Asesinato de un culpable (Trilogía A ojos de nadie 2)

Paola Boutellier

Fragmento

Prólogo

Prólogo

Siempre he oído decir que, cuando ves tu vida llegar al final, todo se rebobina y va a cámara lenta, aunque en realidad va tan rápido que da vértigo. Pero tu cerebro crea una burbuja que te aísla por unos segundos para que puedas meterte dentro de esos recuerdos y los saborees antes de desaparecer.

Yo lo experimenté, y recordé a todas las personas que amaba a mi alrededor. Todo cuanto dejaba escapar si me iba. No quería esfumarme. No podía dejar a nadie. Así que no lo hice, sin embargo, para lograrlo tuve que agarrarme fuerte a mi cuerpo, con el fin de no volatilizarme, y perdí una parte de mí en el proceso.

¿Hubiese sido mejor descansar? ¿Gozar de esa calma en el vacío que hace que merezca la pena al lado de una lucha constante en vida?

No imaginaba que, durante los siguientes días, las pruebas que me lanzaron como dardos envenenados me pondrían en una encrucijada que me obligaría a replantearme mis principios: la familia, el trabajo...

Y el amor... ese sentimiento que me aterrorizaba y me hacía libre al mismo tiempo. Que me había salvado y a la vez me había consumido. Pero ¿acaso no era eso lo que debía hacer el amor? ¿Mantenerte en una constante montaña rusa de emociones? Antes habría respondido con un no rotundo, pero ahora no estaba tan segura. Desconocía lo que quería, pero sí sabía que anhelaba tenerlo cerca, aunque eso significara revivir lo que acababa de pasar de una manera constante, como un bucle en mi cabeza.

En ocasiones, la vida te pone a prueba para adiestrarte como a un cachorro revoltoso, simplemente para recordarte que ella es quien manda, que estás a su merced y bajo su beneplácito.

Ahora tendría que convivir con una incertidumbre y un pavor que me llegaba por las noches, entraba a hurtadillas por debajo de las sábanas acariciando las puntas de los dedos de mis pies y, subiendo poco a poco, recorriendo cada ápice de mí, culminaba en la nuca y hacía que se me erizase la piel. Un estrés postraumático del que no me avisaron, y que me reconcomía en mis pesadillas.

Nunca reconocería la congoja que me causaba pensar en el pasado. Recordar cómo había llegado a traspasar mis límites de una manera tan imperiosa. La inveterada positividad que había marcado mi carácter se largó sin previo aviso...

Me hubiese gustado decir que sobreviví indemne a las llamas. A él. A ellos. Pero no lo hice, y eso también estaba bien, porque ahora podía ver de lo que era capaz. Yo no era una heroína. No había llegado a salvarlo, ni siquiera a salvarme a mí misma.

Después de un buen rato en la cama dando vueltas sin cesar, comprendí lo insignificante que era todo lo que pasaba por mi mente.

La vida seguía y yo iba a continuar batallándola, aunque eso significara volverme a enfrentar a todo lo que me aterrorizaba.

Porque, a fin de cuentas, alguien estaba a punto de morir y todo iba a volver a empezar.

1. Mera

1

Mera

Octubre de 2019

El viento atizaba sin cesar los árboles que conformaban el espacio del cementerio en el que se encontraban. El ataúd, que empezaba a bajar lentamente por el agujero, la estremeció sin reparo. No era sino el aroma a tierra mojada y a angustia lo que embriagaba el ambiente.

¿Cómo habían llegado hasta allí otra vez? Sus pesadillas incluían siempre alguna muerte, y sin embargo la persona que ahora iba a adentrarse bajo tierra no entraba en la lista de Mera. La familia, apenada, lloraba y movía la cabeza de un lado a otro sin cesar. Como si durante todo el periodo anterior no hubiesen asimilado aún la muerte de aquel individuo.

Habían querido un funeral tradicional, negándose en rotundo a la incineración. El día, además, era propicio: treinta y uno de octubre, Halloween. El día más terrorífico del año enterrando a un muerto. De hecho, eso hacía que hubiera más gente rondando por las sepulturas. Para su sorpresa, numerosas personas iban a recordar y a llorar a sus seres queridos que hacía más o menos tiempo los habían dejado de un modo u otro. Asesinados o no, por supuesto. Creía que aquella práctica era más del uno de noviembre. Pero concluyó que llorar a los seres queridos no tenía un día concreto. No se fijaba en el calendario frívolamente... ¿o sí?

Pensó en sus padres, y en hacerles una visita justo después de que pasara aquella pantomima. Pues a eso era a lo que se reducía aquel circo que, más que de payasos, estaba lleno de gente excéntrica y maniática.

Ciertamente, no parecía que nadie apreciara de verdad a la persona a la que pertenecía aquel cuerpo inerte. Lo habían asesinado y, contra todo pronóstico, había ido a darle el último adiós mucha más gente de lo que había imaginado.

Harry la había advertido:

—El asesino estará allí —le explicó—, todos los criminales van. Necesitan comprobar si realmente su víctima está bajo tierra y, sobre todo, si nadie sospecha de ellos. Es de manual —le dijo Harry convencido—. Siempre vuelven.

Mera estaba absolutamente de acuerdo. Ni una sola persona de las que se encontraba allí de pie, estaba libre de sospecha en absoluto. Sus ojos se posaban lentamente en cada cara, en cada expresión. No podía evitar que en su mente se fuera dibujando un culpable tras otro...

Un escalofrío empezó a recorrerle el cuerpo; cada vez se sentía más diminuta allí, frente a la muchedumbre. Los cuervos empezaron a graznar con fuerza, presagiando que el asesino se encontraba entre ellos, sin duda alguna.

Por más que Mera intentara evitar la menor sospecha, todas las personas allí presentes, a las que conocía y quería, de algún modo podían haber cometido aquella atrocidad, sin excepción. Dudar de la gente que la rodeaba no resultaba agradable, ni para ella ni para Harry. Él parecía mucho más serio que de costumbre, concentrado en analizar con la mirada incluso la ropa de las personas que iban llegando. Sin embargo parecía sereno, como si tuviera la situación totalmente bajo control. Y si no era así, al menos sabía fingirlo a la perfección.

Ella se ajustó el audífono inconscientemente. Desde que lo utilizaba parecía haber adquirido un leve tic, y cuando estaba al borde del colapso, hacía el gesto de introducírselo aún más en la oreja, como si con ello tratara de solucionar el problema de audición que ahora convivía con ella con la es

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos