Créditos
Título original: Insel der blauen Gletscher
Edición en formato digital: mayo de 2015
Traducción: Paula Aguiriano
© 2015 by Bastei Lübbe AG, Köln
© Ediciones B, S. A., 2015
Consell de Cent, 425-427
08009 Barcelona (España)
www.edicionesb.com
D.L.B.: 9786-2015
ISBN: 978-84-9069-098-7
Conversión a formato digital: www.elpoetaediciondigital.com
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A Traute
¡Lo cierto es que debería ser obligatorio para todo el mundo pasar un año en el Ártico! Así todos aprenderíamos lo que es importante en el mundo y lo que no lo es. Lo esencial y lo que cuenta en la vida. ¡Todos nos veríamos reducidos a nuestra medida natural!
CHRISTIANE RITTER,
Una mujer en la noche polar, 1938
Ni siquiera un poeta genial encontraría palabras para describir este paisaje natural.
Ya que sobre él planea algo que no es posible transmitir con la lengua.
ADOLF MIETHE,
En dirigible hacia Spitsbergen, 1911
LA ISLA DE LOS GLACIARES AZULES
Personajes
1907
Familia Berghoff
Gustav Berghoff (59) ∞ Irmhild (48), de soltera Hardenrath
Emilie (21)
Friedrich (26), casado con Klothilde (23)
Maximilian (Max) (19)
Tía Franziska (Fanny) (52), de soltera Hardenrath, ∞ Adrian (Addy) von Spilow (55)
Abuela Hedwig Hardenrath
Participantes de la expedición Spitsbergen
Beat Späni (50), geólogo de Basilea
Antonio Lancetta (40), meteorólogo de Bolonia
William Lewis (25), ornitólogo de Newcastle
Leonid (52), un ruso silencioso
Ottokar Poske (30), un alférez alemán
Sargento Kuhn (45)
Arne Koldvik (27), trampero en Spitsbergen
2013
Familia Keller
Hanna (45), de soltera Vogel, reportera de viajes
Mia (20), su hija, estudiante universitaria
Lukas (18), su hijo, estudiante preuniversitario
Thorsten (48), su marido, directivo
Kåre Nybol (54), investigador polar
Leif (60) y Line (58), geobiólogos; su hijo Bengt (30), meteorólogo y piloto
Prólogo
El telón se alzó y descubrió varias parejas que bailaban al son de un vals bajo una enorme araña de cristal. Los escenógrafos habían logrado evocar con medios más bien escasos el ambiente festivo de una sala de baile de fin de siècle. La cálida iluminación, que recordaba a la luz de las velas, hacía brillar los adornos dorados de las paredes y los cordones de las pesadas cortinas de terciopelo que enmarcaban las grandes ventanas del fondo. Los bailarines llevaban fracs y sombreros de copa; sus compañeras, vestidos muy ajustados a la cintura, guantes largos y peinados cardados tocados con sombreros de plumas y flores. Hanna, sentada en el palco principal del Teatro Nacional de Núremberg, contemplaba fascinada los elegantes movimientos, los gráciles saltos y piruetas de las parejas, que apenas parecían tocar el suelo.
Poco después se entremezclaron en la música las pulsaciones de un metrónomo, que confirieron a la acompasada coreografía un matiz estático y provocaron en Hanna un vago sentimiento de angustia. Una bailarina de vestido azul claro también parecía haberse cansado de la danza ceremoniosa, ya que se liberó de su pareja, se quitó el sombrero y los guantes, se soltó el moño y sacudió sus largos rizos. Flotó graciosamente de puntillas por todo el escenario, intentó tocar a saltos los cristales tallados de la lámpara, e imitó a modo de burla los gestos formales de los demás bailarines.
El escenario giró y apareció la plaza ante el edificio de la sala de baile. Las siluetas de las parejas de bailarines se dibujaban como sombras tras las ventanas intensamente iluminadas. El escenario en primer plano estaba sumido en un azul crepuscular. En la música del romanticismo tardío que llegaba amort