Las cuatro estaciones I

Stephen King

Fragmento

RITA HAYWORTH Y LA REDENCIÓN DE SHAWSHANK

Supongo que en todas las prisiones federales y estatales de Estados Unidos hay gente como yo. Soy el tipo que lo consigue todo. Cigarrillos de encargo, una bolsita de yerba si es eso lo que te gusta, una botella de coñac para celebrar que tu hijo o hija han terminado el bachillerato, prácticamente cualquier cosa… bueno dentro de lo razonable. No siempre fue así.

Cuando llegué a Shawshank tenía sólo veinte años, y soy una de las pocas personas de nuestra pequeña y feliz familia que no duda en cantar de plano lo que hizo. Cometí un homicidio. Le hice un buen seguro de vida a mi mujer, que me llevaba tres años, y luego preparé los frenos del cupé Chevrolet que su padre nos había ofrecido como regalo de boda. Y todo salió a pedir de boca, sólo que yo no había previsto que se parara a recoger a la mujer del vecino y al niño pequeño de la mujer del vecino de paso hacia Castle Hill y el pueblo. Los frenos fallaron, claro, y el coche irrumpió con estruendo entre los arbustos del linde del terreno comunal a velocidad creciente. Los transeúntes declararon que debía ir a unos setenta y cinco o más cuando chocó con el pedestal del monumento de la guerra de Secesión y se incendió.

Tampoco figuraba en mis planes que me atraparan pero lo hicieron. Y me regalaron un abono de temporada para este lugar. En el estado de Maine no hay pena de muerte, pero ya se encargó el fiscal del distrito de que se me juzgara por las tres muertes y de que me condenaran a tres cadenas perpetuas a cumplir una después de otra. Lo cual dejaba fuera de mi alcance cualquier posibilidad de conseguir la libertad condicional durante mucho, muchísimo tiempo. El juez calificó lo que hice de «crimen espantoso y nefando»; y lo era, aunque también pertenece ya al pasado. Puedes buscarlo en los archivos amarillentos de Call en Castle Rock y verás que los grandes titulares que proclamaban mi condena resultan un tanto ridículos y anticuados comparados con las noticias sobre Hitler y Mussolini y las «ensaladas de siglas»* del presidente Roosevelt.

¿Qué dices, que si me he rehabilitado? Bueno, ni siquiera sé lo que significa esa palabra, al menos en lo tocante a cárceles y reformatorios. Creo que es una palabra de político. Tal vez tenga algún otro significado y puede que yo tenga ocasión de averiguarlo; pero eso queda en el futuro, que es algo en lo que los presidiarios aprendemos a no pensar. Yo era joven, bien parecido y del distrito pobre de la ciudad, y dejé embarazada a una linda chica testaruda y de mal genio que vivía en una de esas bellas casas antiguas de la calle Carbine. Su padre se avino a nuestro matrimonio con la condición de que yo aceptara un trabajo en la empresa de óptica de su propiedad y «me abriera camino». Descubrí que lo que realmente se proponía era tenerme en su casa bien amarradito como a un animalito doméstico que no acaba de aprender a comportarse y que puede morder. Así que se fue acumulando el odio hasta ser suficiente para impulsarme a hacer lo que

* Referencia a las iniciales –empezando por FDR: Franklin Delano Roosevelt– de los organismos federales que este presidente creó en el marco de su política del New Deal, como la AAA (Agencia de Compensación Agrícola), el CCC (Cuerpo Civil de Conservación), la NRA (Agencia de Recuperación Nacional), la TVA (Administración del Valle del Tennessee) y la WPA (Administración para el Fomento de Obras Públicas). (N. de los T.)

hice. Si tuviera otra oportunidad no volvería a hacerlo, pero no estoy seguro de que eso signifique que estoy rehabilitado.

De cualquier forma, no es de mí de quien quiero hablar, sino de un individuo que se llama Andy Dufresne. Claro que para poder hablar de Andy tengo que explicar algunas cosas más de mí mismo. No me llevará mucho.

Como dije, yo soy el tipo que puede conseguir de todo aquí en Shawshank desde hace casi cuarenta malditos años. Y eso no significa sólo conseguir cosas como cigarrillos especiales o alcohol, aunque esos productos encabezan siempre la lista. He conseguido otras muchísimas cosas para los presidiarios de Shawshank, algunas completamente legales aunque difíciles de conseguir en un lugar al que se supone que te han traído para castigarte. Había un individuo que estaba aquí por haber violado a una niñita y haberse exhibido delante de otras muchas; pues le conseguí tres piezas de mármol rosado de Vermont, que convirtió en tres preciosas esculturas: un niño pequeño, un chico de unos doce años y un joven con barba. Las tituló Las tres edades de Jesús y las tres están ahora en el salón de un tipo que fue gobernador de este mismo Estado.

He aquí un nombre que tal vez recuerdes si te criaste al norte de Massachusetts: Robert Alan Cote. En 1951 intentó robar el First Mercantile Bank de Mecanic Falls y el asalto acabó en una matanza: seis muertos en total, dos de ellos miembros de la banda de atracadores, tres rehenes y un joven agente que alzó la cabeza cuando no debía y le pegaron un balazo en el ojo. Cote tenía una colección de monedas. Lógicamente no iban a permitirle que las trajera a la cárcel, pero con un poco de ayuda de su madre y del conductor de una furgoneta de la lavandería, pude conseguírselo. Le dije: «Bobby, tienes que estar loco para querer tener una colección de monedas en un hotel de piedra lleno de ladrones». Me miró, sonrió y dijo: «Estarán bien seguras, no te preocupes». Y tenía razón. Bobby

Cote murió en 1967 de un tumor cerebral, pero la colección de monedas no apareció nunca.

Conseguí bombones para el día de San Valentín; y tres batidos de leche verde de esos de McDonald’s; conseguí incluso un pase de medianoche de Garganta profunda y El diablo burlado para un grupo de veinte hombres que habían reunido todos sus fondos para alquilar las películas… aunque aquella aventurilla me costó una semana de solitaria. Es a lo que te arriesgas por ser el tipo que puede conseguirlo todo, ya se sabe. He conseguido libros de consulta, libros porno, baratijas para gastar bromas, como petardos y polvos pica pica y en más de una ocasión he visto a presos con condenas largas recibir un par de bragas de su esposa o de su novia… ya te imaginarás lo que hace aquí dentro un tipo con esas prendas durante las noches interminables en que el tiempo te atenaza y te obsesiona. No proporciono todas esas cosas gratis y, en algunos casos, el precio es alto. Pero no lo hago sólo por dinero. ¿Para qué me sirve el dinero? Jamás tendré un Cadillac ni iré a Jamaica a pasar dos semanas en febrero. Lo hago por lo mismo que un buen carnicero te vende sólo carne fresca; tengo una reputación y quiero conservarla. Las dos únicas cosas que me niego a conseguirle a la gente son armas y drogas duras. No ayudaré a nadie que quiera suicidarse o matar a alguien. Ya tengo en la cabeza asesinato suficiente para toda la vida.

Así que soy una especie de gran tienda. Y por eso, cuando en 1949 Andy Dufresne vino y me preguntó si podía conseguirle a Rita Hayworth, le dije que no habría ningún problema. Y no lo hubo.

Cuando llegó a Shawshank en 1948, Andy tenía treinta años. Era un hombrecillo pulcro, bajito, de cabello pajizo y manos diestras. Usaba gafas de montura dorada. Llevaba siempre las uñas bien cortadas y limpias. Aunque resulte raro que eso sea lo que se recuerda de un hombre, a mí me parece que es lo que mejor resume a Andy. Tenía siempre aspecto de llevar corbata. En el mundo exterior, había sido vicepresidente del departamento de créditos de un importante banco de Portland. Excelente trabajo para un hombre tan joven como él, y más aún si consideramos lo conservadores que son la mayoría de los bancos… conservadurismo que habrá que multiplicar por die

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