En los últimos años del reinado de Alfonso X el Sabio (1252-1284), los reinos de Castilla y de León, reunificados desde 1230, vivieron sumidos en un permanente conflicto.
El primogénito, Fernando de la Cerda, fallecido antes que su padre, dejó dos hijos menores, Alfonso y Fernando; sin embargo, quien se convirtió en nuevo monarca fue Sancho, segundo hijo de Alfonso el Sabio.
Según el derecho tradicional castellano-leonés, en caso de fallecimiento del primogénito sin hijos mayores de edad, el trono pasaba al siguiente hermano; pero Alfonso X había cambiado la ley en las Siete Partidas, adjudicando la herencia a su nieto Alfonso de la Cerda.
Sancho IV (1284-1295), llamado el Bravo, no lo aceptó e impuso sus derechos; aprovechando la minoría de sus sobrinos los infantes de la Cerda, se proclamó rey de Castilla y de León y, a su muerte, fue sucedido por su hijo Fernando IV (1295-1312), un niño de nueve años.
El siglo que siguió contempló demasiadas muertes, demasiada sangre derramada, demasiadas intrigas, demasiados traidores y demasiada crueldad.
Los reinados de Alfonso XI el Justiciero (1312-1350) y de Pedro I el Cruel (1350-1369) fueron los más violentos de la historia medieval hispana.
En una época de conjuraciones e intrigas sin cuento para conseguir el poder, varias mujeres se erigieron en protagonistas principales de estos acontecimientos. En las vidas de María de Molina, Leonor de Guzmán y María de Padilla se dibujaron los retazos más sangrientos y pasionales de esos convulsos tiempos.
Así sucedió esta trágica historia...