El invierno de los leones

Stefania Auci

Fragmento

Los Florio. 1799 – 1868

Los Florio

1799 – 1868

Originarios de Bagnara Calabra, los hermanos Paolo e Ignazio Florio desembarcan en Palermo en 1799, decididos a hacer fortuna. Son comerciantes de especias, y la competencia es despiadada, pero su ascenso parece enseguida imparable y muy pronto sus actividades se expanden: ponen en marcha el comercio del azufre, adquieren casas y terrenos de los arruinados nobles palermitanos, crean una compañía de navegación... Y ese impulso —fortalecido por una tozuda firmeza— no se detiene ni siquiera cuando Vincenzo, hijo de Paolo, toma las riendas de la Casa Florio: en las bodegas de la familia, un vino de pobres —el marsala— se convierte en un néctar digno de la mesa de un rey; en Favignana, un método revolucionario para conservar el atún —en aceite y en lata— relanza su consumo... En todo ello, Palermo observa el éxito de los Florio con una mezcla de admiración, envidia y desprecio: aquellos hombres siguen siendo de todos modos «extranjeros», «mozos de cuerda» cuya sangre «apesta a sudor». Y es precisamente un ardiente deseo de revancha social lo que anima la ambición de los Florio y determina, para bien y para mal, su vida pública y privada. Porque los hombres de la familia son individuos excepcionales pero también frágiles y —aunque no puedan admitirlo— necesitan tener a su lado a mujeres igualmente excepcionales: como Giuseppina, la esposa de Paolo, que lo sacrifica todo —incluso el amor— por la estabilidad de la familia, o Giulia, la joven milanesa que entra como un torbellino en la vida de Vincenzo y se convierte en el puerto seguro, en la roca inatacable.

Vincenzo muere en 1868, con menos de setenta años, dejando el destino de la Casa Florio en manos de su único hijo varón, Ignazio, de treinta años, que dos años antes se había casado con la baronesa Giovanna d’Ondes Trigona, aportando por fin «sangre noble» a la familia. Ignazio ha crecido en el culto al trabajo, con la creencia de que los Florio han de mirar siempre más allá del horizonte. Y se dispone a escribir un nuevo capítulo de la historia de su familia...

Mar

Mar

septiembre de 1868 – junio de 1874

Aceddu ‘nta l’aggia ‘un canta p’amuri, ma pi’ raggia.

El pájaro enjaulado no canta por amor, sino por rabia.

Proverbio siciliano

Han pasado siete años desde que —el 17 de marzo de 1861— el Parlamento proclamara el nacimiento del Reino de Italia, con Víctor Manuel II como soberano. Las elecciones del primer Parlamento unitario se celebran en enero (de más de 22 millones de habitantes, apenas 400.000 tienen derecho al voto) y asisten al triunfo de la Derecha Histórica, compuesta primordialmente por terratenientes y empresarios y orientada a una fuerte presión fiscal, considerada necesaria para pagar las deudas contraídas por el país a causa del proceso de unificación. Especial resquemor suscita el llamado «impuesto sobre la molienda», es decir, sobre el pan y los cereales, que afecta de forma directa a los pobres y desencadena protestas, algunas muy violentas. Aunque considerado por ciertos políticos un «arancel medieval, un impuesto de tiempos borbónicos y feudales», continuará en vigor hasta 1884. Y, en 1870, el ministro de Economía, Quintino Sella, presenta otra serie de duras medidas, decidido a exigir que se «ahorre hasta los huesos».

El final del Segundo Imperio (1852-1870) y el principio de la Tercera República francesa (1870-1940) tienen una importante consecuencia también para la historia italiana: privado del respaldo de Francia, el Estado Pontificio cae el 20 de septiembre de 1870. Tras un breve cañoneo, al grito de «¡Saboya!», las tropas italianas entran en Roma a través de una brecha en Puerta Pía. El 3 de febrero de 1871, Roma se convierte oficialmente en la capital de Italia. En 1874, la Santa Sede decreta el llamado non expedit, esto es, la prohibición a los católicos de intervenir en la política italiana, prohibición que será sorteada con frecuencia hasta su abrogación en 1919.

La progresiva reducción del déficit, la terminación de grandes obras y la afluencia de capitales extranjeros, hacen que el periodo 1871-1873 sea el «trienio febril», decisivo para el nacimiento de la industria italiana. Un impulso que sin embargo se interrumpe en 1873, como consecuencia de la crisis financiera que sufren Europa y Estados Unidos; la «gran depresión», debida a una serie de especulaciones e inversiones imprudentes, continuará, con altibajos, hasta 1896, y desde luego no ayudará a cubrir el profundo abismo entre el norte y el sur de Italia, que además se ve perjudicado por el hecho de que el gobierno no hace importantes inversiones en la red ferroviaria, como en el norte del país, sino que concentra sus esfuerzos en el desarrollo de la marinería.

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