, centurión en Hispania
Quinto Terebelio, centurión en Hispania
Mario Juvencio Tala, centurión en Hispania
Sexto Digicio, oficial de la flota romana
Ilmo, pescador celtíbero
Tito Maccio, tramoyista en el teatro, comerciante, legionario
Druso, legionario
Rufo, patrón de una compañía de teatro
Casca, patrón de una compañía de teatro
Praxíteles, traductor griego de obras de teatro
Marco, comerciante de telas
Amílcar Barca, padre de Aníbal, conquistador cartaginés de Hispania
Asdrúbal, yerno de Amílcar y su sucesor en el mando
Aníbal Barca, hijo mayor de Amílcar
Asdrúbal Barca, hermano menor de Aníbal
Magón Barca, hermano pequeño de Aníbal
Asdrúbal Giscón, general cartaginés
Himilcón, general en la batalla de Cannae
Magón, jefe de la guarnición de Qart Hadasht
Maharbal, general en jefe de la caballería cartaginesa
Sífax, rey de Numidia occidental
Masinisa, númida, general de caballería, hijo de Gaia, reina de Numidia oriental
Filipo V, rey de Macedonia
Filémeno, ciudadano de Tarento
Régulo, oficial brucio
Rey de Faros, rey depuesto por los romanos, consejero del rey Filipo V
LIBRO I
UNA FRÁGIL PAZ
Vel iniquissiman pacem iustissimo bello anteferrem.
[Preferiría la paz más inicua a la más justa de las guerras.]
CICERÓN,
Epistulae ad familiares, 6, 6, 5.
1
Una tarde de teatro
Roma.
Año 519 desde la fundación
de la ciudad. 235 a.C.
El senador Publio Cornelio Escipión caminaba por el foro. Llevaba el cabello corto, casi rasurado, tal y como era costumbre en su familia. A sus treinta años, andaba erguido, dejando a todos ver con claridad su rostro enjuto y serio, de facciones marcadas, en las que una mediana nariz y una frente sin ceño se abrían paso en silencio. Ese día iba a asistir a un gran acontecimiento en su vida, aunque en ese momento tenía la mente entretenida con otro suceso sobresaliente en Roma: Nevio estrenaba su primera obra de teatro. Apenas habían transcurrido cinco años desde que se había representado la primera obra de teatro en la ciudad, una tragedia de Livio Andrónico, a la que el senador no había dudado en acudir. Roma estaba dividida entre los que veían en el teatro una costumbre extranjera, desdeñable, fruto de influencias griegas que alteraban el normal devenir del pensamiento y el arte romano puros; y otros que, sin embargo, habían recibido estas primeras representaciones como un enorme salto adelante en la vida cultural de la ciudad. Quinto Fabio Máximo, un experimentado y temido senador, del que todos hablaban como un futuro próximo cónsul de la República, se encontraba entre los que observaban el fenómeno con temor y distancia. Por el contrario, el senador Publio Cornelio Escipión, ávido lector de obras griegas, conocedor de Menandro o Aristófanes, era, sin lugar a dudas, de los que constituían el favorable segundo grupo de opinión.
Publio Cornelio llegó junto a la estructura de madera que los ediles de Roma, encargados de organizar estas representaciones, ordenaban levantar periódicamente para albergar estas obras. Al ver el enjambre de vigas de madera sobre el que se sostenía la escena, no podía evitar sentir una profunda desolación. Pensar cuántas ciudades del Mediterráneo disfrutaban de inmensos teatros de piedra, construidos por los griegos, perfectamente diseñados para aprovechar la acústica de las laderas sobre las que se habían edificado. Tarento, Siracusa, Epidauro. Roma, en cambio, si bien crecía como ciudad al aumentar su poder y los territorios y poblaciones sobre los que ejercía su influencia, cuando se representaba una obra de teatro tenía que recurrir a un pobre y endeble escenario de madera alrededor del cual el público se veía obligado a permanecer de pie mientras duraba el espectáculo o a sentarse en incómodos taburetes que traían desde casa. Como consolación, el senador pensaba que, al menos ahora, ya había posibilidad de ver sobre la escena actores auténticos recreando la vida de personajes sobre los que él había leído tanto durante los últimos años. Una mano en el hombro, por la espalda, acompañada de una voz grave y potente que enseguida reconoció, interrumpió sus pensamientos.
—¡Aquí tenemos al senador taciturno por excelencia! —Cneo Cornelio Escipión abrazó a su hermano con fuerza—. Ya sabía yo que te encontraría por aquí. Venga, vamos a ver una ob