El proyecto Joshua

Sebastian Fitzek

Fragmento

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Contenido

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DOS MESES DESPUÉS

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DOS MESES DESPUÉS

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Epílogo

Agradecimientos

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Para Roman Hocke

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Now I’m not looking for absolution
Forgiveness for the things I do
But before you come to any conclusions
Try walking in my shoes

DEPECHE MODE

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Parecía un aula. Un aula mísera, ya que las sillas, de color amarillo ocre y estructura de metal indestructible, con el asiento a juego, daban la impresión de haber sido adquiridas en un mercadillo. Arañadas y desgastadas por generaciones de alumnos y desechadas hacía tiempo, se veían fuera de lugar en ese sitio.

—Sentaos —nos ordenó papá mientras se dirigía hacia el frente de la estancia, donde había colocado una pizarra en la que ponía, escrito con tiza blanca: «Non scholae, sed vitae discimus.»

—¿Dónde estamos? —susurró Mark, pero no lo bastante bajo, porque papá se volvió de inmediato hacia nosotros.

—¿Dónde estamos? —vociferó, y a su boca asomó un amago de sonrisa sombría. Se estrujó los dedos con tanta fuerza que crujieron—. ¡¿Dónde estamos?! —Puso los ojos en blanco y apoyó las manos en la mesa del profesor. Con lo siguiente que dijo pareció calmarse un poco, o al menos lo dijo en voz bastante más baja. Aunque el titilar de su mirada seguía ahí, como si tras sus pupilas ardiese una vela temblorosa—. ¿Qué os parece?

—Un colegio —respondió Mark.

—Exacto. Solo que no es un colegio, no un colegio cualquiera, sino «el» colegio. El único que cuenta de verdad.

Y nos ordenó que nos sentáramos por segunda vez, y en esta ocasión obedecimos. Escogimos las sillas del medio de la tercera fila, Mark a la derecha y yo a la izquierda de mi padre, que se había colocado en mitad del pasillo, como Schmidt, nuestro antiguo profesor de Latín. Solo que en lugar de preguntarnos vocabulario, nos soltó un monólogo demencial.

—En el colegio al que ibais antes os tomaban el pelo —aseguró—. Os enseñaron a leer, escribir y contar. Ahora podéis leer textos en inglés, sabéis en qué se diferencian los mamíferos de los reptiles y por qué la Luna no cae a la Tierra, al menos espero que sepáis eso, porque cuando estabais en clase de vez en cuando dejabais de pensar en qué bragas podíais meter vuestras sucias manos.

Me sonrojé. Nuestro padre nunca había empleado un lenguaje tan vulgar con nosotros. Quise que me tragara la tierra, tanta vergüenza sentí. Miré a Mark y supe que a él le pasaba lo mismo.

—Os dicen que tenéis que aprender de la historia, os enseñan atlas para que sepáis cómo es el mundo y el sistema periódico con los elementos que supuestamente componen el universo, pero lo más importante no os lo enseñan. ¿Sabéis a qué me refiero?

Sacudimos la cabeza.

—Claro que no. No sabéis nada. Y no estoy citando al pederasta de Sócrates. Sabéis menos que nada, pero no es culpa vuestra. Es culpa de esos pedagogos ineptos, que os privan de la asignatura más importante. La única asignatura, no, la «primera» asignatura que se enseñó en este planeta y sin la cual la especie humana se habría extinguido hace tiempo. A ver, ¿de qué estoy hablando? ¿Quién me lo puede decir?

Una oleada de calor me recorrió el cuerpo, como solía pasarme en el colegio cuando tenía un examen y no había estudiado. Solo que esta vez me daba la sensación de que nunca había estado menos preparado para afrontar un examen.

—¿Ninguno?

Una rápida mirada de reojo a Mark me dijo que él también había bajado la cabeza. Tuve unas súbitas ganas de ir al retrete, pero no me atreví a decir nada.

—Muy bien, en ese caso os ayudaré —farfulló papá, como si hablara solo. Levanté la cabeza y vi que se toqueteaba el cinturón. De pronto vi un centelleo, la luz reflejándose en el metal.

—¿Qué haces? —le pregunté, muerto de miedo. Nunca le había visto esa mirada ausente en los ojos. Y nunca le había visto ese cuchillo largo y dentado en la mano.

—Pensad, ¿de qué asignatura creéis que estoy hablando? —preguntó, y miró a Mark, que seguía sin atreverse a mirarlo a los ojos, lo que probablemente fue el motivo de que mi padre lo escogiera.

Se plantó a su lado con dos pasos rápidos, lo cogió por el pelo para levantarle la cabeza y le puso la hoja en el cuello.

—¡Papá! —chillé, levantándome de la silla de un brinco.

—Tú no te muevas de tu sitio. —Su mirada me atravesó, como si sus ojos fuesen otros dos cuchillos. A mi hermano, al que el sudor le perlaba la frente, le dijo—: Piensa, piensa, hijo. ¿De qué os voy a dar clase?

Mark temblaba. Tenía los músculos tensos, a punto de reventar, como si tuviera contraído el cuerpo entero.

Tenía el miedo escrito en la cara y vi que se hacía pis, y cuando percibí el olor del miedo supe cuál era la respuesta que quería oír mi padre, aun cuando fuese absurda y terrible.

—Matar —dije, salvando así a mi hermano.

—¿Matar? —Se volvió hacia mí, y al cabo de un segundo apartó el cuchillo del cuello a Mark y sonrió satisfecho—. Muy bien. Un punto para ti.

Me felicitó por mi respuesta sin que en su voz hubiese una pizca de ironía, y me hizo un gesto de aprobación.

—En efecto. No habéis apren

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