Tú eres el mal (Comisario Michele Balistreri 1)

Roberto Costantini

Fragmento

Índice

Índice

Cubierta

Tú eres el mal

Primera parte

Enero de 1982

Mayo de 1982

Domingo, 11 de julio de 1982

Lunes, 12 de julio de 1982

Viernes, 16 de julio de 1982

Sábado, 17 de julio de 1982

Domingo, 18 de julio de 1982

Lunes, 19 de julio de 1982

Martes, 20 de julio de 1982

Viernes, 23 de julio de 1982

Sábado, 24 de julio de 1982

Domingo, 25 de julio de 1982

Intermedio

Año 2005

23-24 de julio de 2005

Segunda parte

Jueves, 29 de diciembre de 2005

Viernes, 30 de diciembre de 2005

Sábado, 31 de diciembre de 2005

Domingo, 1 de enero de 2006

Lunes, 2 de enero de 2006

Martes, 3 de enero de 2006

Miércoles, 4 de enero de 2006

Intermedio

Jueves, 5 de enero de 2006

Martes, 10 de enero de 2006

Febrero – marzo de 2006

Primavera de 2006

Tercera parte

Domingo, 9 de julio de 2006

Lunes, 10 de julio de 2006

Martes, 11 de julio de 2006

Miércoles, 12 de julio de 2006

Jueves, 13 de julio de 2006

Viernes, 14 de julio de 2006

Sábado, 15 de julio de 2006

Domingo, 16 de julio de 2006

Jueves, 20 de julio de 2006

Viernes, 21 de julio de 2006

Sábado, 22 de julio de 2006

Domingo, 23 de julio de 2006

Noche del domingo 23 al lunes 24 de julio de 2006

Lunes, 24 de julio de 2006

Lunes, 31 de julio de 2006

Epílogo

Agradecimientos

Avance de Las raíces del mal

Prólogo

Viernes, 25 de mayo de 1962

Biografía

Créditos

A Lorenzo

Al pueblo libio

Se necesita luz para que cambie una creencia del alma, y la luz no puede venir, en modo alguno, de un castigo infligido al cuerpo.

J. LOCKE

9 de julio de 2006

El Hombre Invisible

Si la primera vez las cosas hubieran sido de otra manera, tal vez no habría matado a todas las demás. Al principio me lo preguntaba muchas veces. Después de tantos años ya ni siquiera sé a cuántas he matado, y la pregunta ha cambiado: ¿sería un ser mejor si solo la hubiera matado a ella, en un único momento de locura? Hoy ya no odio a las mujeres que mato, después de tantos años son solo muñecas de trapo. Odio, en cambio, a esos hombres sabios, a esos hombres que pontifican. Cada uno de ellos podría haberse encontrado en mi lugar aquella primera vez. De ellos, que han vivido sin remordimiento ni honor, es de quienes pienso ocuparme. De uno en especial.

9 de julio de 2006

La madre

Mientras el lateral izquierdo de la selección italiana tomaba carrerilla para lanzar el penalti decisivo de la final del mundial de fútbol 2006, Giovanna Sordi se levantó del sofá desvencijado del pisito donde había vivido durante cincuenta años. No tenía a nadie de quien despedirse: su marido, Amedeo, se había reunido con Elisa diez años antes. Desde entonces había ido todos los días a llevar flores a sus tumbas. Y si en todos aquellos años no había obtenido justicia, ahora, por fin, encontraría la verdad. Cruzó sin prisa el cuarto de estar del pisito. Pasó por delante de la puerta cerrada de la habitación en donde su sueño había nacido y se había desvanecido. Salió al balcón ajena al jolgorio vociferante de la gente asomada y de la multitud en la calle: ya sabía cómo hacerlo. Aterrizó en el adoquinado veinte metros más abajo mientras Italia entera estallaba en una alegría incontenible.

Primera parte

Primera parte

Enero de 1982

Enero de 1982

«Bote» fue la primera palabra que le oí decir a Angelo Dioguardi.

Había entrado en la habitación cargada de humo solo porque en ella estaba el mueble bar y quería rellenarme la copa con la botella de La

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