La danza de la muerte (Inspector Pendergast 6)

Douglas Preston

Fragmento

Índice

Índice

La danza de la muerte

Agradecimientos

UNO

DOS

TRES

CUATRO

CINCO

SEIS

SIETE

OCHO

NUEVE

DIEZ

ONCE

DOCE

TRECE

CATORCE

QUINCE

DIECISÉIS

DIECISIETE

DIECIOCHO

DIECINUEVE

VEINTE

VEINTIUNO

VEINTIDÓS

VEINTITRÉS

VEINTICUATRO

VEINTICINCO

VEINTISÉIS

VEINTISIETE

VEINTIOCHO

VEINTINUEVE

TREINTA

TREINTA Y UNO

TREINTA Y DOS

TREINTA Y TRES

TREINTA Y CUATRO

TREINTA Y CINCO

TREINTA Y SEIS

TREINTA Y SIETE

TREINTA Y OCHO

TREINTA Y NUEVE

CUARENTA

CUARENTA Y UNO

CUARENTA Y DOS

CUARENTA Y TRES

CUARENTA Y CUATRO

CUARENTA Y CINCO

CUARENTA Y SEIS

CUARENTA Y SIETE

CUARENTA Y OCHO

CUARENTA Y NUEVE

CINCUENTA

CINCUENTA Y UNO

CINCUENTA Y DOS

CINCUENTA Y TRES

CINCUENTA Y CUATRO

CINCUENTA Y CINCO

CINCUENTA Y SEIS

CINCUENTA Y SIETE

CINCUENTA Y OCHO

CINCUENTA Y NUEVE

SESENTA

SESENTA Y UNO

SESENTA Y DOS

SESENTA Y TRES

SESENTA Y CUATRO

SESENTA Y CINCO

SESENTA Y SEIS

SESENTA Y SIETE

SESENTA Y OCHO

SESENTA Y NUEVE

SETENTA

SETENTA Y UNO

SETENTA Y DOS

EPÍLOGO

Notas

Biografía

Créditos

Lincoln Child dedica este libro

a su hija Veronica

Douglas Preston dedica este libro

a su hija Aletheia

Agradecimientos

AGRADECIMIENTOS

Queremos dar las gracias a los siguientes integrantes de Warner Books: Jamie Raab, Larry Kirshbaum, Maureen Egen, Devi Pillai, Christine Barba y el equipo de ventas, Karen Torres y el de marketing, Martha Otis y el departamento de publicidad y promoción, Jennifer Romanello, Dan Rosen, Maja Thomas, Flag Tonuzi, Bob Castillo, Penina Sacks, Jim Spivey, Miriam Parker, Beth de Guzman y Les Pockell.

Un agradecimiento especial a nuestra editora, Jaime Levine, por su empecinada defensa de las novelas de Preston y Child. Debemos gran parte de nuestro éxito a su entusiasmo, al acierto de sus correcciones y a lo bien que nos defiende.

Gracias asimismo a nuestros agentes, Eric Simonoff, de Janklow & Nesbit, y Matthew Snyder, de Creative Artists Agency. Coronas de laurel para el agente especial Douglas Margini, Jon Couch, John Rogan y Jill Nowak, por sus muchas y diversas atenciones.

Expresar, como siempre, nuestro agradecimiento a nuestras esposas e hijos, por su amor y apoyo.

Huelga decir que todos los personajes, compañías, hechos, lugares, comisarías, publicaciones y organismos gubernamentales descritos en estas páginas son ficticios o se usan de modo ficticio.

UNO

UNO

DEWAYNE MICHAEL estaba sentado en la segunda fila del aula, mirando al profesor con lo que pretendía hacer pasar por interés. Le pesaban los párpados como si le hubieran cosido en ellos pesas de plomo de las de pescar. Le palpitaba la cabeza al ritmo de su corazón, y tenía un regusto como si se le hubiera muerto algo en la lengua. Al llegar tarde, se había encontrado el aula llena, con un solo asiento libre: segunda fila centro, justo delante del atril.

Genial.

Dewayne se estaba especializando en ingeniería eléctrica, y había elegido la optativa por lo mismo que tres décadas de futuros ingenieros: porque era una maría. «Literatura inglesa. Una perspectiva humanista» siempre había sido una asignatura de las que se aprobaban casi sin tocar ni un libro. El profesor de toda la vida, un carcamal muerto de asco que se llamaba Mayhew, hablaba como si quisiera hipnotizarte, con la vista pegada a unos apuntes que tenían cuarenta años y una entonación ideal para dormir. El muy memo no se molestaba ni en cambiar de exámenes. Los de los años anteriores corrían como el agua por la residencia de Dewayne. Vaya, que ya era mala pata que justo ese semestre se hubiera encargado de la asignatura una eminencia como el doctor Torrance Hamilton. A juzgar por la actitud de servilismo generalizado, era como si Eric Clapton hubiera aceptado un bolo en una facultad.

Dewayne cambió desconsoladamente de postura en el asiento de plástico frío. Ya se le había dormido el culo. Miró de reojo a ambos lados. Estaba rodeado de alumnos (casi todos de segundo ciclo) que tomaban apuntes o grababan la clase con microcasetes para no perderse nada de lo que saliera de la boca del profe. Era la primera vez que estaba el aula llena con esa asignatura. Y ni un estudiante de ingeniería a la vista.

¡Qué marrón!

Recordó que aún le quedaba una semana para borrarse de la asignatura. Por otro lado, necesitaba los créditos, y aún existía la posibilidad de que el profesor Hamilton fuera de los que aprobaban. Si no, ¿qué sentido tenía tanta gente un sábado por la mañana? ¿A qué venían? ¿A que los cateasen?

De momento, ya que estaba delante y en el centro, más valía poner cara de despierto.

Hamilton se paseaba por el estrado declamando c

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos