Nunca soñaron con la posteridad

Raymond Chandler

Fragmento

Prólogo: Que me ahorquen si lo sé, por Juan Manuel Ibeas

«Que me ahorquen si lo sé»

Los pulps y la Ley de Chandler

Por Juan Manuel Ibeas

Como todo el mundo sabe, nadie en el mundo sabía quién mató al chófer en El sueño eterno. Cuenta la leyenda —y la contaba Lauren Bacall, luego tiene que ser verdad— que durante el rodaje de la película (1946) Bogart se lo preguntó al director Howard Hawks. Hawks no tenía ni idea y transmitió la pregunta a sus prestigiosos guionistas —Leigh Brackett, Jules Furthman y nada menos que William Faulkner—, pero ellos tampoco lo sabían. De modo que Hawks le envió un telegrama a Raymond Chandler, preguntándole por el asesino del dichoso chófer. Chandler tenía que saberlo; él había escrito la novela en 1939.

La legendaria respuesta de Chandler fue: «Que me ahorquen si lo sé».

Lo relevante de esta anécdota es que a aquellas alturas de la historia, mediados de los años cuarenta, a casi nadie le importaba quién hubiera matado a quién en este tipo de relatos. Desde luego, a la gente de Hollywood —incluido a Faulkner, por mucho que le fastidie que le incluyamos— no le importaba lo más mínimo. En pocos años, el relato de misterio tradicional (iniciado por Conan Doyle y consagrado por Agatha Christie e innumerables más, en su mayoría ingleses) había ido dejando paso al estilo hard-boiled de las revistas pulp. Y los relatos de las revistas pulp, donde reinaba Dashiell Hammett, se inspiraban más en el cine que en las historias de misterio de la tradición inglesa.

Tal como explicaba el propio Chandler en El simple arte de matar, en el relato criminal clásico lo único importante era el desenlace final. Lo que conducía a este desenlace era más o menos un relleno decorativo. Lo que la gente compraba era un buen enigma seguido por un ejercicio de lógica y deducción, más o menos brillante según la capacidad del autor. Resuelto el misterio, resuelta la historia. En cambio, la premisa básica de los relatos típicos de Black Mask era que la escena era más importante que el enigma, y se consideraba que un buen argumento era el que generaba buenas escenas. Exactamente igual que en el cine.

En el mismo ensayo, Chandler cuenta que un productor de cine «muy inteligente» le había dicho que no se puede hacer una buena película a partir de un relato de misterio, porque todo dependía de una larga explicación que llegaba cuando el público ya se estaba poniendo el sombrero y abandonando la sala. Se refería, por supuesto, al misterio tradicional de la escuela inglesa. La norma de Hollywood era que las explicaciones debían reducirse al mínimo y darse sobre la marcha, en pequeñas dosis, siempre acompañadas de algún tipo de acción.

¿Dónde encontrar aquel tipo de historias? En los pulps, naturalmente.

Eran revistas baratas, impresas en papel malo, con portadas chillonas y truculentas en las que abundaban las mujeres poco vestidas en situaciones de peligro, dominación o tortura. También abundaban en sus portadas las calaveras, las pistolas y los puñales. Y solo contenían ficción; nada de reportajes, artículos, fotografías y consejos para la vida social, como en las revistas finas de papel cuché. En un principio, en cada una de estas publicaciones podía haber relatos de varios géneros, pero pronto se fueron especializando: aventuras, fantasía y ciencia ficción, guerra, misterio, Oeste, amor, amor en el Oeste…

Durante la primera mitad del siglo XX, junto con el cine y antes que los cómics y la televisión, las revistas pulp fueron el entretenimiento de masas supremo en Estados Unidos. Los jóvenes americanos las devoraban, coleccionaban, intercambiaban y compraban a millones. La Edad de Oro de los cómics aún no había comenzado, y los héroes populares eran Tarzán, La Sombra, Doc Savage, Nayland Smith (si este no les suena, es porque nunca salía en los títulos ni en las portadas; es el inconveniente de ser el antagonista de Fu Manchu, un villano mucho más famoso que «su» héroe) y centenares de vaqueros, soldados y detectives sin cara, totalmente intercambiables.

A juzgar por las portadas, los textos contenían abundante violencia y todo el sexo que se pudiera meter, sin hacerle ascos al sadismo. (Y sin duda, a juzgar por las portadas, en aquellas historias aparecían muchas calaveras, algunas de ellas con serpientes venenosas saliendo por las cuencas de los ojos.)

Todos los hombres eran muy duros, excepto algún flojucho introducido para crear contraste y ser avasallado. Todas las mujeres eran muy guapas y ligeras de cascos. No todas eran damiselas en apuros. En los relatos de Chandler, cualquier groupie de diecinueve años lleva una pistola en el bolso. Aquellas chicas sabían dónde se metían.

Todos los autores americanos de géneros populares trabajaron para aquellas revistas: Edgar Rice Burroughs (The All-Story, Argosy), H.P. Lovecraft y Robert E. Howard (Weird Tales), Robert A. Heinlein e Isaac Asimov (Astounding Science Fiction), etc. Algunos no salieron nunca de los pulps; otros adquirieron fama posterior como novelistas o guionistas de televisión.

Raymond Chandler fue uno de aquellos autores que escribían para los pulps, primero para Black Mask y después para Dime Detective. De algún modo tenía que ganarse la vida durante la Gran Depresión, después de haber sido despedido, a causa de sus borracheras, de la empresa petrolera en la que había ocupado altos cargos. Había estado cobrando sueldazos y de pronto se encontraba sin ninguna fuente de ingresos y en plena Depresión. Era 1933 y él tenía cuarenta y cuatro años.

Pensó que se le podía dar bien escribir relatos policíacos y eligió para su debut la revista Black Mask, donde había triunfado Dashiell Hammett.

Black Mask se había fundado en 1920. En 1923 publicó la primera aventura del Agente de la Continental, de Dashiell Hammett. En 1930, bajo la dirección de Joseph Thompson Shaw, vendía cien mil ejemplares al mes.

Al principio, Black Mask publicaba relatos de distintos géneros. Según sus editores, era «cinco revistas en una: los mejores relatos de aventuras, los mejores relatos de misterio y policíacos, los mejores relatos de amor, los mejores relatos de ocultismo…». El subtítulo bajo la cabecera decía «Western, Detective and Adventure Stories». Después, Shaw, entusiasmado por los relatos de Hammett, Erle Stanley Gardner y Horace McCoy, decidió especializarse en el género criminal y el subtítulo pasó a ser «Smashing Detective Stories». Los relatos que aparecían en Black Mask eran cada vez más violentos, más negros, con diálogos cada vez más duros y sarcásticos. Hard-boiled.

Chandler decidió dedicarse a los pulps, pero antes tenía que aprender el oficio. Su aprendizaje consistió en leerse los números atrasados de la revista.

Entre 1922 y 1930, Dashiell Hammett había publicado veintisiete relatos y

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