Holocausto Manhattan

Bruno Nievas

Fragmento

Manhattan-6

30 de noviembre de 2001.
Afueras de Kandahar, Afganistán

Danny agachó la cabeza de forma refleja cuando varios impactos metálicos repiquetearon en el casco del Sikorsky CH-53E Super Stallion, el helicóptero en el que habían rozado las dunas a trescientos kilómetros por hora. Las tres ametralladoras de la bestia de dieciséis toneladas retumbaron y los talibanes del mulá Omar se dispersaron. El recluta que estaba a su lado vomitó, pero nadie pareció darse cuenta salvo él, que contuvo sus propias arcadas. Por encima del tableteo de las ametralladoras y el rotor de la nave oyó vociferar al sargento que salieran de una puta vez.

Él y otros cincuenta y cuatro marines abandonaron la seguridad de las tripas del helicóptero. Danny pisó Afganistán por primera vez en su vida, pero apenas pudo ver nada debido a la maldita polvareda que levantaba el Sikorsky. Un bofetón de calor le hizo abrir la boca y aspiró una abrasadora mezcla de arena, polvo y olor a combustible quemado. Se le sofocó la garganta y notó arder el pecho. Esta vez no pudo contener las náuseas: apretó los puños sobre su M16 y vomitó el desayuno, todo sin dejar de correr detrás de sus compañeros. Le resultó imposible ver a través de la polvareda, el helicóptero ya despegaba y la arena giraba alrededor. Los ojos le escocían a pesar de las gafas protectoras, pero hubiera sido peor quitárselas. Ya tendría tiempo de lavárselos luego. Si había un luego, claro.

Intentó concentrarse en su misión: seguían una indicación de Inteligencia sobre el posible paradero de Bin Laden. Al parecer se ocultaba en Kandahar. Si lo atrapaban podrían volver a casa como héroes. América necesitaba algo así después del atentado de las torres. Y él lo que necesitaba era pasta. Seguro que si era de los que cogía al tipo ese podría ir de programa en programa, contándolo. Qué coño, pensó, saldría en revistas como Penthouse. La idea de ganar dinero le excitaba. Lo necesitaba y mucho.

Con el sudor entrándole en los ojos fijó la vista en las botas de Logan, el compañero que corría delante. Era importante pisar donde él, no tenía ganas de saltar en pedazos por culpa de una mina. Pero el humo, el polvo y el sol que se reflejaba en cada maldito grano de arena hacían que aquello fuera como jugar a la ruleta rusa en cada paso. De repente se dio de bruces con su compañero y perdió el equilibrio. Pensó en las minas y se agarró a él. A duras penas evitó caer de espaldas. Frenético por el susto, le golpeó.

—¿¡Pero qué cojones haces!?

Logan no dio muestras de oírle. Le gritaba a Kurt, el recluta que iba por delante de ellos.

—¿Qué significa que «nos hemos perdido»? —vociferó.

—¡No sé dónde están los demás, joder! —gritó Kurt, que aún tenía espinillas en el rostro—. ¡No se ve una mierda!

Danny miró alrededor y maldijo en voz alta, era imposible ver nada. Una detonación le hizo arrojarse al suelo de forma instintiva y el aire se llenó de más humo. Debía de haber sido una granada, pensó. Oyó silbidos: disparos. Sintió los impactos en el suelo y en las rocas. Esos malditos talibanes le iban a acribillar. Empezó a gimotear, tratando de camuflarse con la arena.

—¡Vienen de allí! —gritó Kurt.

Danny vio que su compañero estaba parapetado tras un saliente de roca, señalando hacia una casona de piedra. Nuevos silbidos rasgaron el aire y él enterró la cabeza en el suelo. La arena se le introdujo en la boca y en las fosas nasales, abrasándoselas. Muerto de miedo, se abstuvo siquiera de maldecir. Si hubiera podido se hubiera vuelto invisible. Oyó nuevos disparos, pero gracias a Dios esta vez procedían de sus dos compañeros. Se permitió alzar de nuevo la cabeza. El humo se había disipado en parte y, lo más importante, ya no oía fuego enemigo

—¡Vamos! —dijo Kurt, levantándose.

Él y Logan dispararon ráfagas en dirección a los dos ventanucos de la casona. Nadie respondió a su fuego y Kurt pudo llegar hasta la pared, donde se pegó como una lapa. Ellos avanzaron, apuntando con sus armas hacia delante. La puerta —si es que se podía llamar así a cuatro tablones desvencijados— cedió en cuanto Danny la golpeó con el pie.

Al entrar oyó el grito de una mujer, de mediana edad y cubierta por un velo. Debía de ser la madre de dos adolescentes que se abrazaban a ella, gritando también: un chico aún imberbe y una chavala algo mayor que él y bastante guapa, según apreció. Hizo un barrido visual y vio que en el suelo había un viejo rifle Kalashnikov. Era el que probablemente habría usado el chaval. Debía de estar sin balas. Soltó una carcajada y la mujer apretó contra sí a sus hijos. Logan, maldiciendo en voz alta, pasó por su lado y se acercó al joven. Este levantó las manos aterrorizado. Su compañero lo agarró por el cuello y tiró de él.

—¡¿Se puede saber qué cojones hacías?!

El chico se retorció y Logan le golpeó en la cara. Seguro que no entendía nada, pensó Danny. Las dos mujeres chillaron y él les gritó que se callaran de una puta vez. Sin embargo, allí todos gritaban y él sintió ganas de empezar a disparar sin contemplaciones, con tal de que todos se callaran de una vez. Logan levantó su brazo para golpear al chico. Y este le escupió en la cara.

Durante un segundo pareció que el mundo se había detenido. Vio el rostro de Logan y no le gustó lo que vio. Entonces todo se puso en marcha de nuevo: su compañero, rojo de ira, arrojó al chico al suelo y se llevó la mano al cinto. Las mujeres gritaron y Danny también, era evidente lo que iba a suceder. Pero antes de que pudiera moverse, Logan extrajo la pistola, apuntó a la nuca del joven y apretó el jodido gatillo sin pensárselo ni un segundo.

Muchos años después Danny se despertaría oyendo los gritos y viendo las imágenes de ambas mujeres, desnudas y violadas por sus compañeros junto al cuerpo del chico, pisoteando su sangre aún caliente, que no paraba de brotar de su cráneo. Y él se arrepentiría de no haber hecho nada por impedir aquello.

Pero en ese momento, cuando le llegó su turno, solo fue capaz de apreciar que ambas mujeres tenían hematomas por todo el cuerpo. Vio cómo Kurt le dio una patada a la madre, arrojándola al lado del adolescente. Desnuda y empapada en sangre, la mujer abrazó el cadáver de su hijo, gimoteando. Aquello era demasiado, pensó; si los cogían sería un desastre. Pero también estaba excitado. Miró a la chica joven. Estaba desnuda y tenía una piel aterciopelada que brillaba en cada una de sus sensuales curvas. «Qué demonios», se dijo. La agarró del cuello y se bajó los pantalones.

—Estoy fuera, esto apesta —dijo Logan—. Ya sabes lo que tienes que hacer cuando termines. —Señaló a ambas mujeres con su arma—. No podemos dejar rastro.

Él apenas lo miró. Estaba embelesado con la chica, a la que ya estaba embistiendo. Ella abrió la boca y aunque probablemente fue de dolor, verla así le excitó más y eyaculó. Ella rompió a llorar y ya no le pareció una mujer tan sensual. Solo era una niña asustada. Y algo en su llanto le recordó al de su hija, que solo tenía meses. Una mezcla de arrepentimiento y terror le estremeció. Nervioso, desenfundó la pistola y apuntó a la cabeza de la joven. Logan llevaba razón, no podían dejar pruebas. Pero vinieron a la mente los rostros de su familia. El dedo tembló. «¡Hazlo ya! —se dijo—. ¡Ahora! —Tod

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