La mano del diablo (Inspector Pendergast 5)

Lincoln Child
Douglas Preston

Fragmento

Índice

Índice

Cubierta

La mano del diablo

Agradecimientos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Capítulo 50

Capítulo 51

Capítulo 52

Capítulo 53

Capítulo 54

Capítulo 55

Capítulo 56

Capítulo 57

Capítulo 58

Capítulo 59

Capítulo 60

Capítulo 61

Capítulo 62

Capítulo 63

Capítulo 64

Capítulo 65

Capítulo 66

Capítulo 67

Capítulo 68

Capítulo 69

Capítulo 70

Capítulo 71

Capítulo 72

Capítulo 73

Capítulo 74

Capítulo 75

Capítulo 76

Capítulo 77

Capítulo 78

Capítulo 79

Capítulo 80

Capítulo 81

Capítulo 82

Capítulo 83

Capítulo 84

Capítulo 85

Capítulo 86

Capítulo 87

Capítulo 88

Epílogo

Nota para el lector

Notas

Biografía

Créditos

Acerca de Random House Mondadori

Douglas Preston dedica este libro

a Barry y Jody Turkus

Lincoln Child dedica este libro

a su hija Veronica

Agradecimientos

Agradecimientos

Lincoln Child desea dar las gracias a Bruce Swanson, Mark Mendel, Pat Allocco, Chris y Susan Yango, Jerry y Terry Hyland y los doctores Anthony Cifelli, Norman San Agustin y Lee Suckno por su amistad y ayuda. Gracias, como siempre, al agente especial Douglas Margini por sus consejos sobre Nueva York, New Jersey y todo lo relacionado con las fuerzas de seguridad de ámbito nacional. Gracias a Jill Nowak por su luminosa lectura del texto. Mi agradecimiento a Bob Przybylski por la obtención de varios datos sobre armas de fuego. Gracias también a monseñor Bob Diacheck por leer y comentar el manuscrito. Gracias a mi familia, nuclear y extensa, por aguantar a un escritor excéntrico, y en especial a mi mujer Luchie y mi hija Veronica por su amor y su apoyo.

Douglas Preston está en deuda con Alessandro Lazzi por su amable invitación a presenciar la caza del jabalí en su finca de los Apeninos toscanos. Mi agradecimiento a Mario Spezi por haberme suministrado muchos datos útiles sobre el funcionamiento de los carabineros italianos y sobre la investigación criminal en general. Quisiera expresar mi gratitud a Mario Alfiero por haberme ayudado con el dialecto napolitano. Algunos escenarios de la novela no habrían sido posibles sin la amable ayuda de mucha gente, en especial de la familia Cappellini, propietaria del magnífico Castello di Verrazzano, en Greve, de la familia Matta, titular de Castello Vicchiomaggio, y de los monjes de La Verna y Sacro Speco (Subiaco). Vaya mi agradecimiento, asimismo, a Niccolò Capponi por su extraordinaria ayuda, y a nuestro traductor italiano, Andrea Carlo Cappi, por sus consejos y su apoyo. Agradezco a Andrea Pinketts que nos haya prestado su ilustre nombre. Por último, pero no menos importante, vuelvo a dar las gracias a mi familia, que se merece todas las del mundo: Isaac, Aletheia, Selene y Christine.

Y, como siempre, nuestra especial gratitud a quienes hacen posibles las novelas de Preston y Child: Jaime Levine, Jamie Raab, Eric Simonoff, Eadie Klemm y Matthew Snyder.

Para acabar, queremos pedir disculpas de cada mala interpretación de la escritura de Wayne P. Buck, o de la aplicación incorrecta de la proporción áurea del profesor Von Menck. Todas las personas, departamentos de policía, corporaciones, instituciones, agencias gubernamentales y lugares estadounidenses e italianos mencionados en esta novela son ficticios o utilizados de manera ficticia.

Capítulo 1

{ 1 }

Agnes Torres estacionó su Ford Escort blanco al pie del seto, en el pequeño aparcamiento, y salió al aire fresco del amanecer. El seto, de cuatro metros de altura, era tan impenetrable como un muro de ladrillo. Desde la calle solo se veían las últimas te

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos