El doble secreto de la familia Lessage

Sandrine Destombes

Fragmento

cap-1

Prólogo

1 de septiembre de 1989

… las autoridades de tráfico recomiendan a todos los conductores que eviten las vías principales entre las diez de la mañana y las seis de la tarde. En lo que al domingo se refiere, se establece el código naranja.

Sucesos: sigue sin hallarse ninguna pista del paradero de los mellizos de Piolenc, los dos niños de once años desaparecidos el pasado sábado durante la fiesta del ajo, que se celebró en la localidad, como todos los años, el último fin de semana de agosto. La gendarmería de Orange va a realizar otra batida mañana a partir de las diez. Nuestro enviado especial en la Provenza, Matthieu Boteau, ha recabado el testimonio de varios vecinos que van a participar en las labores de búsqueda…

11 de noviembre de 1989

… gracias a Olivier Yann y a Bertrand Corte por ofrecernos estas imágenes. Con motivo de este acontecimiento, Antenne 2 emitirá esta noche un reportaje elaborado con documentos de sus archivos sobre las etapas de la construcción del muro de Berlín, al que seguirá un programa especial en el que intentaremos explicarles los retos políticos y económicos a los que tendrá que hacer frente Alemania de aquí en adelante.

Y sin solución de continuidad, pasamos a los sucesos: el caso de los mellizos de Piolenc ha dado esta mañana un vuelco dramático. En efecto, el cuerpo de la niña, Solène, ha aparecido en el cementerio de la capilla de Saint-Michel de Castellas, cerca de Uchaux, es decir, a menos de diez kilómetros del lugar donde se la vio por última vez. Según las primeras constataciones de la gendarmería, la niña llevaba muerta al menos veinticuatro horas. Hemos tenido ocasión de hablar con el jardinero de la parroquia que realizó este macabro hallazgo. Aún muy emocionado, el hombre ha comparado a la pequeña Solène con un ángel. Llevaba puesto un vestido blanco y una corona de flores en el pelo. Parecía tan serena que al principio el jardinero pensó que estaba dormida, a pesar del frío, antes de reconocer el rostro de la niña desaparecida, cuyo retrato aún se sigue difundiendo ampliamente por la zona. De momento, sigue sin encontrarse al hermano mellizo, pero es obvio que este hallazgo va a impulsar de nuevo las investigaciones con la esperanza de que se puedan aprovechar nuevos indicios…

1 de enero de 1990

… que suman 197 coches incendiados solo en este departamento. Aun así, la Prefectura quiere destacar que se trata de una cifra ligeramente inferior a la del año pasado.

En esta noche de San Silvestre, cabe destacar otro acto de vandalismo que sin embargo no es consecuencia del ambiente festivo y el alcohol: los vecinos de Piolenc, una pequeña localidad del departamento de Vaucluse, se han encontrado con varias pintadas cargadas de odio en la fachada del Ayuntamiento. Acusaciones contra las autoridades, escritas en color rojo sangre, por no poner más empeño en buscar a Raphaël, el mellizo de Piolenc del que sigue sin tenerse noticias. La investigación sobre el asesinato de su hermana sigue abierta, pero la gendarmería de Orange reconoce entre líneas que no alberga muchas esperanzas de que haya un final feliz para este niño de tan solo, recordémoslo, once años de edad.

14 de febrero de 1996

… esta festividad, tan popular al otro lado del Atlántico, tiene, sin embargo, divididos a los franceses. En efecto, aunque la perspectiva de una cena íntima en un restaurante o de un regalito no parece disgustar a las damas, la encuesta a pie de calle que vamos a ofrecerles deja muy claro que los caballeros no son de la misma opinión y están convencidos de que esta festividad del amor es, ante todo, una estratagema comercial…

Gracias a Alain Faure por ofrecernos estas imágenes. Volvemos ahora al tema con el que abríamos la semana. El lunes, Victor Lessage presentará una petición para que se reanude la investigación del asesinato de su hija Solène y la desaparición de su hijo Raphaël. Siete años después de los hechos, este padre afirma estar dispuesto a exhumar el cuerpo de la niña para que le tomen muestras de ADN. Cabe destacar que desde hace un año, los servicios policiales utilizan cada vez más esta técnica que ha permitido resolver en poco tiempo numerosos casos. Nos acompaña en el plató Michel Chevalet, que va a intentar explicarnos en qué consiste esta técnica del ADN mitocondrial (espero haberlo pronunciado correctamente) y a decirnos por qué este descubrimiento está revolucionando el ámbito judicial.

31 de agosto de 2009

… precisamente el señor Luc Chatel, a cargo de la cartera de Educación desde hace tan solo dos meses, estará en nuestro plató mañana por la mañana para explicar qué va a cambiar este curso para nuestros niños y para responder a las preguntas de los telespectadores.

Hoy a las tres de la tarde se celebrará el sepelio de Luce Lessage, madre de los mellizos de Piolenc. Luce Lessage se suicidó el pasado miércoles, coincidiendo con los veinte años de la desaparición de sus hijos. Recordemos que el cuerpo de la niña, Solène, se encontró al cabo de dos meses y medio y que su asesinato nunca llegó a resolverse. Por su parte, su hermano Raphaël sigue en paradero desconocido. Después de la ceremonia, en la localidad de Piolenc tendrá lugar una marcha blanca. Los organizadores prevén que asistan más de diez mil personas, es decir, el doble de la población de Piolenc, y aspiran a despertar el interés mediático por este caso tan turbio que nadie está dispuesto a olvidar en la región. En principio, Victor Lessage, padre de los mellizos, encabezará la marcha.

21 de junio de 2018

… a pesar del dispositivo que han puesto en marcha las fuerzas del orden desde hace dos días, sigue sin aparecer ningún rastro de la pequeña Nadia Vernois. A la niña de once años se la vio por última vez delante de su colegio, La Ròca, en Piolenc. Nadia, que suele volver a casa en compañía de dos amigas, les dijo a estas que tenía cita en el médico y se marchó en dirección contraria. Desde entonces, nadie ha vuelto a saber nada de ella. Conviene precisar que esta desaparición les trae muy malos recuerdos a los vecinos del pueblo. En efecto, hace veintinueve años, a falta de un par de meses, desaparecían también los hermanos mellizos de Piolenc, Solène y Raphaël. Esperemos que la pequeña Nadia no corra la misma suerte que Solène, cuyo asesinato, que sigue sin resolverse, prescribirá el mes próximo.

Y para terminar con una nota alegre, o casi, les recordamos que esta trigésima sexta edición de la fiesta de la música estará pasada por agua para gran parte de los franceses. Cosa que no parece desanimar a los jóvenes músicos en ciernes con los que Florent Thomas se ha reunido para informarnos. Adelante, Florent…

cap-2

1

Jean no le quitaba ojo a Victor Lessage, esperando una explicación que no acababa de llegar. Sus antiguos compañeros de la gendarmería de Orange le habían hecho un favor dejándole sentarse enfrente de ese hombre al que conocía desde hacía casi treinta años y que ahora estaba detenido. Era el propio Victor quien había solicitado su presencia. Después de tantos años, el padre de los mellizos seguía confiando en él y Jean no estaba seguro de merecérselo.

—Dime que no has tenido nada que ver con la desaparición de Nadia.

—¿Cómo puedes preguntarme algo así? —contestó Victor con expresión abatida.

Esa cara no se la conocía Jean. Era nueva. Desde hacía tres décadas, Victor Lessage era un hombre airado. Un hombre sublevado, provocador, a veces, incluso, acusador, pero un hombre abatido, jamás. A Jean le sabía mal haberle hecho esa pregunta, pero Victor tenía los elementos en contra y no le hacía ningún favor ignorándolo.

—¿Por qué me has llamado?

—Sabes de sobra que no me van a hacer caso. Soy el sospechoso ideal. Llevo meses peleando para que al asesinato de Solène no le apliquen la prescripción y va alguien y secuestra a otra niña justo antes de la fecha fatídica. Seguro que los investigadores reabren mi caso. Aunque tus amiguitos nunca hayan sido muy espabilados, no es muy difícil atar cabos. Soy el primero que puede sacar algo de este crimen. Si fuera ellos, yo también me habría detenido.

Jean sonrió. Desde que se conocían, Victor nunca había ocultado el desprecio que sentía por los agentes uniformados y no podía culparlo. Sus dos hijos habían desaparecido, la niña para siempre y el niño puede que también, pero nadie había podido ofrecerle la mínima explicación. Lo que no entendía era por qué él, Jean Wimez, encargado de la investigación en el momento de los hechos, le había merecido siempre un poco más de simpatía.

—Tienen otros indicios contra ti —prosiguió Jean a su pesar—. Han encontrado una horquilla de la niña en tu salón.

—Nadia venía a verme de vez en cuando.

—¿Cómo que iba a verte? ¿Desde cuándo? ¿Se lo has contado a mis compañeros?

—¿Para que me tomen por un viejo verde? Gracias, pero no.

—¡Dime por qué iba Nadia a tu casa! —insistió Jean, incómodo.

—Relájate, Jeannot, que no es lo que te piensas. No hay nada enfermizo. Seguro que cualquier psiquiatra de andar por casa te diría que es una transferencia que hago sobre la niña, pero te juro que no es eso. Nadia conocía nuestra historia y había estudiado el tema bastante a fondo. Quería hacer un trabajo de clase sobre Solène. Un proyecto para presentarlo a final de curso. Ya sabes, de esos que se van haciendo poco a poco y luego se exponen delante de toda la clase. A la cría se le había metido en la cabeza que todos los niños de su edad tenían que saber lo que le había pasado a nuestra familia. Una obligación de recordar, en cierto modo. Tenía muy buen corazón, ¿sabes?, y era de lo más madura.

—¿Por qué hablas en pasado? —lo interrumpió Jean con un tono más seco de lo que pretendía.

—Tienes razón —dijo Victor en voz baja—. Va a resultar que sí que estoy haciendo la puñetera transferencia esa. Mira, Jean, no sé lo que le habrá pasado a esa niña, pero te juro que si me dejan salir de aquí seré el primero en buscarla. No vayas a creer que me voy a sentir menos solo si le pasa algo. La pena no es algo que se comparta. Al final, lo he asumido.

Jean escudriñaba a ese hombre al que siempre había admirado en secreto. Victor había peleado como un poseso todos aquellos años. Para que se hiciera justicia, para que la gente no los olvidara, ni a él ni a sus hijos. Ni siquiera el suicidio de su mujer había podido calmar su sed de verdad. Victor Lessage había dedicado todo su tiempo libre a buscar la grieta que le permitiese provocar un cataclismo. Se leía todas las revistas científicas al acecho de alguna tecnología nueva que los investigadores pudiesen aplicar a su caso. Así fue como se le ocurrió hacer una prueba de ADN cuando en la gendarmería el tema estaba aún en mantillas. Por desgracia, Victor exhumó a su hijita en vano. Los resultados de las pruebas no fueron concluyentes y, una vez más, Victor tuvo que tascar el freno. Había fundado una asociación en memoria de Solène que atrajo muchas adhesiones los primeros años, aunque con el tiempo se fueron espaciando. Cuando apareció Facebook, Victor se compró de inmediato un ordenador para abrir una cuenta. Hacía tiempo que había comprendido el impacto que podía tener un medio de comunicación. Su golpe de efecto en el Ayuntamiento, que se emitió por televisión casi treinta años antes, le valió el apoyo de muchísimos desconocidos desperdigados por toda Francia. De modo que Victor utilizó las nuevas herramientas que tenía a su alcance, las redes sociales. Su perfil contaba con más de cinco mil «amigos». No conocía a ninguno personalmente, lo cual no le impedía recurrir a ellos cada vez que quería recordarles a las autoridades que su caso seguía sin resolver. Hasta el momento, ninguno de estos esfuerzos había dado frutos y eso era seguramente lo que obligaba a Jean a admirarlo. Aquel viudo, que se había quedado sin hijos, no se rendía nunca.

—Los compañeros me han dicho que no tenías coartada para el momento de la desaparición —continuó al cabo de unos instantes.

—¿Cuándo vas a dejar de llamarlos «compañeros»? —replicó Victor—. Hace casi diez años que te jubilaste.

—Ya sabes lo que dicen: quien ha sido gendarme…

—¡No lo he oído nunca!

—Igual me lo he inventado —reconoció Jean de buena fe—. Pero volvamos a la coartada, ¿te parece?

—¿Qué quieres que te cuente que no les haya contado ya? Estaba en casa. Solo. Como todos los días de la semana desde que Luce decidió ponerse la soga al cuello.

—¿Nadie te vio ese día?

—¿Qué parte no entiendes de «solo»?

—Tómatelo en serio, por favor. ¿Puede que hicieras una llamada? ¿O que compraras una peli en VOD?

—¿En mitad de la tarde?

—¡Esfuérzate, Victor! Por si no te habías enterado, estoy intentando ayudarte.

Victor pareció pensarse más a fondo la respuesta pero acabó meneando la cabeza de derecha a izquierda.

—¡Solo y ocioso! ¡El culpable perfecto!

—¡Me parece que no te das cuenta de lo grave que es esta situación! —se impacientó Jean.

—Todo lo contrario —contestó Victor fríamente—. Si alguien puede darse cuenta, ¡ese soy yo! Mientras tú y yo estamos aquí de palique y tus compañeros, como tú los llamas, se inventan pruebas de pacotilla, no hay nadie buscando a Nadia.

—¡Mentira! No puedes decir algo así. Están todos en pie de guerra. Ya han peinado tu casa y tu jardín, y ahora mismo, mientras hablamos, están haciendo una batida en tus viñedos.

—Pues entonces, que Dios proteja a esa niña, Jean, ¡porque nadie más va a hacerlo!

cap-3

2

Jean llevaba dos horas tratando de sacarle información a Victor Lessage, en vano. El hombre que tenía sentado delante parecía ahora resignado. «El Maldito de Piolenc», tal y como lo apodaban algunos vecinos del pueblo, ya no reaccionaba a las provocaciones del exgendarme. Y eso que lo que esperaba conseguir Jean Wimez no era una confesión. No se creía ni por un segundo que fuera culpable. No, lo que esperaba conseguir era una reacción, un indicio, lo que fuera, que le sirviese para sacar a Victor de esa situación.

También él habría preferido estar a kilómetros de allí. El caso de los mellizos de Piolenc había sido «su» caso o, más bien, su desastre, su maldición. Recién ascendido, se encontró con treinta y cinco años al frente de una unidad de gestión de crisis que pronto se vio superada. Se dice que las primeras cuarenta y ocho horas son de crucial importancia cuando desaparece un niño. Jean comprendió demasiado tarde lo acertadas que eran estas estadísticas.

El exgendarme todavía se acordaba de aquella mañana del 11 de noviembre de 1989. Como tantas otras, había dormido poco pero, por una vez, no fue por culpa de la investigación. Las imágenes de la caída del muro de Berlín, que llevaban transmitiendo en directo desde hacía veinticuatro horas, lo tenían hipnotizado. Rostropóvich y su violonchelo lo habían conmovido tanto que acabó llorando. Pero eso no fue nada comparado con lo que iba a experimentar unas horas más tarde.

Solène y su vestido de primera comunión. La corona de flores blancas que llevaba en el pelo. Ese cuerpecito frágil que habían colocado primorosamente sobre la hierba húmeda, con una mano encima de la otra a la altura del corazón. También él opinaba como el jardinero que la había descubierto. Solène parecía un ángel.

La autopsia demostró que la niña no había sufrido maltrato ni abusos sexuales. Era un leve consuelo al que todo el pueblo se agarró como a un clavo ardiendo. Solène había muerto asfixiada. Como en la tráquea no apareció ninguna fibra, la tesis que prevaleció fue la de que el asesino la había ahogado obstruyéndole las vías respiratorias con sus propias manos. Tenía la carita muy menuda. No había que ser muy fuerte para impedirle respirar.

El traje que llevaba puesto no formaba parte de su guardarropa. Como le quedaba perfecto, dedujeron que el asesino lo había comprado para ella. Era la primera pista con la que contaban desde hacía tres meses. Los investigadores preguntaron en todas las tiendas de ropa infantil de la región y también en los talleres de costura y de arreglos, pero no sacaron nada en limpio.

Tras varias semanas de búsqueda, las fuerzas policiales tuvieron que rendirse a la evidencia. El hallazgo del cuerpo de Solène no había servido para que avanzase la investigación. Su muerte seguía siendo un misterio y ya nadie contaba con encontrar a su hermano vivo. El único que seguía creyendo que sí lo estaba era Jean Wimez. Y Victor Lessage, por supuesto. De aquella fe común nació algo así como una amistad o, cuando menos, un respeto mutuo.

—¿Habéis buscado en el cementerio?

A Jean le sorprendió la intervención de Victor. Desde que había entrado en aquella sala de interrogatorios, las preguntas las había hecho él.

—¿El cementerio de Saint-Michel?

—¡Pues claro! ¿Cuál si no?

—Victor, por ahora, no hay nada que demuestre que el secuestro de Nadia tenga alguna relación con el de Solène.

—Y el de Raphaël.

—¿Cómo?

—¡He dicho «y el de Raphaël»! —repitió Victor, desabrido—. Parece que a todo el mundo se le olvida que mi niño sigue estando por ahí, en alguna parte.

Jean no contestó. ¿Qué podía decir, aparte de que aquel niño, de seguir vivo, tendría ya cuarenta años y que seguramente ya no le quedaba nada del niño al que tanto quería Victor?

—No sé si han ido —reconoció al fin—, pero se lo puedo sugerir.

—Gracias.

—No me des las gracias, Victor. Mientras crean que eres culpable, no estoy seguro de conseguir que me escuchen.

—Pero mi caso sí que lo reabrirán, ¿no?

—Yo, en tu lugar, no contaría demasiado con ello. Una vez más, eres el principal sospechoso y la mayoría de los que trabajan en el caso casi ni habían nacido cuando secuestraron a tus mellizos. Ya sé que no es lo que quieres oír, pero Solène y Raphaël seguramente no sean su prioridad en este momento.

—La misma edad, el mismo colegio y prácticamente la misma fecha. ¡No me digas que tienes tanta fe en que las casualidades existen!

—Lo de la edad, te lo admito. Lo del colegio, siento discrepar, pero uno de cada dos niños en Piolenc está escolarizado en La Ròca. En cuanto a la fecha, estás contando la historia como te conviene. Estamos en junio y tus hijos desaparecieron a finales de agosto.

—¿Y el hecho de que Nadia mostrase tanto interés por Solène?

—Tú mismo has dicho que no se lo habías contado a los gendarmes y eso ha sido un error, por si te interesa mi opinión.

Fue entonces cuando Jean percibió un cambio en la actitud de Victor. Una chispa en la mirada, una actitud más rígida, como si estuviera de nuevo listo para pelear.

—¡Dile al tarado ese que va de jefe que venga! —confirmó Victor con voz firme.

—Se llama Fabregas, y no tiene nada de tarado.

—Lo que tú digas.

Satisfecho por haber logrado que su interlocutor entrara en razón, Jean se dirigió hacia la puerta pero esta se abrió bruscamente y estuvo a punto de partirle la nariz.

Apareció un teniente joven. Jean no sabía cómo se llamaba, pero recordaba haberlo visto acompañando a Fabregas en la primera rueda de prensa.

—¡Llega justo a tiempo, teniente! ¿Podría decirle al capitán Fabregas que el señor Lessage está dispuesto a hablar?

El teniente hizo una pausa antes de responder:

—Precisamente vengo de su parte, capitán.

—Ya no soy capitán, teniente.

El joven asintió deprisa con la cabeza para indicar que había procesado el dato, pero aun así transmitió el mensaje.

—La hemos encontrado, señor.

Jean y Victor se miraron, atónitos. Como el teniente no contaba nada más, el exgendarme hizo un ademán con la mano para animarle a dar más detalles.

—Es que no sé si puedo decírselo delante del detenido, señor.

—Yo respondo por él, teniente. Díganos al menos si está viva.

—Lo está, señor. Los padres de Nadia nos han llamado para decirnos que su hija ha vuelto a casa.

—¿Se había escapado? —preguntó Victor, con una voz entre aliviada y consternada.

—Todavía no está muy claro —contestó el oficial—. Según cuentan también los padres, la cría parece… distinta.

—¿Distinta en qué? —preguntó Jean.

—No ha dicho esta boca es mía desde que regresó.

—¿Y ya está? —insistió Jean, que adivinaba que el teniente se estaba guardando información.

—Es por la ropa, señor.

—¿Qué pasa con la ropa?

—No iba vestida como el día que desapareció.

El teniente observó a Victor unos instantes antes de proseguir, a todas luces incómodo:

—Llevaba puesto un vestido blanco y una corona de flores en el pelo.

cap-4

3

Victor iba y venía como un león enjaulado. Cuando Nadia regresó sana y salva, pensó que acto seguido lo soltarían, pero las órdenes estaban muy claras. Mientras la niña continuara muda, él seguiría en detención preventiva, al menos hasta agotar el plazo legal, es decir, potencialmente, otras treinta y dos horas.

Jean Wimez, desde luego, había intercedido por él ante Fabregas, pero el vestido blanco que llevaba puesto Nadia había recrudecido las sospechas que ya pesaban sobre Victor Lessage. En lugar de exculparlo, ese hecho apuntaba ineludiblemente hacia el caso de los mellizos de Piolenc, cuyo padre permanecía, pues, en el centro de la intriga.

Una psicopediatra que solía colaborar con las fuerzas policiales había acudido urgentemente desde Aviñón, y se encontraba en ese preciso instante con la niña. De la escasa información que había podido recabar Jean se desprendía que, tras media hora de consulta, Nadia seguía sin emitir ningún sonido.

A Victor le hervía la sangre. Consideraba que si había alguien que de verdad se mereciera hacerle preguntas a la niña, ese era él. Habría dado lo que fuera por poder estar cara a cara con ella. Nadia constituía ahora una fuente inagotable de respuestas de la que necesitaba beber.

—¡No lo entiendes, Jean, ha visto al secuestrador de mis hijos!

—Eso no lo sabemos, Victor. Puede que todo esto no sea más que una puesta en escena.

—¿Cómo puedes decir algo así?

—En estos treinta años he visto a muchísimos chalados contándome cómo se habían llevado a tus hijos o acusando a un vecino. He comprobado esas pistas una a una. ¿Y sabes qué tenían en común? Los recortes de periódico. Todos los testigos que cruzaron la puerta de mi despacho coleccionaban los puñeteros recortes de periódico. ¡Y Dios sabe cuántos hubo en su momento! ¿Te acuerdas? Todos esos artículos que describían minuciosamente cómo se desarrollaba la investigación. El cuerpo de tu pobrecita Solène, cómo lo habían encontrado, cómo iba vestida, incluso lo que había cenado la noche anterior. No faltaba ni un solo detalle. Si hasta parecía que los periodistas dormían conmigo. Por no hablar del forense que tuvo la ocurrencia de impartir una clase magistral sobre el caso apenas un año después, con la investigación aún en curso. Desde entonces blindamos la comunicación y aprendimos de nuestros errores, pero ¿a qué precio?

—¿Me estás diciendo que algún demente ha secuestrado a Nadia por diversión, solo para burlarse de nosotros? Por favor, no sigas.

—Lo único que digo, Victor, es que por ahora no sabemos nada y que no me gustaría que te hicieras falsas ilusiones. Por así decirlo.

—Lo único que quiero es que me dejen hablar con ella.

—Eso no va a pasar.

—Entonces ve a verla tú. Estoy seguro de que te dejarán hacerlo.

Sobre eso, Jean Wimez no tenía tanta confianza como Victor, aunque a él la situación también le resultaba muy frustrante. Al fin y al cabo, aquella niña quizá fuera la clave del misterio. Cuando se jubiló, Jean tenía la esperanza de dejar atrás sus viejos demonios, pero era obvio que, a pesar de todos los años transcurridos, seguía teniendo una fijación con el caso de los mellizos de Piolenc.

Tuvo una negociación muy reñida con Fabregas antes de que este accediese a su solicitud. Jean había jugado todos sus triunfos. La antigüedad, la legitimidad, pero también el afecto. Había tenido bajo sus órdenes a Fabregas cuando estaba casi recién salido de la academia y le había ayudado a ascender cada nivel del escalafón. Fabregas era un buen policía, buenísimo incluso, pero sabía que sin el respaldo de Jean su carrera no habría sido la misma. Y como además era un hombre de honor, el exgendarme supo refrescarle la memoria.

Así pues, Fabregas autorizó a Jean a ir a casa de los padres de Nadia, pero con una consigna muy clara: podía asistir a la sesión de la psicopediatra con la niña, pero sin intervenir bajo ningún concepto. La verdad es que Jean había esperado más, aunque sabía que para quedarse en el meollo de la investigación tenía que aceptar esas condiciones.

Sentado en una butaca del salón, Jean observaba a Nadia muy atento. Solo la había visto en la foto de clase que se había difundido masivamente en las últimas cuarenta y ocho horas. Su sonrisa y su aspecto travieso habían conmovido a toda Francia. Hoy, la niña que Jean tenía enfrente parecía otra. Con la mirada hosca y los labios apretados, Nadia parecía haber envejecido varios años. Su rostro aún tenía la morfología del de una niña de once años, pero algo había cambiado. Los ojos. Jean trataba de captar lo que expresaban ahora. Pena o dureza. No habría podido decirlo. Lo que sí que sabía, en cambio, era que los dos últimos días habían borrado esa traza inefable de despreocupación propia de los niños.

Jean escuchaba atentamente las preguntas de la psicopediatra. Hubiese preferido concentrase en las respuestas de Nadia, pero la niña seguía obstinadamente callada. A la madre, que se había sentado algo retirada, le costaba contener las lágrimas y Jean comprendía ese desamparo suyo. Podía incluso sentirlo.

Tras una hora de monólogo, la doctora Florent les propuso a todos hacer una pausa. A Jean lo dejó impresionado la paciencia de la psicopediatra. Aunque esta se pasó toda la sesión hablándole a la niña con voz suave, él intuyó que necesitaba descansar un rato antes de seguir adelante. El mutismo de Nadia habría desarmado a más de uno, y sin embargo la doctora Florent no parecía alterada. Debe de ser algo habitual, pensó Jean, dividido entre la confianza y la frustración por no obtener las respuestas que esperaba.

¿Sería un truco de la doctora o una mera coincidencia? El caso es que, en cuanto los adultos hicieron ademán de salir de la habitación, la voz de Nadia se dejó oír por primera vez.

—Usted es amigo del señor Lessage, ¿verdad?

Jean se dio la vuelta y se quedó mirando a la niña sin poder contestar. La elocución fría, casi clínica, de Nadia lo había dejado paralizado. Ahora que ella estaba dispuesta a hablar, él temía instintivamente lo que pudiera decir.

—¿Es amigo suyo sí o no?

Esta vez el tono era impaciente.

—En cierto modo —respondió Jean, incómodo.

—Tengo un recado para él.

—¿Un recado? ¿De parte de quién?

—Dígale tan solo que Solène lo perdona.

cap-5

4

«Dígale tan solo que Solène lo perdona.»

Una frase. Una frasecita de nada había bastado para desencadenar el tsunami que en ese instante le caía encima a Victor Lessage. Él, que estaba deseando a toda costa que le prestaran atención a su caso, lo acababa de conseguir.

Fabregas cambió el motivo de la detención. Ahora a Victor lo interrogarían en calidad de principal sospechoso del asesinato de Solène y del secuestro de su hermano, Raphaël. Una vez más.

Treinta años antes, los gendarmes, obviamente, habían mostrado interés por su caso. Le estuvieron haciendo preguntas durante días enteros, rayando en el acoso. Las estadísticas demostraban que los allegados más cercanos suelen estar implicados y Victor era el culpable ideal, a falta de otro mejor. Sin embargo, tenía una coartada. Estaba atendiendo un puesto en la fiesta del ajo, junto a su mujer, el día en que sus hijos desaparecieron. Pero solo Luce Less

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