Legados de Lorien 7 - Somos uno

Pittacus Lore

Fragmento

LA CHICA ESTÁ DELANTE DE UN PRECIPICIO, agarrándose al borde con los dedos de los pies. Un abismo oscuro se abre ante sus ojos. Un par de piedrecitas caen barranco abajo hasta desaparecer entre las sombras. Antes había algo en esta gran fosa, una torre o tal vez un templo; no se acuerda muy bien de qué era. Mira hacia abajo, hacia el pozo infinito que tiene delante, y, sin saber por qué, se da cuenta de que en su día este lugar había sido muy importante. Un lugar seguro.

Un santuario.

Quiere retroceder, alejarse de este foso escarpado. Es peligroso quedarse aquí, balanceándose en el borde a un paso de la nada. Pero le resulta imposible moverse. Tiene los pies clavados en la tierra. De pronto, el suelo arenoso se agita bajo sus pies: el abismo se está abriendo. Muy pronto, el borde en el que se balancea cederá y la oscuridad se la tragará.

«¿Tan malo sería?».

Le duele la cabeza. Es un dolor distante, casi como si estuviera sintiéndolo otra persona. Es un pálpito mortecino que empieza en la frente, se extiende por las sienes y desciende hacia la mandíbula. Se imagina su cabeza como si fuera un huevo que ha empezado a cascarse y cuyas fisuras se van extendiendo por toda la superficie. Se frota la cara con las manos e intenta concentrarse.

Recuerda vagamente que alguien la golpeó contra el suelo peñascoso. Una y otra vez, agarrándola por el tobillo con una fuerza insuperable. Y su cabeza impactó contra las rocas despiadadas. Pero es como si le hubiera ocurrido a otra persona. Ese recuerdo, como el dolor, parece muy lejano.

La oscuridad está en silencio. No tendrá que recordar la derrota o el dolor consiguiente o lo que se perdió cuando ese pozo sin fondo se abrió en la tierra. Si avanza solo un paso hacia el borde y cae en el abismo, podrá olvidarse de todo, para siempre.

Pero algo la retiene. En lo más profundo de su ser, algo le dice que no debería huir del dolor. Debería enfrentarse a él. Seguir luchando.

De repente, en la oscuridad que se extiende bajo sus pies, ve titilar un brillo de un azul cobalto, un rescoldo de luz solitario: su corazón se estremece. Le recuerda a aquello que tanto luchó por proteger y por qué se siente tan dolorida. Al principio la luz no es más que un punto, como una estrella solitaria en el cielo nocturno. Luego se va expandiendo, va ascendiendo hacia ella, como si fuera un cometa, y, al alcanzar el borde del abismo, vacila.

Y entonces la muchacha lo ve, flotando ante sí, tan radiante como la última vez, con esos rizos negros siempre revueltos y esos ojos de un verde esmeralda que no aparta de ella: es exactamente como lo recordaba. Le sonríe, con su habitual aire despreocupado, y alza una mano.

—Tranquila, Marina —le dice—. Ya no tienes que seguir luchando.

Al oír el sonido de su voz, todos sus músculos se relajan y, de pronto, la oscuridad que se extiende ante ella ya no le parece tan amenazadora. Permite que uno de sus pies se asome al abismo. Ahora el dolor de cabeza le resulta más llevadero. Le parece más lejano.

—Eso es —le dice él—. Ven conmigo.

Está a punto de cogerle la mano, pero hay algo que no le cuadra. Aparta la mirada de sus ojos, de su sonrisa, y entonces ve la cicatriz: una gruesa franja de un tejido hinchado de un color púrpura. Ella retira la mano y casi pierde pie.

—¡Esto no es real! —grita, recuperando la voz, mientras planta, resuelta, ambos pies en el suelo rocoso y se aparta de la oscuridad.

La sonrisa del muchacho del cabello rizado se desvanece y da paso a una expresión cruel y mezquina, una expresión que nunca había visto en él.

—Si esto no es real, ¿por qué no puedes despertar? —le pregunta él.

No lo sabe. Está allí atrapada, en el borde del precipicio, delante de ese muchacho moreno al que había querido en el pasado, pero ahora comprende que en realidad no es él, sino el hombre que la ha conducido hasta allí, el mismo que la golpeó con tanta violencia y que luego destruyó el lugar que tanto amaba. Y ahora está profanando sus recuerdos. Cierra los ojos.

—Oh, por supuesto que me despertaré, cabronazo. Y entonces vendré a por ti.

El muchacho la fulmina con la mirada y trata de adoptar una expresión divertida; pero ella se da cuenta de que está enfadado. No le ha funcionado la jugada perversa.

—Habría sido muy plácido, idiota. Te habrías limitado a caer en la oscuridad. Te estaba ofreciendo clemencia. —Empieza a hundirse de nuevo en el abismo, dejándola a solas en el borde, mientras sus palabras llegan hasta ella—. Ahora lo único que te espera es más dolor.

—Pues que así sea.

El muchacho de un solo ojo está sentado en una celda de almohadones. Se rodea con los brazos. Claro que no tiene elección: lleva puesta una camisa de fuerza. Su único ojo contempla con sopor las paredes blancas, acolchadas y blandas. La puerta no tiene pomo; no parece que haya modo de escapar. Le pica la nariz y hunde el rostro en el hombro para rascársela.

Cuando levanta la mirada, descubre una sombra en la pared. Alguien está de pie justo detrás de él. El muchacho de un solo ojo se encoge al sentir que dos manos robustas se posan en sus hombros y los estrechan con suavidad. Oye una voz profunda junto a su oído.

—Podría perdonarte —le dice el visitante—. Tus fracasos, tu insubordinación. En cierto modo fue culpa mía. Para empezar, no debería haberte mandado con esa gente. Ni haberte pedido que te infiltraras. Es normal que desarrollaras cierto... apego.

—Querido Líder —afirma el muchacho de un solo ojo con una entonación burlona, mientras forcejea tratando de liberarse de su camisa de fuerza—, has venido para salvarme.

—Eso es —confirma el hombre como si fuera un padre orgulloso, haciendo caso omiso del tono sarcástico del muchacho—. Todo podría volver a ser como antes. Como siempre te había prometido. Podríamos dirigirlo todo juntos. Fíjate en lo que te han hecho, en cómo te han tratado. Con el poder que tú tienes y dejas que te encierren como a un animal...

—Me he quedado dormido, ¿verdad? —se pregunta el muchacho de un solo ojo, impasible—. Estoy soñando.

—Sí, pero nuestra reconciliación será muy real. —Las manos robustas abandonan los hombros del muchacho y se disponen a desabrochar la camisa de fuerza—. Solo quiero una minucia a cambio. Una demostración de tu lealtad. Simplemente dime dónde puedo encontrarlos. Dónde puedo encontrarte. Mi gente (nuestra gente) estará allí incluso antes de que te despiertes. Te liberarán y te devolverán el honor.

El muchacho de un solo ojo no presta mucha atención a la propuesta del hombre. La camisa de fuerza cede cuando las hebillas se desabrochan. Se concentra y recuerda que todo esto no es más que un sueño.

—Te deshiciste de mí como si fuera basura —dice—. ¿Por qué yo? ¿Por qué ahora?

—Me he dado cuenta de que fue un

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos