El ejército de Dios (Trilogía Almohade 2)

Sebastián Roa

Fragmento

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Contenido

Aclaración previa sobre las expresiones y citas

Prefacio: La amenaza almohade

DRAMATIS PERSONAE

Arbol genealógico

PRIMERA PARTE

  1. El mensajero de Dios

  2. Los apátridas

  3. Los esponsales de Urraca

  4. El guerrero imperfecto

  5. Las princesas de al-Ándalus

  6. Sueños de grandeza

  7. De vuelta al hogar

  8. Los muros del imperio

  9. Cristo contra Cristo

10. Amigos y enemigos

11. Asedio a Cuenca

12. El foso

13. Jaque al rey

14. Justicia en Marrakech

15. Discordia en el Infantazgo

16. Torbellino de mareas

17. El califa temeroso

18. De obsesiones y mujeres

19. La desdichada Estefanía

20. La esclava Zahr

21. Los desvelos de la reina Leonor

22. La viuda alegre

23. El camino de la paz

24. La senda de la victoria

25. Las águilas no cazan moscas

26. La posada valenciana

27. Todos son infieles

28. Fracaso en Setefilla

29. Juicio de Dios

30. La llamada de al-Ándalus

31. Sangre goda

32. El poder de Urraca

33. La partida

34. La marca de la castidad

35. Un alminar para Sevilla

36. Las ballestas de Santarem

SEGUNDA PARTE

37. Miramamolín

38. Los ojos del príncipe de León

39. De fe, de amor y de lealtad

40. El trigo y la cizaña

41. Los arqueros de Oriente

42. El corazón roto

43. Acuerdos de cama

44. Umra

45. Las nieblas del Yarid

46. Abandonados por Dios

47. El mal menor

48. La ira de al-Mansur

49. Jura en Carrión

50. Penitencia

51. La reina obstinada

52. El heredero de Castilla

53. La vergüenza del califa

54. La virgen rota

55. Milites Christi

56. Querellas familiares

57. Silves

58. La discordia en la sangre

59. Tordehumos

60. El desafío

61. La peña de los enamorados

62. La batalla o la guerra

63. Alarcos

Nota histórica. Lo que fue y lo que no fue

Apéndice

Glosario

Bibliografía

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Meditare, cogita quæ esse in eo cive ac viro debent, qui sit rempublicam afflictam et oppressam miseris temporibus ac perditis moribus in veterem dignitatem, ac libertatem vincaturus.

(Medita, piensa en todo aquello que ha de haber en un valeroso varón y ciudadano que ha de restituir en su antigua libertad y dignidad a la república, afligida y derribada por la miseria de los tiempos y por las costumbres viciosas de los hombres.)

CICERÓN,
Epístolas familiares. II, V

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Cicerón debió de revolverse en su tumba cuando vio en qué acababa su república romana. Y, seguramente, a lo largo de los siglos, el viejo filósofo tuvo cientos de razones para arañar con sus descarnados dedos la tierra que lo cubría. Su alma, no me cabe duda, se agitaba de justa ira cada vez que una sociedad vendía su libertad y ensuciaba su dignidad. La verdad es que no lo hemos dejado descansar en paz. Una y otra vez, desde Roma a la actualidad y pasando por nuestra Edad Media, hemos importunado a Cicerón con una tormenta inacabable de miserias y vicios. Vaya por él esta novela. Porque somos lo que somos gracias a él y a otros que después vinieron. Gracias a los que cargaron hacia las filas enemigas a pesar de todas las flechas, las lanzas, los tambores y los alaridos. Gracias a quienes, a lo largo del tiempo, se mantuvieron fieles a su honestidad. Gracias a los que no ceden a la corrupción por muy mal modelo que tengan en quienes nos lideran. Gracias a los que aún creen en la ley y en la justicia, y llenan con su honradez lo que jamás podrán colmar todas las lamentaciones vacías, indignadas e hipócritas. Gracias a quienes se niegan a abandonar la nave cuando amenaza naufragio. Gracias, sobre todo, a las dos romanas habitantes de mi particular república digna y libre: Ana y Yaiza. Gracias a mis compañeros de inquietudes literarias y a todos los que, como ellos y junto a ellos, me apartan de la miseria de los tiempos. Una vez más gracias a los archivos y bibliotecas valencianos, con un especial recuerdo para la Biblioteca Pública de Moncada. Gracias a Ian Khachan por su tiempo, su trabajo y sus ideas. Gracias a Teo Palacios por su labor en la revisión y la adición de buenos detalles. Y gracias, por último, a Santiago Posteguillo, porque no es su obligación y aun así siempre está ahí.

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Aclaración previa sobre las expresiones y citas

A lo largo de la escritura de esta novela me he topado con el problema de la transcripción arabista. Hay métodos académicos para solventarlo, pero están diseñados para especialistas o artículos científicos más que para autores y lectores de novela histórica. A este problema se une otro: el de los nombres propios árabes, con todos sus componentes, o el de los topónimos y sus gentilicios, a veces fácilmente reconocibles para el profano, a veces no tanto. He intentado hallar una solución que no rompa con la necesidad de una pronunciación al menos próxima a la real, pero que al mismo tiempo sea fácilmente digerible y contribuya a ambientar históricamente la novela. Así pues, transcribo para buscar el punto medio entre lo atractivo y lo comprensible, simplifico los nombres para no confundir al lector, traduzco cuando lo considero más práctico y me dejo llevar por el encanto árabe cuando este es irresistible. En todo caso me he dejado guiar por el instinto y por el sentido común, con el objetivo de que primen siempre la ambientación histórica y la agilidad narrativa. Espero que los académicos en cuyas manos caiga esta obra y se dignen leerla no sean severos con semejante licencia.

En cualquier caso, y tanto para aligerar este problema y el de otros términos poco usuales, se incluye un glosario al final. En él se recogen esas expresiones árabes libremente adaptadas, y también tecnicismos y expresiones medievales referentes a la guerra, la política, la toponimia, la sociedad...

Por otro lado, y aparte de los encabezamientos, he tomado prestadas diversas citas y les he dado vida

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