Pájaros nocturnos

Alexandre Galien

Fragmento

Capítulo 1

1

Un mes y medio antes

6 de octubre de 2018, 20.00 horas

Con la mirada nublada por la emoción, Philippe Valmy deja caer una lágrima que se sumerge en su copa de whisky. Canoso y de ojos azules, es un rostro conocido por todo el París de los clubs de intercambio de parejas, las discotecas de striptease, los restaurantes de moda y las salas de baile. Hace veinte años que ronda las discotecas parisinas junto a Louis, su compañero de equipo.

No ha sido consciente de estar envejeciendo. Como comandante de la Brigada de Represión del Proxenetismo, grupo Cabarets, gestiona de forma oficial los permisos administrativos de los establecimientos nocturnos. Pero su verdadera misión es la de «tomar la temperatura» de la noche parisina. Saber dónde se encuentran la farándula del espectáculo, el crimen organizado y, a veces, los policías. Conoce a todos, y todos lo conocen a él. Es su trabajo. Era su trabajo: reunir información, escuchar lo que se dice entre dos puertas o dos sofás de un club liberal.

Hoy es su fiesta de despedida. Deja el mundo de la noche y se incorpora a la Brigada Criminal. Se lo ha pedido su mujer, Élodie. Las vueltas nocturnas no solo agotan a los policías. Las lentejuelas serán sustituidas por gotas de sangre, las discotecas, por escenas del crimen y los vasos vacíos en un rincón de la barra se convertirán en interminables autopsias. Poder cambiar de trabajo a los cincuenta años es algo que solo ocurre en la policía.

Tras el largo discurso de su jefe de servicio, Philippe ha inaugurado el bufé y ha servido las primeras copas de champán a sus amigos, a sus compañeros, a todos aquellos con los que se ha cruzado y a quienes ha querido durante veinte años en la Policía Judicial parisina. En los locales recién estrenados del Bastion, que sustituye al número 36 del quai des Orfèvres, a lo largo del pasillo se extienden largas mesas repletas de frutos secos y embutido. Se oyen risas, algún que otro glotón monta guardia junto a los sándwiches, y él, la estrella de la fiesta, se encuentra solo al final del pasillo, llorando como un niño con una copa de Jack Daniel’s.

—Joder, no han tenido ni el buen gusto de comprar una botella de malta puro.

Louis aparece frente a él, con la barriga asomando de un traje de mal corte y una camisa blanca adornada con sus eternos tirantes rojos. Lo mira con sus grandes ojos tristes.

—No lloriquees, Philippe. No vamos a pelearnos con la asociación porque no hayan conseguido demasiado dinero este año.

—Tienes razón, y de todas formas esta noche todo me sabe asqueroso.

—¿No te parece algo exagerado?

—Un poco... Pero uno solo se despide una vez.

—Es verdad. No se dan dos ocasiones para causar una última impresión.

Ambos policías miran por el rabillo del ojo el paté al horno, eterno superviviente de las fiestas de despedida. Reviven las noches que han pasado rondando por la capital montados en el coche oficial, cuando París desfila como una película que uno se sabe de memoria, pero de la que cada vez espera un final diferente. Y luego no es así. Una chica con un coma en una cuneta, dos borrachos que se pegan una paliza a la sombra de una calle maloliente, a veces un tiroteo... Todas las noches son parecidas, y sin embargo ellos nunca se han cansado.

Es medianoche, el bufé está vacío, los cadáveres de botellas se amontonan en las mesas. Ya se han ido todos, o casi. Solo quedan los amigos, los de verdad. Aquellos en cuyo hombro uno puede desmoronarse de vez en cuando. Son los últimos minutos de Philippe en el servicio. Sus amigos no se plantean dejarlo marchar sin una última vuelta a la pista.

Así es como acaban cinco viejos policías apretujados en un Ford Focus gran reserva camino del centro de París, su coto de caza. Una vez fuera del edificio, el vehículo de incógnito zigzaguea entre la maquinaria de obra hasta la Porte de Clichy. En los bulevares de Maréchaux, la claridad lívida de las farolas se mezcla con los llamativos neones de los kebabs y los locales de cachimbas. Cambio de escena. En el barrio de la Ópera, los edificios resplandecen, el alumbrado público es vistoso y los escaparates de las tiendas acarician el iris de Philippe con sus luces sutiles. Piensa en la magia del París nocturno, donde en un minuto de viaje en coche se puede pasar de los drogadictos de la plaza de Clichy a las parejas pijas que pasean por los Grands Boulevards.

A las tres de la madrugada, Philippe y sus compañeros se despiden con firmes abrazos en la acera tras haber completado la ronda de los búhos. Louis, por su parte, contiene las lágrimas y se va el último, echando apenas un vistazo a su compañero.

Solo frente a un escaparate, Philippe observa su reflejo: metro noventa y tres, figura espigada, pelo canoso, media melena y barba del mismo color. Con ese traje gris parece un actor de los años cincuenta. Reemprende la ruta sin saber muy bien adónde va. Lo que sí sabe es que le queda por ver a una persona, una última despedida. Dirección el Boudoir, el club de intercambio de parejas más selecto de la capital.

Tras recorrer los callejones del barrio de Sainte-Anne, llega a la esquina de la rue Vivienne. Delante de una fachada sin ningún tipo de inscripción, se extiende una cola de espera de unos veinte metros. Parejas de todas las edades aguardan tímidamente para pasar ante el portero. Philippe percibe la conversación entre un cincuentón de barriga prominente y una joven de ojos tristes. El viejo gentleman trata de negociar lo que para él parece ser el precio de una noche de éxito. Reconoce a Cynthia. No le dirige ni la más mínima mirada. Se acabó el mundo nocturno. Seguramente nunca vuelva a poner un pie aquí. Cuando llega, el gorila le da un apretón de manos y le abre la puerta sin hacer ninguna pregunta, gesto que no se le ha escapado al putero, que hace un comentario fuera de lugar. El policía no entrará al trapo esta noche. La atractiva escort cobrará la misma tarifa y se irá con él a su hotel para el último acto de la triste farsa que se representa a menudo entre una chica perdida y un prejubilado libidinoso.

Ya dentro del club, Philippe se dirige lentamente al bar. La música electropop suena a un volumen mucho menor que en el resto de los locales parisinos. La decoración oscura y depurada habla por sí misma. Tras la barra está Max, su amigo desde hace diez años, alto y siempre impecable, calvo y con espalda de deportista.

—¿La policía buscando respuestas en el alcohol? ¿No te parece un poco cliché?

—Lo siento, Max, pero no estoy de humor para que me toquen las narices...

—¿Estás jodido?

—En realidad, no, pero estoy de ronda de despedida...

—¿Y eso?

—Dejo el servicio, empiezo en la Criminal el lunes por la mañana.

—¿En la Criminal? Pero si te encanta la noche, me lo has dicho siempre...

—Lo sé, digamos que lo hago por Élodie...

—Ya...

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