La peregrina

Isabel San Sebastián

Fragmento

cap-1

Nota de la autora

A finales del siglo IX la noticia del hallazgo del sepulcro de Santiago en el finis terrae de Occidente había sido ampliamente difundida y aceptada al norte de los Pirineos. Así lo atestiguan varios martirologios de la época, como los de Ado de Viena, Usuardo de Saint-Germain-des-Prés (867) o Notker de Saint Gall. Pocas décadas después, peregrinos procedentes del norte y este de Europa llegaban regularmente hasta la humilde basílica mandada levantar sobre la tumba por Alfonso II de Asturias, soberano de esas tierras.

El Archivo de la Catedral de Compostela conserva una donación realizada por dicho rey a esa iglesia en el 834. El mismo documento da cuenta de la peregrinación realizada por el monarca al «lugar santo» descubierto unos años antes, sin precisar la fecha exacta del descubrimiento ni tampoco la de la visita.

El acta de donación, aceptada como esencialmente verídica, sitúa por tanto el acontecimiento en un momento indeterminado posterior al 818 y anterior al 834, año en que el obispo Teodomiro, titular de la sede iriense cuando se produce la aparición, toma posesión de su prelatura en la ciudad llamada actualmente Padrón. Durante largo tiempo la historiografía puso en duda la existencia misma de ese prelado, considerado un personaje de ficción incorporado a la leyenda jacobea varias centurias más tarde. Esa asunción hubo de ser definitivamente abandonada en 1957, después de que unas obras de restauración realizadas en la catedral sacaran a la luz una lápida sepulcral, indudablemente auténtica, que fechaba su fallecimiento el 20 de octubre del 847.

Unos cien años antes, otras excavaciones habían permitido encontrar los restos de tres personas distintas, dos varones relativamente jóvenes y un tercero en el último tercio de vida, inicialmente identificados como el Apóstol y sus dos discípulos, Atanasio y Teodoro. La investigación llevada a cabo por orden del papa León XIII concluyó que el cadáver de mayor edad correspondía al de un hombre muerto por decapitación, en cuyo cráneo faltaba un hueso, la apófisis mastoidea derecha, coincidente con una reliquia venerada desde antiguo en Pistoia (Italia) como perteneciente a Santiago el Mayor. La resolución de la Congregación encabezada por el doctor Chiapelli fue publicada el 25 de julio de 1884, seguida de una bula, Deus Omnipotens, que daba por buena la presencia de los restos del santo en Compostela y llamaba a emprender nuevas peregrinaciones a su sepulcro.

¿Realidad o falsificación? Iglesia e historiadores de uno u otro signo no terminan de ponerse de acuerdo, aunque existen evidencias documentales y arqueológicas sobradas para concluir que el Camino de Santiago no es fruto de una mera invención. Diversos elementos más o menos imaginarios se han ido incorporando a la leyenda del Apóstol con el correr de los siglos, pero no hay engaño sin base alguna que perdure con tanta fuerza durante más de un milenio. Y hace ya más de mil años que peregrinos procedentes de todo el orbe recorren el Camino de Santiago guiados por motivos múltiples, no siempre vinculados a la fe.

Los hechos narrados en esta novela recrean el primero de esos viajes. El que llevó al Rey Casto, Alfonso II, desde su capital de Oviedo hasta un bosque perdido de la remota Galicia, integrada poco antes al pequeño reino cristiano asediado por las tropas de Al-Ándalus. Tal como explican las notas históricas al final de este libro, el relato se basa en la documentación existente, así como en una antiquísima tradición jacobea reconocida por la Unesco en 2015 al declarar el Camino Primitivo como Patrimonio de la Humanidad.

Tanto el contexto histórico-político en el que se desarrolla la trama como varios de los personajes que aparecen en ella son reales y responden a lo que se cuenta en las crónicas de la época, sean estas cristianas o musulmanas. Las aventuras de ficción que acontecen a los protagonistas son responsabilidad exclusiva de la autora, al igual que cualquier posible error.

Con el fin de facilitar la lectura, la datación utilizada en el texto es la común hoy en día y no la que habría empleado Alana de Coaña en el siglo IX. Entonces el calendario vigente era el de la Era Hispánica, que comenzaba a contar a partir del 38 antes de Cristo. En rigor, por tanto, a todas las fechas citadas deberían haberse añadido esos 38 años, de manera que el 791 de nuestra era se habría convertido en el 829 de la Era Hispánica, y así sucesivamente. Dado que la práctica totalidad de la bibliografía consultada para la parte histórica del relato data los acontecimientos con arreglo al calendario moderno, me ha parecido más sencillo hacer lo propio, dejando constancia aquí de esta pequeña traición a Alana.

La ruta seguida por la comitiva es prácticamente igual al Camino Primitivo recuperado en la década de los ochenta gracias a la labor impagable de la Asociación Astur-Galaica de Amigos que lleva su nombre. La novela se divide en trece capítulos porque dicha ruta consta de otras tantas etapas, que cautivan por su belleza. La guía adjunta al final de la novela permite al lector identificar los nombres actuales de los lugares descritos, localizarlos en un mapa, encontrar tesoros desconocidos, como esa mina de oro romana escondida entre montañas, y seguir las huellas de los personajes a través de los paisajes por los que transitan.

Las maravillas que acompañan a la aparición del sepulcro en esta historia son las que durante doce siglos han alimentado el misterio de este prodigioso hallazgo. La descripción del Apóstol y de las asombrosas obras atribuidas a su poder se inspiran en el Códice Calixtino, manuscrito del siglo XII iniciado por la mano de Diego Gelmírez, nacido con el propósito de promover no solo el culto a Santiago, sino las peregrinaciones a Compostela que tanto han contribuido a enriquecer el acervo cultural español.

Hasta la sensación de fatiga recogida en estas páginas responde fielmente a la realidad, ya que la autora recorrió buena parte de las calzadas citadas pese a estar recuperándose de una reciente fractura en el pie. El dolor no restó un ápice de verdad al saludo propio del peregrino: «¡Buen camino!».

cap-2

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1

El mensajero del santo

En el año del Señor de 827

Ovetao

Festividad de Santa Agripina

 

Mañana, al clarear el alba, partiremos hacia poniente, siguiendo el recorrido del sol. En esta ocasión no es la guerra la que nos llama, sino un prodigio acaecido allá donde la tierra termina, a orillas de la Mar Océana que muere en la Gran Catarata. Una bendición del cielo, a decir de mi señor, si es que lo que le han narrado resulta ser verdadero.

Probablemente este sea mi último viaje a caballo por sendas donde acecha el peligro. Ahora mismo ignoro si seré capaz de soportar la prueba hasta el final, aunque mantengo intacta la voluntad de conseguirlo. En este tiempo de ocaso mi alma se eleva más que nunca hacia Dios, pero mi espír

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