Un palacio en el infierno

Alice Quinn

Fragmento

cap-2

1

Me llamo Rose. Rosie Maldonne. 95 65 90. No, no es mi número de móvil. Son mis medidas. Parece que estoy cañón. No sabría deciros, porque no tengo espejo de cuerpo entero.

No me pega llamarme Rose. Pero es lo único que me dejó mi madre. Por eso me horroriza que me llamen Rose. Creo que solo ella tenía ese derecho. Así que me hago llamar Cricrí. Es aún más patético y no viene a cuento, lo sé. Pero al menos no me da ganas de llorar. Porque mi madre murió cuando yo tenía dieciséis años. Desde entonces la echo de menos cada día.

Debo decir que éramos uña y carne. Me lo enseñó todo: cómo redactar una solicitud de Renta de Solidaridad Activa (bueno, antes se llamaba Renta Mínima de Inserción); cómo sobornar a los empleados de la oficina de empleo (bueno, antes se llamaba Asociación para el Empleo en la Industria y el Comercio) cuando el papeleo va para largo; cómo mandar a la mierda a un tío que te birla la pasta y se dedica a follar por ahí; cómo depilarse con azúcar caliente y teñirse el pelo con henna, y cómo sacar partido a un sujetador escotado, a poder ser rojo.

Aquel día decidí llamar a Mimí (Mimí es diminutivo de Émilie) para pedirle que me prestara dinero, puesto que las crías y yo ya no teníamos ni para comer. Mimí es una amiga. Es rica, porque tiene un trabajo a jornada completa, lo que no es mi caso. Solo a ella puedo pedirle este tipo de cosas.

El teléfono sonó un momento y Mimí contestó. Pero en cuanto empecé a hablar, me cortó. Al parecer, yo no sabía administrar mi presupuesto. Y sobre todo aún no le había devuelto lo que le debía.

—Pero, Mimí, ¡te digo que no tiene nada que ver! La última vez fue porque no estuve al loro con la compra del súper, compré un montón de chorradas para la casa, pero esta vez es sencillamente por la vuelta al cole, el fin de semana y todo eso, y además la ayuda se ha retrasado, es cuestión de unos días, nada más… Venga, Mimí, no te hagas de rogar… Sí, cariño, ya lo he visto, ya has terminado de hacer caca. ¡Oh! Muy bien, cielo… No, Mimí, no te lo digo a ti, estoy hablando con Emma, que estaba en el orinal… No, no es de retrasada mental, tengo que felicitarla por algo de vez en cuando, ¿no?… Espera, no, espera, cariño, no, no es pintura, ¡Emma!… Ha decidido pintar el taburete con… Sí, lo sé, no te interesa lo más mínimo, te horrorizan los críos… Bueno, en fin, ¿puedes pasarme la pasta o no? ¡¡¡EMMA!!! ¡BASTA! ¡NO! ¡NO! ¡EMMA! ¿ME OYES?… Sí, perdona, ah, de verdad no puedes… Bueno, tengo que dejarte, ya te llamo, ¿okey?

Colgué y grité:

—¡Mala pécora, cacho pija, gilipollas!

—Mamá, haz dicho palabrotaz —se ofendió Sabrina, la mayor, siempre inflexible con el protocolo de la expresión oral.

Pasé de ella olímpicamente y seguí centrándome en mi rabia.

—Sé perfectamente que tiene al menos seiscientos euros en una cuenta vivienda, ¡y dice que no puede prestarme dinero! ¡Emma, para! Vamos, ven aquí y deja de pringar de mierda al gato. No, tampoco te la untes en la cara. Venga, a la ducha, arreando que es gerundio.

Émilie se lo pule todo en ropa, es que es soltera. Lo guapo es que me la pasa cuando se cansa de ella, que es a menudo… Por eso me veréis siempre súper bien vestida, y a primera vista todo el mundo se engaña. Lo veo cuando voy a hablar con la asistente social, que babea con mis trapitos. Minifaldas de cuero rojo, corsés de raso naranja y zapatos de cuña rosa chillón. Se muere de envidia. Poco le falta para tragarse la dentadura postiza… En general eso no me ayuda.

Dejé a Sabrina, la mayor, ante un cuaderno de colorear y fui a vigilar a las gemelas (no son gemelas, pero las llamo así porque tienen la misma edad), que estaban en la ducha. Entonces vi que no había agua caliente. Seguro que algo había petado en la instalación eléctrica.

Por si fuera poco, Pastís (mi gato) protestaba porque solo le había dado un culo de leche agria con tres cortezas de pan.

En fin. Nada nuevo. La rutina. Porque no suelo tener potra. Cualquiera diría que mi apellido está gafado. Maldonne. Es el apellido de mi padre. Se casó con mi madre cuando se quedó embarazada. Un mes antes de que diera a luz, la dejó tirada. Al parecer se piró a Canadá. De todas formas, me la pela. Nunca lo conocí.

Maldonne. En francés es una expresión que empleamos cuando jugamos a cartas. Si alguien las ha repartido mal, decimos que ha hecho un maldonne. Es exactamente lo que pasó conmigo. Desde el principio de mi vida todo se repartió mal.

Si mi apellido hubiera sido Madonne, por ejemplo, la cosa habría sido distinta. ¿¡Me habría convertido en una estrella del pop, como Madonna!? ¿Quién sabe? De momento, podría apellidarme Rosie Malaventura, que vendría a ser lo mismo.

Por ejemplo, nunca he encontrado nada. He conocido a un montón de gente que me ha contado con todo detalle lo que había encontrado: que si a la mujer de su vida, al príncipe azul, el sofá de sus sueños, una caja llena de papeo cuando vivían en la calle, incluso la dirección exacta de la seguridad social… Pero yo no. Nunca he entendido por qué. ¿El destino? ¿El azar? ¿Hay una única razón? Y si la busco, ¿la encontraré? Estamos en lo mismo. Lo dudo.

Sin embargo, me gusta que todo tenga sus razones, aunque nunca las encuentre, ni de esto ni de lo demás. Y no es que no busque. Me paso la vida buscándolas, siempre con el mismo resultado.

NADA.

Además, otra de mis particularidades es que tampoco gano jamás.

Se puede apostar lo que se quiera conmigo, que siempre pierdo.

Aunque…

La vida está llena de sorpresas, ¿no?

A mí, que nunca desespero por nada, el destino iba a darme la razón.

Porque esta vez haría las dos cosas de golpe: encontrar Y ganar.

Como soy incorregible, al principio incluso creí que mi suerte había cambiado. Como en esas historias de la rueda de la fortuna. Una vez arriba y otra abajo.

Por supuesto, habría debido desconfiar…

cap-3

2

Aquella noche, tumbada en la cama, oí esta frase de mi madre: «¡Hay que salir adelante, no hay que estancarse, hay que moverse!».

Ni siquiera sabía si lo estaba soñando o no. Di vueltas y más vueltas en la cama. Y eso que se supone que descanso por las noches.

Claro, luego, por la mañana, era incapaz de despertarme. Y se me había metido en la cabeza la letra de una canción: Queremos mhmh… no podemos, no no no / mhmh… despertarnos, no no no / Lo único que podemos es no poder.

Imposible dar con el nombre del cantante. Pero lo seguro era que a mi madre le encantaba esta canción. Solía cantarla cuando aún estaba viva, y también ahora me daba la impresión de que la que cantaba era ella, de que me acunaba.

Por eso sé que mi madre sigue conmigo. Me envía canciones. Es nuestra manera de comunicarnos. El mensaje suele ser muy claro, lo capto a la primera. Aunque no siempre es así.

Des

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