Odessa

Frederick Forsyth

Fragmento

Odessa

NOTICIA PRELIMINAR

ODESSA —nombre que da título a la presente obra— no es ni la ciudad en el sur de Rusia ni el pueblecito de América. Es una palabra compuesta por seis iniciales, que en alemán corresponden a «Organisation Der Ehemaligen SS-Angehörigen». Nosotros diríamos «Organización de Antiguos Miembros de las SS».

Las SS, como muchos lectores saben, fue el ejército dentro de un ejército, el Estado dentro de un Estado, ideado por Adolf Hitler, dirigido por Heinrich Himmler y encargado de tareas especiales por el Gobierno nazi que rigió los destinos de Alemania de 1933 a 1945. Se suponía que dichas tareas concernían a la seguridad del Tercer Reich: en realidad, incluían la realización de las ambiciones de Hitler de desembarazar Alemania y Europa de todos los elementos que consideraba «indignos de vivir»; de esclavizar a perpetuidad a las «razas subhumanas de las tierras eslavas» y de exterminar a todos los judíos, hombres, mujeres y niños, de la faz del continente.

Al llevar a cabo estas tareas, las SS organizaron y ejecutaron el asesinato de cerca de catorce millones de seres humanos, comprendidos alrededor de seis millones de judíos, cinco millones de rusos, dos millones de polacos, medio millón de gitanos y medio millón de otros varios, incluyendo, aunque ello es apenas mencionado, cerca de doscientos mil no judíos alemanes y austriacos. Éstas eran personas taradas mental o físicamente, o apodadas enemigas del Reich: comunistas, socialdemócratas, liberales, editores, periodistas y sacerdotes, quienes no se recataban de hablar de modo muy inoportuno, hombres de conciencia y valor; y, en los últimos tiempos, oficiales del ejército, sospechosos de falta de lealtad hacia Hitler.

Antes de ser destruidas, las SS convirtieron las dos iniciales de su nombre y el símbolo, parecido a unas luces gemelas, de su estandarte, en sinónimo de inhumanidad como ninguna otra organización ha sido nunca capaz de ser.

Antes de que terminara la guerra, sus miembros más antiguos, conscientes de que la guerra estaba perdida y no haciéndose ilusiones de cómo considerarían sus actos las personas civilizadas a la hora de pasar cuentas, se prepararon en secreto para desaparecer en una nueva vida, dejando que el pueblo alemán acarreara y soportara el vituperio caído sobre los delincuentes que se habían esfumado. A tal propósito, grandes sumas del oro de las SS fueron alijadas y depositadas en numerosas cuentas bancarias, fueron preparados falsos papeles de identidad, y abiertos canales de escape. Cuando, al fin, los aliados conquistaron Alemania, la mayoría de estos asesinos de multitudes había huido.

La organización que formaron para efectuar la evasión recibió el nombre de Odessa. Cuando quedó terminada la primera tarea de asegurar la evasión de los asesinos hacia climas más hospitalarios, crecieron las ambiciones de aquellos hombres. Algunos, nunca abandonaron Alemania, prefiriendo quedarse a cubierto bajo falsos nombres y falsos papeles de identidad, mientras mandaban los aliados; otros regresaron, convenientemente protegidos bajo una nueva identidad. Los pocos altos dirigentes se quedaron en el extranjero para manipular la organización desde la seguridad de un cómodo exilio.

El objetivo de Odessa era, y sigue siendo, quintuple: rehabilitar antiguos hombres de las SS en profesiones de la nueva República Federal creada en 1949 por los aliados; infiltrarse por lo menos en los primeros peldaños de la actividad de los partidos políticos; pagar la mejor defensa legal a favor de cada asesino SS conducido ante un tribunal y, por todos los caminos posibles, entorpecer el curso de la justicia en la Alemania Occidental cuando ésta se cierna contra un antiguo Kamerad; asegurar a los ex SS establecerse en el comercio y la industria a tiempo de tomar buenas posiciones en el milagro económico, que volvió a levantar el país a partir de 1945; y, finalmente, propagar entre el pueblo alemán el punto de vista según el cual los asesinos SS no eran, en realidad, más que soldados patriotas que cumplieron con su deber hacia la Madre Patria, y no merecedores de la persecución a la que la justicia y la conciencia los habían sometido ineficazmente.

En todas estas tareas, sostenidos por fondos considerables, hasta cierto punto habían triunfado, y en ninguna tanto como en reducir a una irrisión el justo castigo impuesto por los tribunales de Alemania Occidental. Cambiando su nombre varias veces, Odessa consiguió negar su propia existencia como organización, con el resultado de que muchos alemanes llegan a afirmar que Odessa no existe. La respuesta es: existe, y los Kameraden que ostentaron la insignia de la calavera siguen vinculados a la organización.

A pesar del éxito en casi todos sus objetivos, Odessa, ocasionalmente, es derrotada. La peor derrota que ha sufrido acaeció a principios de la primavera de 1964, cuando un paquete de documentos llegó, sin previo aviso y anónimamente, al Ministerio de Justicia en Bonn. Para las pocas autoridades que vieron la lista de los nombres que aparecían en aquellas hojas, el paquete fue conocido como «Los archivos de Odessa».

Odessa

1

Todo el mundo parece acordarse muy claramente de lo que estaba haciendo el 22 de noviembre de 1963, en el preciso instante de saber que había muerto el presidente Kennedy. Fue abatido a las 12.22 del mediodía, hora de Dallas, y la noticia de que había muerto fue dada a la una y media del mismo horario. Eran las 2.30 en Nueva York, las 7.30 de la tarde en Londres, y las 8.30 de una fría noche en Hamburgo, azotado por el aguanieve.

Peter Miller regresaba en su coche hacia el centro de la ciudad, después de haber visitado a su madre en su domicilio de Osdorf, uno de los más extremos suburbios de la ciudad. Siempre la visitaba los viernes por la tarde, en parte para ver si necesitaba algo durante el fin de semana, y en parte porque consideraba que debía visitarla una vez por semana. La hubiese podido llamar por teléfono, pero ella no tenía, y por eso iba a verl

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