Trilogía «Refranes, canciones y rastros de sangre»

César Pérez Gellida

Fragmento

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PERSONAJES

Personajes principales:

Ramiro Sancho. Inspector de policía del Grupo de Homicidios de Valladolid.

Ólafur Olafsson. Excomisario de policía de la Brigada de Homicidios de Reikjavik.

Sara Robles. Inspectora del Grupo de Homicidios de Valladolid.

Álvaro Peteira. Subinspector del Grupo de Homicidios de Valladolid.

Fernando Fajardo. Jefe de la Unidad de Secuestros y Extorsiones.

Margarita Zúñiga. Estudiante de tercero de la ESO y víctima de un secuestro.

Azucena Pérez. Madre de Margarita.

José Antonio Pérez. Abuelo de Margarita.

Aitzol Etxevarria, «Chupao». Secuestrador.

Servando Garay, «Chimuelo». Secuestrador.

Gorka Arizmendi, «Besugo». Secuestrador.

Otros personajes:

Erika Lopategui. Doctora en Psicología.

Aarjen de Bruyn. Ayudante retirado del fiscal de Hainault.

Jaap Keergaard. Arcángel Uriel de la Congregación de los Hombres Puros.

Bismark Kruger. Arcángel Zadkiel de la Congregación de los Hombres Puros.

Francisco Travieso. Comisario provincial de Valladolid.

Carlos Herranz-Alfageme, «Copito». Comisario de la comisaría de distrito de las Delicias.

Patricio Matesanz. Subinspector del Grupo de Homicidios de Valladolid.

Carlos Gómez. Agente del Grupo de Homicidios de Valladolid.

Jacinto Garrido. Agente del Grupo de Homicidios de Valladolid.

Carmen Montes. Agente del Grupo de Homicidios de Valladolid.

Áxel Botello. Agente del Grupo de Homicidios de Valladolid.

Santiago Salcedo. Jefe de la Brigada de la Policía Científica de Valladolid.

Mateo Marín. Agente de la Policía Científica de Valladolid.

Daniel Navarro. Agente de la Unidad Motorizada.

Aurora Miralles. Titular del Juzgado de Instrucción n.º 1 de Valladolid.

Pablo Pemán. Subdelegado del Gobierno.

Francisco Javier Caño Olavarría. Jefe superior de la policía de Castilla y León.

Juan Carlos Prieto. Comisario jefe de la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV).

Julio Santamaría. Jefe del Grupo Especial Operativo (GEO).

Peter Frei. Presidente del Partido Cristiano-Demócrata y Flamenco. Guardián de la Congregación de los Hombres Puros.

Rosemarie Slosse. Esposa de Peter Frei.

Luciana Lammers. Asistente personal y mano derecha de Peter Frei.

Thomas Geoffroy. Abogado. Centinela de la Congregación de los Hombres Puros.

Alfredo Zúñiga. Padre de Margarita.

José Ramón Madruga. Politoxicómano.

Anna Jónsdóttir. Vecina de Ólafur Olafsson.

Remedios Hermosilla, «Reme». Vecina de la localidad vallisoletana de Viana de Cega.

Arturo Parrado. Vecino de la localidad vallisoletana de Viana de Cega.

Karatu. Dogo argentino.

Luis. Encargado del Zero Café.

Paco, «Devotion». Pincha del Zero Café.

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RIGOR Y CONSTANCIA

Los estoy viendo por el retrovisor. Se muestran muy poco, lo justo. Apenas salen para fumar, hablan entre ellos sin dejar de mirar el entorno y vuelven a refugiarse en la casa. No saben que estamos ahí, pero toman sus precauciones. Saben de qué va el tema pero solo hay que esperar a que se separen un poco del nido. Aquí no hay segundas oportunidades y el teléfono del comodín de la llamada lo cortaron hace tiempo por falta de pago. El historial de los mendas es un primor. Son itinerantes, tienen tablas y las informaciones apuntan a que pueden ir armados.

La garra, puntual a su cita, está empezando a lijar el duodeno cuando suena el móvil. Es César. Tras un breve saludo, lo lanza:

—Quiero que escribas el prólogo de Sarna con gusto.

Así, sin anestesia. No es una sugerencia, es una orden de servicio. Nada más colgar ya me estoy arrepintiendo de haber aceptado el encargo porque el mayor y a la vez más dudoso mérito literario que se me puede atribuir como inspector de policía puede ser la redacción de atestados policiales, que, como todo el mundo sabe o puede suponer, están considerados por la crítica especializada como obras cumbres de la narrativa universal. Sin desviar la atención de lo que nos ocupa, no puedo evitar remontarme unos años atrás, cuando un tipo rapado al cero con aspecto de todo menos de escritor se personó en las dependencias del Grupo de Homicidios. Venía con cita previa, como en Hacienda, armado con un triste bloc de notas y un no menos patético boli, pero llegaba acompañado y recomendado por un colega, pata negra, que en los días precedentes me había hablado de un buen amigo suyo que estaba escribiendo una novela sobre un asesino en serie y que necesitaba algo de información. Pretendía —me previno el de la motorizada— obtener datos para conformar una visión de conjunto sobre los procesos de investigación. Acepté a pesar de que me invadió un cierto desánimo —lo reconozco ahora—, solo por el hecho de someterme a la curiosidad de un «juntaletras» al que no conocía. Recuerdo que le despaché con solemnidad, sirviéndole unos datos muy generales, de esos que cualquiera podría conseguir en Internet sobre la organización policial, escalafones, reglamentos, régimen disciplinario…, vamos, material de primera; puro solomillo.

«Con estas revelaciones que te estoy haciendo vas de cabeza al top ten de ventas», pronosticaba para mí durante la charla.

El caso es que César no dejaba de tomar notas, mostrando, eso sí, mucho interés por el ladrillo que le estaba endilgando. Una astuta maniobra de distracción como preludio a lo que era el objeto real de la visita, intención que no tardaría en desvelarme con tanta franqueza como prudencia —más de la que muestra hoy, afortunadamente—. Lo que quería aquel proyecto de novelista era conocer el día a día en un Grupo de Investigación del Cuerpo Nacional de Policía, la labor de trincheras, la sala de máquinas.

—Principalmente para dotar de alma al personaje —se justificó.

«Vas listo», pensé yo.

Lo que no fui capaz de calibrar en aquel momento fue el poderío de un arma que traía bien escondida: sus dotes para la persuasión. Un arma de destrucción masiva, créame. Bu

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