Dictator (Trilogía de Cicerón 3)

Robert Harris

Fragmento

cap-2

Nota del autor

Dictator narra la historia de los últimos quince años de vida del estadista romano Cicerón, concebida a modo de biografía redactada por el que fuera su secretario, Tiro.

Que existió una figura como la de Tiro y escribió un libro de estas características son hechos históricos bien documentados. Nacido esclavo en la propiedad familiar de su amo, era tres años menor que este, pero lo superó con mucho en longevidad, y, según san Jerónimo, llegó a cumplir cien años.

«Los servicios que me has prestado son innumerables —le escribió Cicerón en el año 50 a. C.— en mi hogar y fuera de él, en Roma y en el extranjero, en lo que atañe a mis asuntos privados y a los públicos, a mis estudios y mi obra literaria.» Tiro fue la primera persona que transcribió, palabra por palabra, un discurso en el Senado, y su sistema de taquigrafía —conocido como Notae Tironianae— seguía siendo utilizado por la Iglesia en el siglo VI. De hecho, parte de él (el símbolo «&» o las abreviaturas «etc.», «N. B.», «i. e.» y «e. g.») ha sobrevivido hasta nuestros días. Escribió, asimismo, varios tratados sobre la evolución del latín. La biografía de Cicerón que escribió, en varios volúmenes, fue utilizada como fuente documental por el historiador del siglo I Asconio Pedanio, y Plutarco la cita en dos ocasiones. No obstante, esta obra, al igual que el resto de la producción literaria de Tiro, desapareció en medio del caos que hubo durante la caída del Imperio romano.

Uno no puede evitar preguntarse cómo sería. Cicerón tuvo una vida extraordinaria, incluso en una época tan agitada como la suya. Pese a su origen relativamente humilde, en comparación con el de sus rivales aristócratas, y su escaso interés por los asuntos militares, pero gracias al buen aprovechamiento de sus dotes de orador y a su brillante intelecto, ascendió a una velocidad meteórica en la jerarquía política romana, y, contra todo pronóstico, fue elegido cónsul a los cuarenta y dos años, la edad mínima permitida.

A continuación vivió un convulso año en el cargo (63 a. C.), durante el cual se vio obligado a afrontar una conspiración para derrocar la República encabezada por Lucio Sergio Catilina. A fin de extinguir la revuelta, el Senado, bajo la presidencia de Cicerón, ordenó ejecutar a cinco ciudadanos ilustres, suceso que marcaría un punto de inflexión en su carrera.

Más tarde, cuando los tres hombres más poderosos de Roma (Julio César, Pompeyo el Grande y Marco Craso) unieron sus fuerzas y formaron un triunvirato para dominar el Estado, Cicerón decidió oponerse a ellos. En represalia, César, valiéndose de su poder como sumo sacerdote, le dio carta blanca a Clodio, un ambicioso aristócrata demagogo, antiguo enemigo de Cicerón, para que lo aniquilara. Al permitir a Clodio renunciar a su condición de patricio y convertirse en plebeyo, César sentó las bases para su designación como tribuno de la plebe. Estos tenían el poder de exponer a los ciudadanos ante el pueblo, de hostigarlos y perseguirlos. Cicerón se dio cuenta pronto de que debía abandonar Roma. Es en este trágico momento de su vida donde da comienzo Dictator.

He pretendido contar, con toda la exactitud que me han permitido las convenciones de la ficción, el final de la República romana tal como podrían haberla vivido Cicerón y Tiro. Siempre que ha sido posible, las misivas, los discursos y las descripciones de los hechos han sido extraídos de las fuentes originales.

Puesto que Dictator relata la que acaso fuese la época más turbulenta de la historia de la humanidad (al menos, hasta los conflictos que se sucedieron desde 1933 hasta 1945), se recogen al final de este libro tanto un glosario como un dramatis personae a fin de ayudar al lector a caminar por el mundo vasto e inestable de Cicerón.

ROBERT HARRIS

Kintbury, 8 de junio de 2015

 

La melancolía del mundo antiguo se me antoja más profunda que la del hombre moderno, quien en mayor o menor medida insinúa que más allá del oscuro vacío le espera la inmortalidad. Para los antiguos, no obstante, ese «agujero negro» era el infinito en sí; sus sueños afloran y se marchitan sobre un trasfondo de ébano inmutable. No se oyen gritos ni se producen conmociones, sino que tan solo existe la fijeza de una mirada meditabunda. En aquella precisa era en que los dioses ya no existían y el Cristo aún no había venido, aconteció un momento único de la historia, entre Cicerón y Marco Aurelio, durante el cual el hombre se encontró solo. En ninguna otra época he observado semejante grandeza.

GUSTAVE FLAUBERT,

Carta a Madame des Genettes, 1861

En vida, Cicerón hacía mejor la existencia. Lo mismo consiguen hoy sus cartas, aunque sea tan solo para los contados estudiantes que se animan a olvidarse de sus dramas cotidianos para vivir entre los Togados de Virgilio, maestros desesperados de un mundo mucho más amplio.

D. R. SHACKLETON BAILEY,

Cicerón, 1971

cap-3

PRIMERA PARTE

EXILIO

(58-47 A. C.)

Nescire autem quid ante quam natus sis acciderit, id est semper esse puerum. Quid enim est aetas hominis, nisi ea memoria rerum veterum cum superiorum aetate contexitur?

 

Ignorar lo que aconteció antes de que naciésemos nos ancla en una infancia eterna. Porque ¿de qué vale la vida de una persona si no se entreteje con la existencia de nuestros ancestros a través de los registros de la historia?

CICERÓN, Orator,

46 a. C.

cap-4

I

Recuerdo el bramido de los cuernos de guerra de César hostigándonos en los campos de Latium bajo la noche cerrada, un aullido apremiante y estremecedor, como el de las bestias en celo, y como, una vez extinto, tan solo permanecieron el ruido que hacíamos al arrastrar los pies por el camino helado y nuestros jadeos de angustia.

No les bastaba a los dioses inmortales con que Cicerón se hubiera convertido en el blanco de los escupitajos e insultos de sus conciudadanos; no tenían suficiente con que se viese obligado a abandonar el hogar y los altares de su familia y ancestros; ni se conformaban con que, mientras escapábamos a pie de Roma, echara la vista atrás y viese su casa envuelta en llamas. A todos estos tormentos decidieron añadirle uno más: obligarlo a oír como el ejército de su enemigo levantaba el campamento del Campo de Marte.

Aunque era el miembro de más edad del grupo, avanzaba al mismo paso ligero que el resto. No hacía mucho que había tenido la vida de César en sus manos. Podría haberlo aplastado como si de un frágil huevo se tratara. Sin embargo, ahora la fortuna los llevaba por sen

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos