Las noches de la peste

Orhan Pamuk

Fragmento

nochedelapeste-1

INTRODUCCIÓN

Esta es tanto una novela histórica como una historia escrita en forma de novela. Cuando trataba de narrar los seis meses más intensos y agitados de la vida de la isla de Minguer, la perla del Mediterráneo oriental, añadí a mi relato numerosos acontecimientos de la historia de este país al que tanto amo.

Estaba investigando los hechos que se sucedieron en la isla tras la epidemia de peste de 1901 cuando sentí que la ciencia histórica no bastaría para explicar la subjetiva determinación de los héroes de este breve y dramático periodo y que mejoraría su comprensión con la ayuda del arte de la novela, así que he tratado de unir estas dos disciplinas.

No crean los lectores, por favor, que mi punto de partida son estos elevados problemas literarios. Primero llegaron a mis manos unas cartas cuya riqueza he intentado plasmar en el libro. Se me pidió la anotación y edición de las ciento trece cartas que Pakize Sultan, la tercera hija del trigésimo tercer sultán otomano, Murat V, escribió a su hermana mayor, Hatice Sultan, entre 1901 y 1913. El primer capítulo del libro que se disponen a leer consiste en un «prólogo del editor».

El prólogo se hizo más largo, se enriqueció a medida que investigaba y se convirtió en el libro que tienen en sus manos. Antes que nada, debo confesar que me hechizaron la inteligencia y el encantador y en extremo sensible estilo de Pakize Sultan. Tenía poco de la avidez por la narración propia del historiador o del novelista, del interés por el detalle o del talento para la descripción. Yo soy una mujer que durante años se ha leído, en archivos ingleses y franceses, todos los informes que los embajadores redactaron en las ciudades portuarias del Imperio otomano, les dediqué mi doctorado y he publicado sesudos tratados. Ningún embajador ha llegado a relatar los mismos acontecimientos, los días del cólera o de la peste, con esa profundidad y belleza, ninguno de ellos percibe el ambiente de las ciudades portuarias otomanas ni los colores de sus mercados y bazares, ni oye los graznidos de las gaviotas ni el traqueteo de las ruedas de los coches de caballos. Puede que fuera la narración de Pakize Sultan, plena de vida, que se me hacía presente con una intensa sensibilidad hacia las personas, las cosas y los acontecimientos, lo que me sugirió que convirtiera el prólogo del editor en novela.

Mientras leía las cartas me hice la siguiente pregunta: ¿sería su condición de «mujer» el motivo de que Pakize Sultan pudiera describir los mismos hechos con más colorido y «minuciosidad» que los historiadores y embajadores? ¡No olvidemos que, durante los días de la epidemia, la redactora de esas cartas prácticamente no salía nunca de su habitación en las dependencias de invitados de la sede de la gobernación, y que solo se enteraba de lo que ocurría en la ciudad por lo que su marido médico le contaba! Al describir en sus cartas todo este mundo de hombres políticos, burócratas y médicos, Pakize Sultan logró identificarse con ellos. Yo también he intentado, tanto como he podido, darle vida a ese mundo en mi novela-historia. Y, por supuesto, es muy difícil estar a la altura de Pakize Sultan en claridad, brillantez y ansia de vivir.

Otro motivo de mi entusiasmo por estas magníficas misivas, que ocuparán por lo menos seiscientas páginas cuando se pu­bliquen, es que, naturalmente, yo también soy hija de la isla de Minguer. Cuando era niña me solía topar con Pakize Sultan en los libros de texto, en artículos de periódicos y, sobre todo, en revistas infantiles nacionales (Lecciones Isleñas, Ciencia Histórica) en las que con periodicidad semanal se publicaban gestas de héroes históricos y novelas ilustradas. De hecho, sentía una especial cercanía con ella. De igual modo que la isla de Minguer pudiera resultar a los demás un lugar fabuloso, como salido de un cuento, Pakize Sultan era para mí una heroína mítica. Gracias a esas cartas que en un momento dado cayeron en mis manos, me encontré con un héroe fabuloso, el sultán, que consiguió cautivarme con sus problemas cotidianos, sus verdaderos sentimientos y, lo que es más importante, su fuerte personalidad y gran franqueza. Mis pacientes lectores también comprobarán al final del libro cómo he llegado a conocerla en persona.

He podido verificar la autenticidad del mundo descrito en estas cartas mediante mis trabajos en Estambul, en Minguer y en archivos de Inglaterra y Francia, así como con la revisión de las memorias y documentos de ese periodo. Sin embargo, mientras escribía mi novela histórica no pude evitar identificarme en parte con Pakize Sultan, como si sintiera que estaba escribiendo mi propia historia personal.

El arte de la novela se basa en la habilidad para escribir el relato de nuestras propias vivencias como si fueran las de otros y para escribir el relato de las vivencias de otros como si fueran las nuestras. Por ello no me ha costado nada creer que me comportaba como novelista al sentirme hija de un sultán o como sultán mismo. Sin embargo, me ha costado identificarme con generales y médicos, hombres que ostentaban el poder y que dirigían sus esfuerzos hacia la cuarentena y contra la peste.

Resulta más apropiado que la novela se cuente desde muy diversos puntos de vista para que, en los aspectos espiritual y formal, se parezca más a la historia de todos antes que a una historia personal. Por otro lado, estoy de acuerdo con la opinión del gran novelista Henry James, el más femenino de todos los escritores varones, según la cual para que una novela resulte convincente deberá juntar todos los detalles, todas las cosas, bajo la perspectiva de una sola persona.

Sin embargo, al mismo tiempo, he incumplido muchas veces la regla de la «perspectiva de una sola persona», anulándola incluso, para redactar un libro de historia. Así pues, he proporcionado al lector, en los momentos más sentimentales, datos y números, incluso le he explicado la historia de algunas instituciones. También, al describir los más sutiles sentimientos de uno de los personajes, velozmente y sin pensármelo, he pasado a las reflexiones de otro protagonista completamente diferente y que el primero no podría conocer. O, a pesar de que sinceramente estoy convencida de que al sultán Abdülaziz lo asesinaron tras deponerlo del trono, también he escrito que, en opinión de algunos, se suicidó. Es decir, mi libro ha resultado ser un poco más histórico debido a mi intento de ver a través de los ojos de otros testigos presentes en ese colorido universo que Pakize Sultan retrata en sus cartas.

Cómo llegaron hasta mí las cartas, cuánta credibilidad le di al relato policiaco, por qué no he podido publicar antes las cartas, preguntas como estas me las llevan haciendo a menudo desde hace años y solo responderé aquí a la segunda de ellas. En realidad, los colegas académicos con los que comenté los crímenes que aparecen en las cartas y el encanto novelesco de Abdülhamit apoyaron la idea de la novela. También me estimuló el hecho de que una editorial tan prestigiosa como Cambridge University Press se interesara por una novela policiaca y valorara la historia de la pequeña isla de Minguer. Los secretos y el significado de este maravilloso mundo que durante años no me he cansado de documentar representan, por supuesto, un tema distinto y mucho más profundo que el de esclarecer quién fue el asesino. La identidad del asesino podría ser, como mucho, un indicio más. En palabras

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos