Sepulcros blanqueados (Detective William Monk 9)

Anne Perry

Fragmento

Creditos

Título original: Whited Sepulcres

Traducción: Borja Folch

1.ª edición: julio, 2013

© 2013 by Anne Perry

© Ediciones B, S. A., 2013

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal: B. 18.617-2013

ISBN DIGITAL: 978-84-9019-476-8

Maquetación ebook: Caurina.com

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Dedicatoria

 

 

 

 

 

Dedicado a Ken Weir

por su amistad

Contenido

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

 

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Oliver Rathbone se recostó en el sillón y suspiró satisfecho. Acababa de finalizar con éxito un caso largo y tedioso; había ganado para su cliente una sustanciosa suma en concepto de daños y perjuicios por una falsa acusación. El caballero, cuyo apellido había quedado sin tacha, se mostró agradecido; alabó el talento de Rathbone, quien aceptó el cumplido con elegancia y la dosis apropiada de humildad, tomándolo más como una prueba de cortesía que como una verdad manifiesta. No obstante, había trabajado de firme haciendo gala de una excelente capacidad de juicio y desplegando una vez más el ingenio que lo había convertido en uno de los mejores abogados de Londres, cuando no de toda Inglaterra.

Sonrió ante la expectativa de pasar una velada agradable en el baile de lady Hardesty. Miss Annabelle Hardesty había rendido pleitesía a la reina, y había recibido incluso un comentario aprobador del príncipe Alberto. Se trataba de su presentación en sociedad, una velada en la que celebrar toda clase de triunfos, un acontecimiento encantador.

Una llamada a la puerta interrumpió su ensoñación.

—¿Sí?

Irguió el torso. No esperaba a nadie. De hecho, había pensado irse pronto a casa y tal vez dar un pequeño paseo por el parque para disfrutar del aire primaveral y contemplar los castaños en flor.

Simms, su secretario abrió la puerta y se asomó.

—¿Qué ocurre? —preguntó Rathbone frunciendo el entrecejo.

—Un joven caballero desea verle, sir Oliver —repuso Simms muy serio—. No ha concertado ninguna cita pero parece muy inquieto. —Enarcó una ceja con cara de preocupación y miró atentamente a Rathbone—. Se trata de un hombre bastante joven, señor, y aunque hace todo lo posible por ocultarlo, tengo la impresión de que está en extremo asustado.

—Me figuro que en tal caso será mejor que lo haga pasar —concedió Rathbone, más por la mirada de Simms que por el convencimiento de poder resolver los problemas de aquel joven.

—Gracias, señor. —Tras una levísima reverencia, Simms se retiró.

Momentos después, la puerta volvió a abrirse de par en par y el muchacho apareció en el umbral. Tal como había dicho Simms, se lo veía profundamente trastornado. No era alto, quizás un par de centímetros más bajo que Rathbone, pero la figura esbelta y los hombros anchos le conferían la apariencia de una altura mayor. Presentaba la tez muy blanca y unos rasgos regulares. La fuerza de su rostro era fruto de la anchura de la mandíbula y de la mirada penetrante y resuelta que dirigió a los ojos de Rathbone. Resultaba difícil determinar su edad, como suele suceder con quienes son muy blancos de piel, pero no debía de andar lejos de la treintena.

Rathbone se puso en pie.

—Buenas tardes, señor. Entre y dígame en qué puedo ayudarle.

—Buenas tardes, sir Oliver. —El joven cerró la puerta tras de sí y avanzó hacia el sillón que había frente al escritorio de Rathbone. Respiraba con regularidad, como si hiciera un esfuerzo delib

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