El último golpe

Robert Crais

Fragmento

golpe-2.xhtml

Primera edición: enero 2011

Título original: Indigo Slam

Traducción: Francesc Reyes

© Robert Crais, 2011

© Ediciones B, S.A., 2011

© Concell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

© www.edicionesb.com

ISBN: 978-84-666-4787-8

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público.

golpe-3.xhtml

 

Con afecto y admiración

a Wayne Warga y Collin Wilcox,

dos hombres encomiables,

siempre en lo alto

toc.xhtml

Contenido

Agradecimientos

Seattle

TRES AÑOS DESPUÉS: LOS ÁNGELES

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

13

14

15

16

17

18

19

20

21

22

23

24

25

26

27

28

29

30

31

32

33

34

35

36

37

38

golpe-4.xhtml

Agradecimientos

El autor agradece la valiosa ayuda de: Howard A. Daniel III del Southeast Asian Treasury en temas de divisas extranjeras y técnicas de impresión; Kregg P. J. Jorgenson por permitirle conocer mejor Seattle, el servicio de aduanas de Estados Unidos y el crimen en la región de Pacific Northwest; y de Gerald Petievich por abrirle numerosas puertas del Servicio Secreto, así como de los agentes celosos de su anonimato que tuvieron a bien compartir su tecnología y experiencia. Los errores que contenga la obra son responsabilidad única y exclusiva del autor.

Una novela es un trabajo hecho por muchas manos. Gracias a Patricia Crais, Lauren Crais, William Gleason y Andrea Malcolm, Jeffrey Liam Gleason, Carol y Wayne Topping, Aaron Priest, Norman Kurland, Robert Miller, Brian DeFiore, Lisa Kitei, Marcy Goot, Chris Murphy, Kim Dower, Samantha Miller, Jenniffer Lang y, especialmente, a Leslie Wells.

golpe-5.xhtml

Seattle

A las dos y catorce minutos de la madrugada, cuando abandonaban una vida para empezar otra, la lluvia rugía rabiosa formando una cortina de agua, que caía contra la casa y el porche y la furgoneta Econoline, totalmente blanca, que los agentes federales habían llevado para sacarlos de allí enseguida.

Charles dijo:

—Teri, ven, que te enseñe una cosa.

Su hermano pequeño, Charles, se había apostado en la ventana de la fachada de la casa a oscuras. La casa estaba oscura porque así lo habían querido los policías. Nada de luces, mejor velas o linternas, dijeron.

Teresa, a quien todo el mundo llamaba Teri, se reunió con su hermano junto a la ventana y ambos miraron hacia la furgoneta aparcada en el camino que llevaba a la entrada. Los rayos estallaban como fogonazos gigantescos, iluminando la furgoneta y las casas de madera de los alrededores del Highland Park, en la parte oeste de Seattle, doce kilómetros al sur de la Space Needle. Las puertas laterales y trasera de la furgoneta estaban abiertas y un hombre en cuclillas colocaba en orden las cajas dentro. Otros dos, que habían estado hablando con el conductor de la furgoneta, se acercaron a la casa por el sendero. Los cuatro vestían largos e idénticos impermeables negros y sombreros negros, que tenían que sujetarse para que la lluvia no se los llevara. Realmente, la lluvia les azotaba como si quisiera traspasar los impermeables y sombreros y clavarlos en el suelo. Teri pensó que en unos minutos también la azotaría a ella.

—Mira qué grande es ese camión —dijo Charles—. En un camión tan grande cabe mi bicicleta. ¿Por qué no puedo llevarme la bici?

—No es un camión —contestó Teri—. Es una furgoneta y esos hombres han dicho que solamente podemos llevar las cajas.

Charles tenía nueve años, tres menos que Teri, y no quería dejar allí su bicicleta. Teri tampoco quería dejar allí sus cosas, pero los hombres habían dicho que solamente podían llevar ocho cajas. Cuatro personas a dos cajas cada una son ocho cajas. Simples matemáticas.

—Les queda mucho sitio.

—Ya compraremos otra bici. Lo ha dicho papá.

—Yo no quiero otra bici —dijo Charles enfadado.

El primero en entrar dejando la lluvia atrás fue un gigante de dos metros, y el que le seguía parecía incluso más alto. El agua caía de sus impermeables al suelo d

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos