El retrato de Dorian Gray

Oscar Wilde

Fragmento

cap-1

PREFACIO

El artista es el creador de cosas hermosas.

El objeto del arte es revelarse y ocultar al artista.

El crítico es aquel capaz de traducir a un estilo o material distintos su impresión sobre las cosas hermosas.

Tanto la forma de crítica más elevada como la que lo es menos son una forma de autobiografía.

Corruptos sin encanto son los que hallan feos sentidos en las cosas hermosas. Eso es un error.

Cultos son aquellos que hallan sentidos hermosos en las cosas hermosas. Para ellos hay esperanza.

Los elegidos son aquellos para quienes las cosas hermosas significan tan solo Belleza.

No existen libros morales ni inmorales, sino solo los libros bien o mal escritos. Eso es todo.

La manifiesta aversión del siglo XIX por el realismo no es más que la rabia de Calibán al verse reflejado en un espejo.

La manifiesta aversión del siglo XIX por el romanticismo no es más que la rabia de Calibán al no verse reflejado en un espejo.

La vida moral del hombre forma parte de los temas que ocupan al artista, pero la moral del arte radica en el perfecto uso de un medio imperfecto.

Ningún artista desea demostrar nada. Hasta las cosas verdaderas pueden demostrarse.

Ningún artista es poseedor de afinidades éticas. En el artista las afinidades éticas son un imperdonable manierismo de estilo.

No hay un solo artista morboso. El artista puede expresarlo todo.

El pensamiento y el lenguaje son para el artista los instrumentos de un arte.

El vicio y la virtud son para el artista los materiales de un arte.

Desde el punto de vista de la forma, el arte del músico es el modelo de todas las artes. Desde el punto de vista de la emoción, el modelo es el oficio del actor.

Todo arte es a la vez símbolo y superficie.

Los que ahondan bajo la superficie corren un riesgo.

Los que leen el símbolo lo hacen por su cuenta y riesgo.

Lo que el arte refleja en realidad no es la vida sino al espectador.

La diversidad de opiniones sobre una obra de arte demuestra que se trata de una obra nueva, compleja y vital.

Cuando los críticos discrepan, el artista está de acuerdo consigo mismo.

Podemos perdonar a alguien que crea algo útil siempre que no profese admiración por el objeto creado. La única excusa que justifica la creación de algo inútil es que provoque en nosotros una profunda admiración.

Todo arte es absolutamente inútil.

O. W.

cap-2

1

El denso aroma a rosas llenaba el estudio, y cuando la ligera brisa estival caracoleaba entre los árboles del jardín, por la puerta abierta se deslizaba el intenso perfume de las lilas o el aroma más delicado del arce de flores rosadas.

Desde el extremo del diván tapizado con un diseño a base de sillas de montar persas en el que estaba tumbado, fumando, como era su costumbre, un cigarrillo tras otro, lord Henry Wotton vislumbró el fulgor de los almibarados capullos de color miel cuyas trémulas ramas parecían apenas capaces de soportar el peso de tan flameante hermosura. De vez en cuando, las fantásticas sombras de los pájaros en pleno vuelo cruzaban las altas cortinas de tussor que cubrían el inmenso ventanal, provocando un momentáneo efecto de tinte japonés y recordándole a esos pintores de Tokio que, con el rostro pálido y cerúleo como el jade, se valen de un arte necesariamente inmóvil en su afán por producir la sensación de movimiento y de velocidad. El sordo zumbido de las abejas abriéndose paso entre las largas briznas de hierba aún por segar, o girando con monótona insistencia alrededor de los polvorientos espinos dorados de la exuberante y asilvestrada madreselva, parecía magnificar la opresiva naturaleza que teñía el silencio. El lejano fragor de Londres era como el bordón de un órgano lejano.

En el centro de la estancia, sujeto a un caballete, descansaba el retrato de cuerpo entero de un joven de extraordinaria belleza, y delante de él, a cierta distancia, estaba sentado el pintor, de nombre Basil Hallward, cuya repentina desaparición había provocado hacía algunos años un gran revuelo público, dando lugar a innumerables y variopintas conjeturas.

Mientras el pintor contemplaba la elegante y hermosa forma que con mayúscula maestría había reflejado en su arte, a su rostro asomó una placentera sonrisa y pareció a punto de quedarse allí. Sin embargo, el hombre se sobresaltó y, cerrando los ojos, se cubrió los párpados con los dedos como en un intento por aprisionar en su cerebro algún curioso sueño del que temiera despertar.

—Es sin duda tu mejor obra, Basil, lo mejor que has hecho hasta ahora —dijo lánguidamente lord Henry—. Deberías enviarlo al Grosvenor el año que viene. La Academia es demasiado grande y demasiado vulgar. Siempre que he estado allí, o había tanta gente que me resultó imposible ver los cuadros, cosa harto espantosa, o tantos cuadros que no hubo forma de poder ver a nadie, lo cual se me antoja incluso peor. Indudablemente, el Grosvenor es la única alternativa posible.

—No creo que vaya a enviarlo a ninguna parte —respondió Basil, echando la cabeza hacia atrás de ese modo tan particular con el que tan a menudo había provocado la hilaridad entre sus amigos de Oxford—. No, no pienso enviarlo a ninguna parte.

Lord Henry arqueó las cejas y le miró perplejo a través de los finos y azulados jirones de humo que ascendían dibujando espirales y caprichosas volutas desde su cargado y opiáceo cigarrillo.

—¿Que no piensas enviarlo a ninguna parte? ¿Y puedo saber por qué, mi querido amigo? ¿Por alguna razón en particular? ¡Qué extraños sois los pintores! Hacéis lo imposible por granjearos una reputación y, en cuanto la conseguís, no dudáis en echarla por la borda. Menuda estupidez, pues en este mundo solo hay una cosa peor que el hecho de que hablen de uno, y es que no lo hagan. Un retrato como este te posicionaría muy por encima de todos los jóvenes de Inglaterra y te convertiría en blanco de los celos de todos los viejos; eso, claro está, suponiendo que los viejos sean capaces de cualquier emoción.

—Sé que te reirás de mí —respondió el pintor—. Pero no, no puedo exponerlo. He puesto demasiado de mí en él.

Lord Henry se estiró en el diván y se rió.

—Sabía que te reirías. Aun así, es cierto.

—¿Demasiado de ti en él, dices? Palabra de honor que no te creía tan vanidoso, Basil. Y no veo el menor parecido entre ti, con tu rostro duro y de marcadas facciones y con tu pelo azabache, y este joven Adonis, que parece hecho de marfil y rosas. Pero, mi querido Basil, él es un auténtico Narciso, y tú… bueno, no negaré que tienes una expresión intelectual y todo eso. Pero la belleza, la auténtica belleza, termina allí donde empieza la expresión intelectual. El intelecto es en sí mismo un modo de exageración, y destruye la armonía de cualquier rostro. En cuanto uno se sienta a pensar, se vuelve todo nariz, o todo frente, o algo quizá aun más espantoso. No hay más que ver a los hombres de éxito d

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos