Libres, Iguales, Justos (La Segunda Revolución 3)

Costa Alcalá

Fragmento

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Lunes, 15 de junio.

Casa de la Guardia de Malesia.

4.40 de la tarde

No quiere sentarse. Enzo lleva días con una avalancha en el pecho. Si se sienta, ya no será capaz de levantarse más.

—Tenemos órdenes expresas —dice la detective con la cabeza ladeada—. Lo siento.

Que lo siente. Enzo no quiere disculpas, quiere que encuentren a Kástor. Es el cuarto día que va a la Casa de la Guardia, el cuarto día que cruza esa sala salpicada de escritorios y que habla con la misma detective. Se llama Sagari. La primera vez que hablaron, parecía que iba a ayudarle. El primer «lo siento» era de apoyo. Este parece una excusa.

—¡No me diga que lo siente! —El grito le sale de la garganta a arañazos. Enzo se yergue, le duele tanto el cuerpo de rabia contenida que acaba dando un golpe seco contra una silla tapizada en terciopelo verde desgastado que tiene al lado—. ¡Con decir que lo siente no va a arreglar nada!

La detective Sagari sigue sentada al otro lado del escritorio, no se mueve.

—Las órdenes han sido claras. Son las Brigadas de Intervención Especial las que se encargan de todo lo relacionado con Zaaren Kelsryn y ya están informados de esta desaparición.

—Pero ¡ellos no han querido hablar conmigo! ¡No me dejan pasar al edificio! ¡No hay manera!

Enzo se cubre la cara con las manos al tiempo que se dobla sobre sí mismo. Podría destrozar todo el mobiliario de la Casa de la Guardia y no le bastaría.

Zaaren se lo arrebató. En la Plaza del Parlamento, a plena luz del día. Tuvo que usar Dominio. Si no, ¿por qué no fue detrás de él? Se quedó mirándolo impasible mientras Kástor se alejaba por entre la multitud. La escena se repite una y otra vez en su cerebro, como una penitencia, pero ha llegado un punto en que ya no sabe si son recuerdos o fragmentos de su imaginación.

—Tienen que estar por alguna parte en Blyd. Por todos los cielos, Zaaren debe de ser la fugitiva más buscada de todo el país y ustedes... ustedes están aquí sentados. ¿Qué hacen aquí? Deberían registrar las calles, las casas, deberían... ¡hacer algo!

—Señor Baaer, como ya le he dicho, la Guardia tiene las manos atadas.

Enzo levanta la vista un segundo. El cristal de la ventana tras la figura de la detective le devuelve su propio reflejo. El cristal le muestra a un Enzo con la expresión desencajada, cercos oscuros bajo los ojos que le hacen parecer un perturbado. Quizá lo esté.

A pesar de todo, su mente está lo bastante centrada como para captar un movimiento con el rabillo del ojo. A su derecha, uno de los guardias ha comenzado a levantarse mientras el ambiente se carga de energía contenida. Se están preparando para recurrir al Vínculo en caso de que sea necesario.

Contra él.

Enzo aprieta los dientes. Le ven como una amenaza.

Otro Enzo, quizá el Enzo de hace unos pocos días, habría recuperado la calma de inmediato. Habría pedido disculpas. Ahora, con los puños apretados, golpea la mesa con tanta fuerza que todo lo que hay encima se tambalea.

Entonces la detective Sagari hace un movimiento con la mano, seco y corto. Enzo se da cuenta de que no va por él, sino por un puñado más de guardias que, a su espalda, ya se estaban acercando.

—Señor Baaer —dice con tono calmado. Un silencio opresivo ha llenado la sala, Enzo siente todas las miradas puestas en él. Para demostrar que todo está bajo control, la detective Sagari rodea su escritorio hasta detenerse a su lado. Es una mujer menuda, de mediana edad. Bucles rubios le enmarcan las facciones redondeadas—, no puedo ni imaginarme por lo que están pasando usted y la familia del señor Graadz.

Enzo ya no puede soportar ese tono tranquilo, las palabras amables de la detective Sagari le queman en los oídos y en el corazón. Al dar un paso hacia atrás, los músculos agarrotados por la tensión hacen que trastabille y, al instante, los guardias que le rodean dan un respingo.

Vuelve la cabeza hacia una puerta de doble batiente al fondo de la sala. La salida. Venir a la Casa de la Guardia todos estos días ha sido una pérdida absurda de tiempo. Echa a caminar y solo mira hacia atrás un segundo para despedirse de la detective Sagari con una inclinación de cabeza. Ni siquiera le guarda rencor. Para ella, para todos, Kástor es solo un caso más.

Fuera, en las calles estrechas y empedradas que conforman el barrio de Malesia, tan próximo al río, un sudario de calor húmedo se le pega a la piel. Enzo camina hacia el otro lado de la calle mientras se pregunta cómo es posible que la pareja que pasa por su lado o el puñado de personas que viajan en el metropolitano con el que se cruza puedan seguir con su vida tan tranquilamente cuando él se siente truncado, en caída libre.

Se detiene. A su derecha hay unas escaleras que terminan en un porche cubierto con tejas verdes que le protegen del sol. Se sienta, saca su diario y una estilográfica del bolsillo del pantalón. Le tiemblan las manos. Escribe un mensaje a los padres de Kástor para decirles que sigue sin noticias. Luego, otro mensaje para Vann. Él tampoco ha dejado de buscarlo.

No llega a guardar el diario. Estira los dedos entumecidos y sujeta de nuevo la estilográfica. Necesita a todos los aliados que pueda encontrar y la memoria se le va a una noche fatídica, hace unos meses, cuando Enzo descubrió que Kástor había estado bajo el Domino de Zaaren durante todo el curso en el Liceo. Recuerda esa noche en que se enfrentaron a ella. Comienza a escribir:

Enzo Baaer dice:

No sé cómo decir esto, Lórim. Quizá ya lo sabes, quizá te lo ha contado Vann. Kástor ha desaparecido, Zaaren se lo llevó y la Guardia no hace nada. Sé... eres Aura, ¿verdad? Usaste Aura cuando estábamos luchando contra ella y contra sus títeres. Juraría que te escuché hablar dentro de mi cabeza. Necesito ayuda. Por favor.

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Lunes, 21 de septiembre.

Ippi, casa de Denna. 7.40 de la tarde

Si no se apresura llegará tarde; pero es que no encuentra su diario. Denna resopla con tanta energía que el flequillo le hace cosquillas sobre la frente. Con la gente que habrá hoy por Montalgo, durante el Festival, sin su diario duda que sea capaz de dar con los demás.

No tiene tiempo. Tendrá que arreglárselas sin él. Lo que no puede olvidarse es la chaqueta de hilo verde, pulcramente doblada sobre la cama, que se guarda en el bolso. Un último vistazo para asegurarse de que el d

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