Su último día

Shari Lapena

Fragmento

Capítulo 1

1

Agosto de 2018

Aylesford, Nueva York

Hanna Bright deja al pequeño Teddy en su balancín en el porche delantero y se sienta a leer su novela. Luego hará calor, pero por la mañana se está bien en el porche, protegida del sol. Ve dos coches aparcados en la casa que hay un par de puertas más abajo, al otro lado de la calle. La casa está en venta. Alguien ha debido de ir a verla para comprarla.

Y enseguida se queda absorta en su novela, pero levanta la vista poco después cuando nota que hay movimiento en la acera de enfrente. Un hombre corpulento vestido con traje al que Hanna reconoce como el típico agente inmobiliario está en el camino de entrada hablando con una mujer. Hanna se queda mirándolos y se pregunta distraída si será una compradora en firme. La casa no lleva mucho tiempo en venta y este es un barrio atractivo. Imagina que la venderán bastante rápido. Espera que la compre una familia joven: quiere muchos amigos para Teddy, que tiene seis meses. Hay un par de gemelas de cuatro meses justo al otro lado de la calle con una mamá de lo más simpática —Stephanie—, de la que Hanna se ha hecho amiga. Esta mujer parece que está sola, sin marido ni niños que la acompañen.

Con un último apretón de manos, la mujer se aleja del agente y se dirige hacia donde tiene aparcado el coche. Al llegar a la calle, levanta la vista hacia Hanna y su porche y se detiene. Entonces, para sorpresa de Hanna, cruza la calle y va hacia su casa. ¿Qué querrá?, se pregunta.

—Hola —grita la mujer con voz amable.

Hanna se da cuenta de que probablemente ronde los treinta y pocos años y de que es realmente atractiva. Tiene el pelo rubio a la altura de los hombros, una buena figura y un porte envidiable. Tras un rápido vistazo para comprobar que Teddy está bien, Hanna se levanta y baja los escalones de su porche.

—Hola, ¿en qué puedo ayudarla? —pregunta con amabilidad.

—Solo estaba mirando la casa de enfrente —contesta la mujer mientras avanza por el camino de entrada. Hanna se acerca hacia ella, protegiéndose los ojos del sol con la mano—. ¿Le importa que le haga unas preguntas sobre el barrio? —continúa.

Entonces, sí que es una compradora que va en serio, piensa Hanna, un poco decepcionada.

—Claro —responde.

—Mi marido y yo estamos interesados en esta zona. ¿Cree que es un buen sitio para criar niños? —Señala con la cabeza hacia el balancín del porche y sonríe—. Ya veo que tiene un bebé.

Hanna la mira entonces con más agrado y le hace una entusiasta descripción del barrio. Puede que esa mujer esté ya embarazada, pero que aún no se le note.

Al final de la conversación, la mujer le da las gracias y vuelve a su coche. Hanna se da cuenta de que no le ha preguntado su nombre. Bueno. Ya habrá tiempo para eso si finalmente compra la casa. Hay algo que le ronda la cabeza, pero no sabe bien qué es. Teddy empieza entonces a llorar y al levantar al bebé del balancín comprende de qué se trata. La mujer no llevaba anillo de casada. Da igual. Hoy en día mucha gente tiene familia sin estar casada, aunque ella ha mencionado a un marido. Pero ¿quién va a ver una casa sin su pareja?

Stephanie Kilgour ha dejado a las gemelas en sus cunas en la planta de arriba para que echen su siesta matutina. Ahora se sienta un momento en el sofá de la sala de estar, apoya la espalda y cierra los ojos. Está tan cansada que no sabe cómo consigue levantarse cuando las bebés empiezan a llamarla entre lloros a las seis de la mañana. Nada —ni nadie— podría haberla preparado para esto.

Se relaja un momento, dejando que su agotado cuerpo se hunda en los cojines, con la cabeza apoyada pesadamente en los almohadones. Deja que el cuerpo se le afloje. Si no se anda con cuidado, podría quedarse dormida ahí sentada. Y eso no estaría bien, las gemelas solo duermen una media hora por la mañana y la dificultad de despertarse después de un rato tan corto no le merecerá la pena. Le tocará descansar cuando las gemelas duerman su siesta más larga de la tarde.

Sus hijas, Emma y Jackie, son lo mejor que le ha pasado. Pero no tenía ni idea de que iba a ser tan duro. No se imaginaba el coste que supondría para su cuerpo, y también para su mente. Los efectos del prolongado insomnio le están pasando factura. La gente que sabía que estaba embarazada de gemelas —ella no lo había mantenido en secreto— había bromeado con que tener dos bebés sería mucho más difícil. Ella se había limitado a sonreír, encantada con su embarazo, e incluso había presumido en silencio de lo bien que se sentía, de la facilidad con la que su cuerpo estaba llevando los cambios.

Stephanie siempre había sido un poco obsesiva y había pasado mucho tiempo planeando el parto, deseando que todo saliese a la perfección. No estaba tan confiada como para pensar que podría hacerlo sin medicamentos, pero quería tener un parto normal, aunque fuese de gemelas.

Sin embargo, una vez que estuvieron en la sala de partos, el plan se fue al garete. Había terminado con dos bebés en peligro y una cesárea de emergencia. En vez de música relajante, iluminación tenue y control de la respiración, fue todo máquinas pitando, ritmos cardiacos en caída libre, personal sanitario arremolinado y carrera en camilla a la sala de operaciones. Se acuerda de su marido, Patrick, sujetándole la mano con la cara pálida por el miedo. Lo que más recuerda, además de su pánico cuando se llevaron rápidamente a sus bebés a cuidados intensivos antes siquiera de que ella pudiera abrazarlas, son los temblores incontrolables y las náuseas tras el parto. Por suerte, las gemelas nacieron bien, sanas y con buen peso.

Le costó no sentirse una fracasada aquellos primeros días, luchando contra el insomnio, el dolor de la recuperación tras la cesárea y la frustración de tener que dar el pecho a dos bebés, al parecer, a todas horas... Aquellas primeras dos semanas después de que nacieran las gemelas fueron las más difíciles en la vida de Stephanie. Las bebés habían empezado enseguida a mamar bien, pero piensa a menudo en lo estresante que había sido la cesárea... para todos. «No siempre se puede elegir», se dice a sí misma. Lo importante es que ella y las niñas están sanas. Últimamente, Stephanie se sorprende de lo ingenua que era antes del parto. El control es una ilusión.

Luego, los cólicos... Las niñas no durmieron bien desde el principio, y después, más o menos cuando cumplieron las seis semanas, la cosa empeoró. Lloraban y se quejaban y no se dormían. Su pediatra, la doctora Prashad, le dijo que probablemente se les pasaría a las doce semanas. Eso fue hace más de un mes y nada había mejorado. Ahora, Stephanie y Patrick parecen estar funcionando por pura fuerza de voluntad. No han dormido bien desde el nacimiento de las gemelas. Los quejidos empiezan a primera hora de la noche y duran hasta, más o menos, la una o las dos de la madrugada. Después, se des

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