El espía del Rey

José Calvo Poyato

Fragmento

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Créditos

1.ª edición: marzo 2017

© José Calvo Poyato, 2017

© Ediciones B, S. A., 2017

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Guardas: Plano de Madrid de Nicolás Chalmandrier, 1761.

Autor representado por Silvia Bastos SL Agencia Literaria.

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-660-6

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidasen el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

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La Habana, noviembre de 1758

1. Madrid, otoño de 1748

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58. Ocho años más tarde. Septiembre de 1758

Bibliografía

Nota de autor

Agradecimientos

Nota

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La Habana, noviembre de 1758

La Habana, noviembre de 1758

Le resultaba imposible evitar el temblor de sus manos. Era la tercera vez que Claudia Osorio leía aquella carta recibida por la posta ordinaria. Esa había sido su primera sorpresa. Jorge no la había utilizado durante aquellos ocho años, que a ella se le antojaban muchos más. En lo que le decía en aquellas líneas se encontraba la explicación.

Se sentó en la mecedora que había en el porche de la casa, que era el corazón de la hacienda donde había aprendido las técnicas del cultivo del tabaco y de la caña de azúcar y los secretos para elaborar los habanos que dos veces al año enviaban a España, así como el funcionamiento del enorme ingenio donde se extraía el jugo de la caña de azúcar para obtener el guarapo que, sometido a diversos procesos, se convertía en azúcar.

La tarde declinaba y el sol aparecía y desaparecía entre las nubes arrastradas por una brisa que traía sabor a mar. A lo lejos se vislumbraban las fortificaciones del Morro que vigilaban la entrada a la bahía de La Habana. Allí esperó, impaciente, hasta que por la senda vio llegar el calesín con la capota recogida donde venía su madre, acompañada por don Rodrigo, por quien no parecían pasar los años, tal vez porque dedicaba varias horas cada día al arte de la esgrima, de la que era un virtuoso. Don Rodrigo conservaba la imagen de hombre de un tiempo pasado.

Claudia no pudo contenerse y salió a su encuentro. Don Rodrigo tuvo que refrenar las mulas para evitar alguna complicación.

—¡Soooo! —Los animales obedecieron dóciles.

—¡Madre! ¡Madre! ¡Carta de Jorge!

Doña Catalina vio cómo su hija se acercaba al calesín. Recibir carta de Jorge no era frecuente, pero tampoco había visto a Claudia celebrarlo de aquella manera.

—¿Buenas noticias?

—¡Magníficas! ¡La reina ha muerto! —Se dio cuenta de que se había excedido, pero le había salido del alma.

—¡Claudia, es la reina!

—Lo siento, madre. No he podido evitarlo.

Doña Catalina Garcés bajó del vehículo y se abrazó a su hija. Comprendía su reacción. Aquellos años en Cuba, que en otras condiciones habrían sido un deleite, habían resultado angustiosos en un primer momento por temor a que su presencia allí fuera descubierta y ellas —también don Rodrigo de Arellano— sabían lo que eso podía significar. Luego, conforme el tiempo pasó, vivieron con cierto sosiego. Con todo, la lejanía y separación de Jorge Juan había supuesto un calvario para Claudia, y su madre compartía su dolor.

—¿Cuándo ha sido?

—El 27 de agosto, en Aranjuez. El rey, según cuenta Jorge, está desolado.

La muerte de doña Bárbara de Braganza abría un resquicio de esperanza para dar el final deseado a una historia que había comenzado diez años antes.

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1. Madrid, otoño de 1748

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Madrid, otoño de 1748

Asistía en silencio a la agria polémica. Tocaba su cabeza con una peluca blanca, corta, ligeramente ondulada que le daba un cierto aire aristocrático, algo que parecía desmentir lo atezado de su semblante. El viento, el sol y la lluvia, los fuertes temporales habían dejado huella en su alargado rostro. Tenía el mentón recio, los labios finos y pequeños, que denotaban decisión. Era enjuto de carnes, algo más alto de lo habitual y había cumplido los treinta y cinco. Se llamaba Jorge Juan. M

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