Bajo cielos lejanos

Sarah Lark

Fragmento

Capítulo 1

1

—¿Qué tal si interrumpo por unos minutos vuestra infatigable actividad? —preguntó Richard Winter con voz profunda y melodramática mientras depositaba sobre la mesa dos tazas de café y un plato de dónuts. Dirigió su habitual y simpática sonrisa a Stephanie y al joven asistente de redacción, Ben.

—¡Rick! Qué...

La periodista ya iba a protestar: varios recortes de diario e informes que ella y Ben estaban clasificando en ese momento se habían salpicado de café. Ese material era la base de una serie de reportajes que pensaban escribir en breve. Pero entonces echó un segundo vistazo a los dónuts y no pudo evitar una risita. Gracias al dibujo elaborado con el azúcar glaseado y al revestimiento de chocolate, desde las rosquillas le sonreían diminutas calaveras, fantasmas y hachas de verdugo: se acercaba Halloween.

—Un pequeño tentempié para inspiraros —señaló Rick—. ¿O es que no estáis agobiados con vuestros insondables asesinatos? —Ben cogió un recorte de diario para limpiarle una mancha de café y Rick ojeó el titular: «El cadáver del pantano de Überlingen. ¿Un crimen de la Edad Media?» Frunció el ceño—. ¿Pensáis resolverlo ahora? ¡A esto llamo yo un proyecto ambicioso!

Stephanie se apartó un mechón desprendido del moño flojo con que se recogía en lo alto su largo y oscuro cabello y puso los ojos en blanco.

—De Edad Media, nada. Al eficiente colega del diario local se le pasó por alto que el móvil de la víctima estaba a tres metros de ella. Quizá no sabía que ese aparato es un invento de la era moderna. Puede que todavía sea demasiado joven. —Dedicó a Ben, quien al parecer había sugerido el caso, una afectuosa sonrisa burlona—. Sea como fuere, el caso del cadáver de Überlingen no tiene nada de misterioso. Una prostituta muerta en un juego sexual con esposas. La Policía dice que probablemente se trató de un accidente. Al cliente le entró el pánico y arrojó el cuerpo al pantano. Una tragedia, pero ajena a nuestro interés... —Cogió un dónut, le dio un mordisco y se lamió de los labios y los dedos el baño de azúcar rojo.

Rick cogió uno de los archivadores que había sobre la mesa. «Seattle-Secuestro de Susan Pinozetti-Dossier», leyó. Junto a un breve listado de hechos, el archivador contenía fotos de un gracioso bebé y una adolescente con gesto aterrorizado. En los márgenes había una nota escrita con la característica letra inclinada de Stephanie: «¿Mafia?»

—Eso sí que me parece interesante —comentó ella entre dos sorbos de café—. Hace un año, en un despiste de la canguro, la pequeña Susan desapareció. Y no volvió a aparecer. La Policía se centró en la au-pair, una chica australiana. A nadie le preocupó que el padre del bebé tuviera contactos con la mafia... Cuando los investigadores por fin dejaron tranquila a la chica, muchas pistas ya estaban frías, naturalmente.

—¿Y pretendéis recalentarlas ahora? —preguntó escéptico Rick—. ¿Desde aquí, desde Hamburgo? ¿Esperáis descubrir algo?

Stephanie negó con la cabeza.

—Claro que no. La probabilidad de que nuestra serie de artículos Asesinatos Insondables contribuya a esclarecer algún antiguo crimen es ínfima. Pero tampoco se trata de eso. —Se frotó las sienes—. Seamos honestos. En el fondo, la serie se publicará en la sección de entretenimientos. Por algo Söder la lanzará en Halloween. Los lectores quieren sentir escalofríos mientras leen acerca de crímenes cuyos móviles se desconocen o cuyas especiales circunstancias hicieron imposible su esclarecimiento. Ben y yo investigamos un poco en esa línea... A lo mejor proporcionamos nuevos puntos de vista y estimulamos la reflexión.

En esto último consistía una de las grandes virtudes periodísticas de Stephanie Martens. Era conocida por sus agudos reportajes sobre homicidios y procesos judiciales, y por sus sagaces interpretaciones de las circunstancias del crimen y los móviles del asesino. Además, delgada y con unos claros ojos grises, despertaba confianza. Los informadores siempre se dirigían directamente a ella, que cuando trabajaba escondía a la Policía lo que sabía. De hecho, los artículos de Stephanie aparecidos en Die Lupe ya habían contribuido a la resolución de varios crímenes.

—¿Quieres algo más o podemos seguir trabajando? —preguntó a Rick en un tono tan frío que a él le sentó mal—. No es que quiera echarte. Te agradezco los dónuts y el café, pero, en serio, tenemos que ir avanzando. Como ya te he dicho, Söder quiere la primera entrega de la serie para Halloween y en dos semanas como mucho una idea general de los casos que vamos a presentar. Apenas si llegamos a clasificarlos.

Abrió otro archivador en el que Rick leyó el nombre del lugar: Masterton, Nueva Zelanda. Luego colocó las tazas una encima de otra y arrugó el plato de cartón de los dónuts. Últimamente, el comportamiento de Stephanie para con él era manifiestamente distante, y eso que hasta hacía unas semanas todavía se entendían muy bien. Por enésima vez se regañó a sí mismo: no debería haberse precipitado con la propuesta de matrimonio. Al fin y al cabo, ella ya le había dicho en suficientes ocasiones que no tenía planeado comprometerse en un futuro próximo. Pero él había vuelto a tener la sensación de que estaba preparada... y era obvio que se había equivocado.

—No te voy a pedir nada más, Steph, pero Söder... —respondió conciliador—. Bueno, Söder quiere vernos a Teresa, a Fred, a ti y a mí a las cinco en su despacho. Esto —señaló las tazas vacías y las migas de dónuts— tenía la función de apaciguar y serenar tus ánimos.

Florian Söder era el editor y redactor jefe de Die Lupe, la revista de reportajes y lifestyle en que trabajaban Stephanie y Rick. Era un hombre grueso y de corta estatura, pero ágil, y, a su manera, un genio del periodismo. Los redactores de Die Lupe lo respetaban. Söder siempre estaba a la última, sus ideas acerca de reportajes y series siempre eran originales y de actualidad. Por algo se mantenía Die Lupe en un mercado duro frente a sus competidores, infinitamente más grandes. Poco importaba que se tratase del showbusiness o de la política: Söder tenía un sexto sentido para las tendencias y conseguía rodearse de redactores talentosos y motivarlos. Rick Winter, por ejemplo, conseguía realizar sensacionales entrevistas a políticos, incluso antes de que destacasen en su propio partido; Teresa Homberg se tuteaba con distintas estrellas y estrellitas; Stephanie informaba acerca de las salas de tribunales y escenarios de crímenes en todo el mundo. La redacción de Die Lupe era mucho más pequeña que la de otras revistas, pero selecta. Por desgracia, el trato con Söder solía ser enervante y encrespado. Los redactores estaban acostumbrados, pero no es que se alegrasen, precisamente, cuando Söder los convocaba a su despacho.

—¿A nosotros cuatro? —pregu

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