Expreso de medianoche

Billy Hayes

Fragmento

 

 

BILLY HAYES (Nueva York, 1947), es escritor, actor y director de cine estadounidense. Es conocido por su libro autobiográfico Expreso de medianoche, sobre sus experiencias y su fuga de una prisión turca después de haber sido condenado por contrabando de hachís, adaptado al cine en 1978, con guión de Oliver Stone y dirección de Alan Parker, con Brad Davis interpretando el papel de Hayes.

WILLIAM HOFFER es guionista y escritor.

 

«Una escalofriante historia real con más suspense que cualquier ficción.»

Publishers Weekly

 

 

 

 

Este libro está dedicado a mi padre

 

AGRADECIMIENTOS

 

Deseo dar las gracias a mi familia y parientes, viejos amigos, nuevos amigos, y otros amigos a quienes nunca he conocido.

 

B. H.

 

1

 

A unos veinte kilómetros al oeste de Estambul, más allá de los suburbios de la ciudad, en las llanuras agrícolas cercanas a la costa, se encuentra el Aeropuerto Internacional de Yesilkoy. Cada mediodía llega de Teherán el vuelo N.o 1 de Pan American. Descienden algunos pasajeros, otros suben y el avión despega nuevamente a la una, para continuar su viaje a Francfort, Londres y Nueva York. El 6 de octubre de 1970, sintiéndome como un personaje de Ian Fleming, cubiertos los ojos con grandes gafas oscuras y con el cuello de mi gabardina levantado hasta las orejas, observé cómo el nuevo N.o 1, un Boeing 707, aterrizaba en la pista de hormigón. Bajé el ala de mi sombrero hasta casi cubrirme los ojos y me apoyé contra la pared próxima al mostrador donde se registran los pasajeros.

Un hombre bajo y regordete pasó frente a mí y apoyó su maleta sobre la balanza. La bonita muchacha de cabellos oscuros que estaba detrás del mostrador rotuló el bolso de mano que llevaba el pasajero, selló su pasaje y le indicó que atravesara una puerta. Desde donde me encontraba vi que la coronilla calva del individuo se ponía roja por el esfuerzo mientras caminaba por el largo corredor. Allá, en el extremo, un aburrido policía turco de uniforme arrugado le revisó de mala gana el bolso de mano y le dio una mirada al pasaporte del hombre. Con tos provocada por el cigarrillo que fumaba, el agente le indicó al pasajero que avanzara. Observé cómo el hombre regordete desaparecía en la sala de pasajeros de Pan Am.

Sí, sí, me dije. Así debe hacerse. Parece fácil...

Caminé hacia el mostrador y con lo que me quedaba de dinero compré un pasaje a Nueva York para el día siguiente.

Había planeado observarlo todo hasta que el avión partiera, pero, ¿qué más había que ver? ¿Realmente necesitaba ser tan minucioso? Allí la vigilancia parecía una broma, algo en lo que se piensa después de que sucedan las cosas. Si me apresuraba a tomar un taxi podía volver al Pudding Shoppe a tiempo para mi cita con una chica inglesa que había conocido durante el desayuno. Me había comentado que estaba en Estambul para escribir una tesis sobre la danza del vientre. ¿Quién oyó hablar alguna vez de una tesis sobre la danza del vientre? Pero en verdad no me importaba si su historia era falsa o verdadera. Todo lo que deseaba era estar acompañado antes de mi aventura. Esa tarde, esa noche, esa mañana, parecían escenas de una película. Yo, un tanto inquieto pero esforzándome por mantener la calma, era el actor principal.

Suprimí la última media hora de mis cuidadosos planes y subí a un taxi. Ese día el vuelo N.o 1 de Pan Am se marcharía sin que yo lo despidiera.

El Pudding Shoppe casi había pasado a ser mi hogar durante esos diez días en Estambul. En toda Europa había oído hablar de ese ruidoso local turco donde se reunían los hippies viajeros. Yo no me consideraba un hippie ni mi corte de pelo era adecuado para el Pudding Shoppe, pero allí podía alternar tranquilamente con los otros extranjeros.

Sentado a una pequeña mesa de la acera, bebía el dulce té turco mientras aguardaba a la inglesa. A mi alrededor la gente conversaba, reía, gritaba. Mendigos y vendedores ambulantes caminaban entre la colorida multitud. Un vendedor callejero preparaba shishkebab. El aroma de la carne se mezclaba con el olor del estiércol de la calzada. Un muchachito de ojos pícaros surgió desde la esquina trayendo de una cuerda a un oso de enorme hocico. Allí me quedé sentado. Anhelante, pero nervioso, aguardaba el peligro de mañana.

La muchacha de la tesis sobre la danza del vientre no apareció. Tal vez debí considerarlo un presagio.

 

 

Llegué temprano. Fui al lavabo del aeropuerto y me encerré en un compartimiento. Levanté mi grueso jersey de cuello alto. Todo estaba en orden. Me coloqué otra vez el jersey debajo de la chaqueta de pana y miré el reloj. El momento se acercaba.

Ya era hora. Sería fácil. Lo había controlado todo el día anterior.

Cerré los ojos y aflojé los músculos. Respiré profundamente. La presión de la cinta que me rodeaba el pecho me dolió. Salí del lavabo tratando de aparentar un aire de naturalidad. Ya no me podía volver atrás.

La misma joven sonriente de pelo oscuro estaba detrás del mostrador.

—Buenas tardes, señor Hayes —me saludó en inglés con acento extranjero mientras miraba mi pasaje—. Que tenga un buen viaje. Por aquí, por favor.

Señaló el mismo corredor que yo había observado el día anterior. El agente de tez olivácea y expresión aburrida esperaba en su

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