Yo nunca

Eduardo Trillo

Fragmento

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A Madre y a Papá, por darme la Vida y ser dos guías maravillosos.

A Rôbbe, el mejor hermano que puedo tener.

A mis hijas, Àfrica Uri y Enoâ, porque ellas me abrieron el camino.

A Gi y Ro, por el amor incondicional y el apoyo técnico, virtual y, sobre todo, por ser familia.

A Bisila Bokoko, por hacerme ver la importancia del legado.

A Rubén y Asué, porque, a sabiendas o no, me han alentado y motivado a contar mi propia historia.

A Juanma, por encenderme la bombillita y por preparar las mejores croquetas del mundo.

A las Mujeres 3.0, por todo el apoyo, las confidencias, los debates, las discusiones, las risas y las reflexiones.

A Herbes, Peich, EvaZeta, Sara y Li, por estar siempre.

A mi equipo de Locas del Coño, por hacer siempre de escudo, por apoyar y contener y enseñarme tanto, siempre desde el amor.

A Nataly, mi brujita querida.

A Maite por el amor, a pesar de las idas y venidas. HBIC.

A mi grupo Mar de Luz, por todo el aliento. NMRK.

A Gonzalo Eltesch, mi editor, por la confianza, los cuidados y el entusiasmo. Y por creer en esta obra tanto como yo.

Y como no quiero olvidarme de nadie, a quienes creyeron en mí desde el principio.

Gracias por tanto.

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PRÓLOGO

Necesitar encontrarme entre tus páginas, en alguno de tus fotogramas. Abrir ventanas y luego puertas, quemar la casa. Sentir dolor y vacío. Reformarla con amistades nuevas, con mirada nueva, con añicos de alma pegados poquito a poco, mientras cantas, filmas, escribes y escapas del silencio para vivir, para contar. Cuando quieres encontrarte es que ya te buscas, y la búsqueda nace del desconcierto, del rechazo, de la falta de reconocimiento, de no encajar, y por eso descubrirte en tu amplitud, o iniciarte en el viaje para llegar a ti, es paz.

Esto último tiene que ver con la identidad, ese poliedro gigante que no deja de sumar caras y años al ser. Y cada cara, un mundo, y el mundo en una cara, depende de en qué momento vital nos hallemos o de qué parte de nosotras sintamos atacada.

Desirée habla de sí misma, de su proceso inconcluso y perpetuo de construcción, revisa su vida y le pone palabras, porqués. Ha escogido un título rotundo para su libro, Ser mujer negra en España, puesto que, por desgracia, su color ha sido el eje en torno al cual han girado demasiados aspectos de su existencia: la adolescencia, la relación con los chicos, su disgusto al mirarse al espejo y desear lo imposible: ser otra, todas sus heridas, también las físicas. Las mujeres negras necesitamos tiempo para entender lo que implica serlo, porque llevamos lo que dicen que somos atado a nuestros tobillos, y es como un grillete, pesa. A veces, claro, nos hace caer y acabamos con las rodillas llenas de arena, polvo, raspones y sangre.

Lo lógico sería pensar que con obviar lo que opinen los demás ya basta, pero no es tan sencillo. Los paradigmas mediáticos nos muestran infantilizadas, hipersexualizadas, vulnerabilizadas, teñidas de prejuicios y connotaciones, y no dejan espacio (porque existir, existen) a demasiados espejos en los que mirarnos, de modo que crecemos huérfanas de referentes reales, que vayan más allá de los que sí aparecen, que son, casi siempre, los estereotipados. Por eso no es raro que nos comenten que no somos como los demás, y que incluso nos lo creamos. Hasta que llega un momento en el que te planteas quiénes y cómo son los demás, y sientes que no solo no eres excepcional sino que, si «la demasidad» existe, tú formas parte de ella, y que en su seno cabe una diversidad infinita. Salir de la cárcel en la que, de una u otra manera, la sociedad, por el mero hecho de nacer, nos encierra a todos y cada uno de los seres humanos es doloroso, porque en ocasiones nos sentimos cómodos dentro. Romper los barrotes de tu celda implica tomar conciencia, y cuando lo haces colocas en su sitio muchos comportamientos, tanto ajenos como propios, lo que tiene consecuencias en tus relaciones. Esto, a priori, debería ser bueno; sin embargo, decir «hasta aquí» no siempre resulta agradable, sobre todo con las personas queridas.

La gente que ni nos conoce tiende a señalar cierto victimismo en nuestra actitud. Antes me sentaba fatal, pero en una conversación con la grandísima escritora costarricense Shirley Campbell Barr concluí que, en efecto, somos víctimas (unas más que otras, vaya por delante la asunción de mis privilegios por haber nacido en España y tener un DNI). Basta con echar un ojo a la historia para refrendar sus palabras. No obstante, tenemos la fuerza para levantarnos, responder y seguir caminando, si hace falta, llenas de cicatrices. Hablo en plural porque formar parte de un colectivo minorizado es eso, supongo, asumir que no somos «yoes» sino «nosotras». Ahí está el germen del activismo, en el bien colectivo, aunque parta de la necesidad imperiosa individual de ser entendida, de ver cabezas que asienten en lugar de ojos que interrogan, de recibir abrazos fraternos, en vez de excusas. Y luego quien abraza eres tú.

No hace mucho me pidieron colaborar en una performance en un festival llamado «Afroconciencia» que se celebra en Madrid. Se me ocurrió hablar de que la piel es una bandera, porque es un rasgo físico muy simbólico, la llevamos encima, cuenta mucho de nosotras, incluso cosas que no tenemos ni que saber, que no escogimos, pero que, para el resto, indefectiblemente, nos definen, nos hacen peligrosas, cercanas, amigas o enemigas. ¿Y saben qué? Que el pelo también. De hecho, es el mástil inseparable de la tela que es la dermis. Y yo he tardado mucho en caer en la cuenta, debo reconocerlo, quizá debido a que nunca me desricé, aunque quise (mi madre jamás me lo permitió) o a que, al tener el rizo grande, no entro en el club de las que tienen pelo malo, eso que se han inventado y que no existe. Con todo, es una tautología decir que no hay pelos malos, pero hace bien escucharlo. El cabello es hilo conductor en una historia de raza, racismo y empoderamiento. El cabello es política encarnada. Por eso es una excelente noticia que cada vez se desricen menos personas y se sientan cómodas con su pelo y en su piel, y que encuentren a mujeres como la autora de esta obra, que les ayuda a saber quiénes son y les recuerda que son bellas simplemente por ser.

Cuentas para vivir, por la necesidad de expresarte, de recordar que hay otras historias importantes y necesarias, y en ellas las leonas hablan y los cazadores callan y prestan atención. Con el tiempo, más serena, vives para contar: una charla, un blog, un libro, un vídeo, una canción... Se trata, pues, de una responsabilidad, con el objetivo de que las que vengan detrás puedan asirse al relato que tú no tuviste, que eso les dé fuerzas para crear el suyo, de forma que puedan enriquecer la contrahegemonía discursiva con más voces, con todas las voces. Ser mujer negra en España, de Desirée Bela-Lobedde, no es un anecdotario. Es el día a día de un sistema racista; tampoco es entretenimiento, sino conciencia y, sin embargo, por cómo está escrito, les resultará ameno, liviano y poderoso, puesto que su desnudo vital, ese que generosamente comparte con ustedes,

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