La caja de Pandora (Un caso de Flavia Albia, investigadora romana 6)

Lindsey Davis

Fragmento

Dramatis Personae

DRAMATIS PERSONAE

FLAVIA ALBIA, una investigadora intuitiva.

T. MANLIO FAUSTO, su marido, espera que sea vidente.

DROMO, su esclavo, un caso perdido.

LAIA GRACIANA, una visitante manipuladora.

SALVIO GRATO, su hermano, un hombre de negocios.

GLAUCO, un atleta amable.

M. DIDIO FALCO, un honrado subastador (caveat emptor).[1]

ESCORPIO, Primera Cohorte, está de vuelta de todo.

JULIO CARO, tarea especial asignada: vigilar.

JUCUNDO, un apasionado de la vida.

PARIS, su despreocupado recadero.

MAMILIANO, un respetado abogado.

ESTACIA, su esposa, un tesoro privado.

VESTIS, su doncella.

VOLUMNIO FIRMO, un mediador profesional.

SENTIA LUCRECIA, su esposa, de la que está separado.

CLODIA VOLUMNIA, su hija fallecida, muy prometedora.

P. VOLUMNIO AUCTO, su hijo ausente, una decepción.

VOLUMNIA PAULA, una abuela con mucho peso, a la ofensiva.

MARCIA SENTILA, otra abuela, acusada en una riña doméstica.

CRISA, una sirvienta digna de confianza.

DOROTEO, un esforzado esclavo, lesionado.

RUBRIA TEODOSIA/«PANDORA», la herborista de moda, oye voces.

MERÖE Y KALMIS, las que proporcionan un resplandor mágico.

POLEMAENA, una contundente secuaz.

UN FRUTERO, no ha visto nada, no dice nada.

ANTHOS Y NEO, ¿que no puedes pagar? Nada que no hayan oído antes.

EL VIEJO RABIRIO, omnipresente, se deja ver muy poco, jefe de una banda.

BALBINA MILVIA, la hija de alguien, su marido está fuera.

VERÓNICA, la madre de alguien, su marido está de viaje.

DEDU, un verdulero que se promociona divinamente.

MIN, su herramienta de publicidad.

NUMERIO CESTINO, el estoico pretendiente rechazado (pasando página).

CLUVIO, un cabecilla nato (eso dice él).

GRANIO, un bromista, bonito mostacho (eso cree él).

POPILIO, su problema es más gordo de lo que imagina.

SABINILA, el acicalado problema.

REDENTA, su mejor amiga en el mundo.

UMIDIA, la callada.

«MARCIAL», su maestro en el manejo de la espada.

ANICIA, la novia de alguien (¿pero quién?).

«TREBO», un misterioso desconocido.

VINCENCIO TEO, un hombre encantador, con una inclinación legal (¿inclinado a la corrupción?).

PADRES Y OTROS PARIENTES, estúpida prole, pasados turbios, pagan para librarse de los problemas.

FALAECO, maestresala en Fábulo, sin comentarios.

FUNDO, un mozo, su primer día, ¿todo bien, señor?

FORNAX, un cocinero, preparando su marcha.

FORNIX, una nueva identidad.

MENENIO, un médico servicial.

Una PERRA, esperanzada.

LECHUGA, glauca (verde-azulada).

ROMA: El monte Quirinal

Octubre, año 89 d.C.

Capítulo 1

1

Cuando la exmujer de mi marido se presentó ofreciéndome trabajo, supe que tramaba algo. Lo había dejado en paz durante diez años después del divorcio, pero en cuanto él empezó a interesarse por mí, volvió rápidamente como un persistente hedor. Él siempre había pretendido que ella lo había dejado con motivo, pero eso eran sandeces. Separarse de ella había sido un golpe de suerte.

Yo sabía que se sentía culpable por no haber invitado a Laia a nuestra boda. Yo no. En esta ocasión, yo habría fingido no estar en casa, pero él decidió hacerla pasar. Tiberio podía ser tan imparcial que, de haber tenido una sartén de hierro a mano, le habría golpeado con ella en la cabeza. Por suerte para él no suelo cocinar y el ama de llaves que teníamos a prueba nos había dejado, así que nadie blandía sartenes en nuestra casa. Lo que hacía yo era aportar pan y queso para la mayoría de las comidas, que es por lo que existen el pan y el queso en mi opinión.

Con el tiempo, encontraría nuevos criados. Luego podría concentrarme en nuestro emergente negocio familiar y en mi propia carrera. Por desgracia, mi trabajo había dado a mi predecesora una excusa para visitarnos. Yo era una informante que conducía investigaciones para clientes particulares. No era la altiva ex quien me contrataba personalmente, solo intentaba manipularme; quería que trabajara para otra persona, con la que en mi opinión sería incompatible.

No ofrecí refrigerio alguno a Laia Graciana; antes le contagiaría unas verrugas. Con su elegante atuendo y su aire engreído, permaneció impávida, sentada en nuestra antesala, mientras Tiberio Manlio convenía cortésmente que la historia relatada por su exmujer parecía intrigante. A mí me pareció una porquería. Laia era una rubia rica y altanera y yo la detestaba. Ella y yo no forjaríamos jamás una buena relación de trabajo; no me imaginaba llevándome mejor con ninguno de sus amigos.

—Podría ser interesante, Albia —se aventuró a decir Tiberio, aunque pisaba terreno peligroso.

—Podría ser horrible. —Me gusta ser directa.

Él sonrió. Podría haberme ablandado entonces, si no hubiera incluido a Laia en la sonrisa.

Por lo general aceptaba de buen grado sus consejos. Me daba su opinión con la severidad que cabía esperar de un magistrado, y luego me dejaba tomar mis propias decisiones. De haber estado los dos solos, habría discutido conmigo por desdeñar el encargo de Laia, pero delante de ella nos mostraríamos en armonía.

—Los honorarios serían elevados. —Tiberio, un auténtico plebeyo a cargo ahora de un negocio de construcción, estaba habituado a calcular rápidamente los cos

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