La herencia de la tierra

Màrius Mollà

Fragmento

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Créditos

1.ª edición: marzo, 2017

© Màrius Mollà, 2010 (con el seudónimo Andrés Vidal), 2017

© Ediciones B, S. A., 2017

para el sello B de Bolsillo

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-654-5

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidasen el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

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Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

Citas bibliográficas

Prólogo

PARTE I (1815-1834)

1

2

3

4

5

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9

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PARTE II (1836-1848)

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PARTE III (1849-1858)

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PARTE IV (1858-1864)

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PARTE V (1864-1881)

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99

100

Epílogo

Agradecimientos

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Dedicatoria

A mis padres

A todas las mujeres que, sin saberlo, ya son de roca

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Citas bibliográficas

Un individuo con una idea vale por noventa y nueve con un solo interés.

JOHN STUART MILL

Allí donde otros han fracasado no fracasaré yo. Nunca he llevado a mi Nautilus tan lejos por los mares australes, pero, se lo repito, irá aún más lejos.

EL CAPITÁN NEMO

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Prólogo

Prólogo

Rosendo Roca notó un arañazo en el hombro. Miró a su lado y vio la piedra ya caída en el suelo. Esta vez había tenido suerte, apenas le había rozado, aunque aquello no quería decir nada: tras esa piedra vendrían más. Le llegaron las voces de Diego Bonilla, de Mateo y de Jan. Era el momento de empezar a correr.

—¡Miradlo! ¡El Imbécil parece un conejo! —gritó el pelirrojo Bonilla.

Rosendo, sin mirar atrás, se adentró en el bosque. Oía tras de sí los pasos de sus perseguidores. Correr, correr más era la única salvación. Y no hacer ruido. Hay una gran diferencia entre huir o correr hacia delante y Rosendo, a pesar de sus escasos cinco años, ya la conocía perfectamente. No era esta la primera vez que los mayores lo acosaban.

Cuando pasó el tocón del árbol quemado, giró rápidamente hacia el riachuelo. Si tenía suerte, llegaría antes de que le dieran alcance. Entonces cruzaría el río cuyas aguas bajaban heladas. No había otro camino. Correr hacia delante siempre llevaba por el camino más difícil. Miró atrás. Luego al río. Parecía imposible, pero era cuestión de voluntad.

—¡Va al río! ¡Que no se escape! —oyó por detrás de él.

Rosendo aceleró. Se abría paso entre la espesura de los matorrales que lo iban arañando sin que él apenas los sintiera. Esta vez no pensaba dejarse atrapar. No quería que le volvieran a hacer comer tierra, ni que lo empujaran sobre una bosta de vaca o le frotaran todo el cuerpo con ortigas. No, no volverían a llenarlo de golpes. Sabía que solo tenía que proponérselo.

—¡Cómo corre el cabrón! —resopló el Bonilla mientras seguía con la mirada el avance de Rosendo. Cogió otra piedra y la lanzó. Mateo y Jan repitieron

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