El blues del hombre invisible

Daniel Bautista

Fragmento

Creditos

1.ª edición: abril, 2015

© 2015 by Daniel Bautista Machín

© Ediciones B, S. A., 2015

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal: B 9383-2015

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-054-3

Maquetación ebook y diseño portada: Caurina.com

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A Mariola Suárez, mi Watson en este caso abierto que es la vida

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Yo era un hombre invisible, pero no uno como el de H.G.Wells, que en el fondo era más llamativo que cualquier otro. Nada pasa menos desapercibido que un siniestro hombre vendado como una momia. Alguien así alberga un misterio y despierta la curiosidad de quienes lo observan. No, un auténtico hombre invisible, como lo era yo, entraría en el pueblo de Iping y aún en la posada de The Coach and Horses sin que se reparase en él, porque ni tendría el rostro cubierto ni sus actos serían extraordinarios. Luego, abandonaría el lugar sin que nadie lo recordara. Yo era, según el detective Ramón Vidal, ese tipo de hombre invisible, uno de los auténticos, de los que no suponen un enigma para nadie ni guardan secretos.

Ningún hombre invisible, no obstante, lo es para todo el mundo todo el tiempo. Durante tres años yo había dejado de serlo para Andrea González, que era adicta a las películas de James Bond y debió de enamorarse del espía secreto que –según también Ramón– nunca fui porque no nací en la antigua Unión Soviética. Ahora, no obstante, comenzaba a desaparecer para ella.

A mí, Andrea me amó como a un acertijo; más que quererme quiso resolverme. Se enamoró de mí porque yo era detective privado y ella apenas una niña de diecisiete años. Desde entonces, me fue quitando lentamente los vendajes para solventar mi enigma, pero ese ejercicio había acabado por decepcionarla. Bajo mis vendas solo había una maraña de pelo oscuro, grandes ojos marrones y rasgos gruesos, nada propio de un agente secreto o de un detective de novela negra.

Andrea se había empeñado en pelarme como una cebolla, pero debajo de cada capa solo encontraba una nueva, y debajo de todas ellas no había nada, porque realmente yo no guardaba ningún secreto. Mientras ella lo descubría, yo deje de interesarle. Ahora pelaba una cebolla diferente, que era el policía Abraham Mayor.

Lo descubrí sin quererlo. Una semana antes la vi en el edificio de Abraham y no tardé en unir cabos, al fin y al cabo me dedicaba a eso. Pronto cuadraron sus ausencias, sus excusas y sus silencios con el modus operandi de quien cometía una infidelidad. Junto a Ramón había investigado innumerables casos similares.

Abraham había estudiado con ella. La pretendió desde el instit

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