La vida secreta de Úrsula Bas (Inspectores Abad y Barroso 2)

Arantza Portabales

Fragmento

cap-1

 

Confía en mí,

nunca has soñado

poder gritar

y te enfureces.

Es horrible

el miedo incontenible.

LOS PIRATAS, «El equilibrio es imposible»

—Puede sonarte a disparate, pero es verdad. La gente es diferente, Mel. Algunas veces actuaba como un loco, es cierto. Lo admito. Pero me amaba. A su modo, quizá, pero me amaba. En todo aquello había amor, Mel. No digas que no. [...]

—¿Qué es lo que cualquiera de nosotros sabe realmente del amor? —dijo Mel—. Creo que en el amor no somos más que principiantes.

RAYMOND CARVER,
De qué hablamos cuando hablamos de amor

¿Quién eras antes de tropezar conmigo?

No eras de nadie y te pegaste a mí.

JOSÉ MIGUEL CONEJO TORRES,
AMARO FERREIRO RODRÍGUEZ,
IVÁN FERREIRO RODRÍGUEZ, «Farsante»

Yo seguía con los ojos cerrados. Estaba en mi casa. Lo sabía. Pero yo no tenía la impresión de estar dentro de nada.

RAYMOND CARVER, Catedral

But I can’t help the feeling

I could blow through the ceiling

if I just turn and run.

And it wears me out.

RADIOHEAD, «Fake Plastic Trees»

cap-2

La casa de cristal

La diferencia entre la maduración y la putrefacción está en la humedad. Así sucede con la carne. Lo escuché en un programa de cocina. Aquí el aire es tan húmedo que no puedo parar de pensar que si muero, mi cuerpo, todos mis tejidos, se descompondrán rápidamente sobre este suelo. Pronto mis células entrarán en un proceso de licuación, se desintegrarán, me convertiré en un amasijo orgánico que poco a poco se cubrirá de larvas y solo permanecerá este olor a sal que lo inunda todo.

Estoy al lado del mar. El sonido de las olas no cesa, me vuelve loca su monotonía. Ayer soñé que dejaba de estar sumida en esta semipenumbra constante. De repente me vi dentro de una habitación diáfana. Las paredes eran de cristal. La habitación donde estoy solo se sustentaba por un esqueleto de hierro, el resto era transparente.

La casa estaba en mitad de una playa y el cielo era de un azul inmaculado, ni rastro de nubes. El exterior permanecía inmóvil, como si de una fotografía se tratase. El sol, en lo más alto, parecía a punto de desplomarse sobre la casa. El calor comenzaba a ser abrasador. Me ovillé en el suelo, escondí la cabeza entre las piernas y cerré los ojos. Todo era un inmenso escenario de atrezo y no quería observarlo. La playa era una playa de las de mi infancia, de las que invitaban a hacer castillos de arena. Una debería morir en una playa así. Una playa en la que el sonido del mar es un arrullo y no un ruido molesto como el rechinar de la cadena de un columpio. Sabía que debía levantarme e intentar abatir esas paredes de cristal. Pero una cárcel no lo es de verdad hasta que pierdes la esperanza de abandonarla. Rompí a llorar y después desperté. Seguía en la misma habitación. El mismo suelo terroso, el frío calando los huesos, la penumbra, el olor a sal, el susurro monótono y ensordecedor. Nada había cambiado.

Da igual cuánto falta para que me mate. Da igual el tiempo que pase, porque el tiempo aquí carece de límites y dimensiones. Se ablanda, se expande, se contrae y finalmente se diluye. Es una línea recta que tiende al infinito. El tiempo ha dejado de tener valor, por eso me da igual que sea hoy o mañana. Ya estoy podrida. Ya siento miles de gusanos royéndome.

Este es mi único consuelo.

Que estoy tan muerta que Nico ya no me puede matar.

cap-3

Dieciocho meses y veintidós días

Santiago de Compostela, 22 de febrero de 2019

Santi Abad rozó con los nudillos la puerta del despacho del comisario antes de echar una ojeada al reloj y comprobar que solo faltaban dos minutos para las cinco. A esa hora únicamente seguían allí los agentes de guardia. Los viernes por la tarde apenas había movimiento: citas para tramitar DNI y pasaporte y poco más. Él lo sabía, había quedado con el comisario a esa hora para evitar encontrarse con sus compañeros. Una voz desde dentro gritó «adelante».

Abrió la puerta. Resultaba raro no encontrar a Lojo en su mesa de siempre, pero se había jubilado en septiembre. Santi no había ido a la comida de despedida que le habían organizado porque en aquel momento no se sentía capaz de ver a nadie, aunque se había tomado un café con él la semana de su jubilación. Ese había sido su único contacto con la comisaría durante su baja, hasta que ayer por la mañana llamó para pedir una entrevista con el nuevo jefe. Ni siquiera había preguntado su nombre. Ahora, a la puerta de su despacho, se sorprendió al comprobar que el comisario era bastante joven. Más o menos de su edad. Un tipo moreno, con barba y un corte de pelo meticulosamente desaliñado. A Santi le sonó su cara y rebuscó en vano en su memoria para tratar de ubicarla.

—¿Abad? —El comisario se levantó y le tendió la mano.

Santi pensó que parecía un tío cordial. Extendió la suya y se dieron un apretón breve.

—Gracias por recibirme. No quería presentarme el lunes aquí sin que tuviéramos una charla antes.

—Sí, claro. Estaba deseando que te incorporaras. Estamos en cuadro. Ni te imaginas lo que han sido estos meses. Hemos ido cubriendo tu baja como hemos podido, pero no ha sido fácil. Hemos tenido algunos agentes más de apoyo. Me tocó pelear duro para que me dejaran cubrir un par de vacantes con dos compañeros tuyos que han aprobado la promoción interna. Si a eso le sumas mi propia incorporación, esto ha sido de todo menos una comisaría normal, aunque me atrevería a asegurar que nadie lo ha notado.

Santi sonrió levemente sin saber muy bien qué contestar.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó el comisario—. ¿Recuperado?

—Eso han dicho los médicos.

—Más de año y medio entre la baja y las vacaciones. Es mucho tiempo. Espero que vengas con ganas.

—Lo único que sé es que estoy deseando recuperar la normalidad —contestó Santi—, y eso pasa por volver a trabajar.

—Abad, sé que no nos conocemos, pero he oído hablar mucho y muy bien de ti. Imagino que no te acordarás, pero hicimos un curso en Madrid juntos, sobre negociación en los casos con rehenes, en 2013. Yo sí te recuerdo bien porque me pareciste el único de todos aquellos idiotas que hacía las preguntas adecuadas.

—Me acuerdo: fue un curso surrealista, de tíos flipados que han visto demasiadas pelis. En la vida real nadie pide un avión con combustible a la puerta del banco.

Ambos sonrieron y el ambiente se relajó.

—Sé que ha sido una baja psiquiátrica. Lojo me lo dijo. No te enfades, ya sabes cómo es. Yo no he dicho nada ahí fuer

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