Las chicas de Chapel Croft

C.J. Tudor

Fragmento

Prólogo

Prólogo

«¿Qué clase de hombre soy?».

Era una pregunta que últimamente se había planteado muchas veces.

«Soy un ministro de Dios. Soy su siervo. Hago su voluntad».

Pero ¿era suficiente?

Se quedó mirando la casita encalada. El tejado de tejas rojas, las clemátides de llamativo color púrpura trepando por las paredes, bañadas por el atenuado resplandor del sol del final del verano. Los pájaros piaban en los árboles. Las abejas emitían su perezoso zumbido entre los arbustos.

«Aquí habita el mal. Aquí, en el más inocuo de los escenarios».

Subió despacio por el corto sendero. El miedo le atenazó el vientre. Era como un dolor físico, un calambre en las tripas. Levantó la mano hacia la puerta, pero se abrió antes de llamar.

—Ay, gracias a Dios. Gracias al cielo que ha venido.

La madre se dejó caer en la puerta. El pelo castaño y lacio se le pegaba al cráneo. Tenía los ojos inyectados en sangre y la piel, gris y arrugada.

«Esto es lo que pasa cuando Satán se introduce en tu casa».

Entró. La casa apestaba. A rancio, a suciedad. ¿Cómo había podido terminar así? Miró hacia lo alto de las escaleras. La oscuridad de arriba parecía cargada de malevolencia. Apoyó la mano en la barandilla. Sus piernas se negaban a moverse. Cerró los ojos con fuerza y respiró hondo.

—¿Padre?

«Soy un ministro de Dios».

—Dígame dónde está.

Empezó a subir. Arriba había solo tres puertas. Un niño con rostro inexpresivo y vestido con una camiseta y unos pantalones cortos llenos de manchas se asomaba desde una de ellas. Cuando la figura vestida de negro se fue acercando, el niño cerró la puerta.

Él abrió la que estaba al lado. Sintió el calor y el olor como una entidad física. Se puso una mano en la boca y aguantó una arcada.

La cama estaba manchada de sangre y fluidos corporales. Había cuerdas atadas a cada poste de la cama, pero colgaban sueltas. En medio del colchón, había un estuche grande de piel abierto. Unas fuertes tiras sujetaban su contenido: un pesado crucifijo, una Biblia, agua bendita y gasas.

Faltaban dos cosas. Estaban en el suelo. Un bisturí y un cuchillo largo de sierra. Los dos llenos de sangre. Como un manto oscuro de rubí, aún más sangre formaba un charco alrededor del cuerpo.

Tragó saliva, su boca seca como los campos en verano.

—Santo Dios, ¿qué ha pasado aquí?

—Se lo he dicho. Ya le he dicho que el diablo...

—¡Silencio!

Vio algo sobre la mesita de noche. Se acercó a ella. Una pequeña caja negra. Se quedó observándola un momento y, a continuación, se giró hacia la madre, que no había traspasado el umbral. La mujer retorcía las manos y le contemplaba con expresión de súplica.

—¿Qué vamos a hacer?

«Vamos». Porque esto también le concernía a él.

Volvió a mirar el cuerpo ensangrentado y mutilado en el suelo.

«¿Qué clase de hombre soy?».

—Traiga trapos y lejía. Ya.

WELDON HERALD, JUEVES,

24 DE MAYO DE 1990

NIÑAS DESAPARECIDAS

La policía ha solicitado ayuda en la búsqueda de dos adolescentes de Sussex que han desaparecido: Merry Lane y Joy Harris. Ambas, de quince años, pueden haberse fugado juntas. Joy fue vista por última vez en una parada de autobús de Henfield la noche del 12 de mayo. Merry desapareció de su casa de Chapel Croft una semana después, el 19 de mayo, tras dejar una nota.

La policía no considera sospechosa su desaparición, pero sí ha mostrado su preocupación por el bienestar de las niñas y ha hecho un llamamiento para que se pongan en contacto con sus familias.

«No os va a pasar nada. Están preocupados. Solo quieren saber que os encontráis bien y comunicaros que siempre podéis volver a casa».

Joy responde a la siguiente descripción: delgada, alrededor de un metro sesenta y cinco de altura, pelo largo y rubio claro y rasgos delicados. La última vez que fue vista llevaba una camiseta rosa, unos vaqueros lavados a la piedra y unas zapatillas de deporte Dunlop Green Flash.

Merry responde a la siguiente descripción: delgada, un metro setenta de altura, pelo corto y moreno. La última vez que la vieron vestía un jersey gris holgado, vaqueros y deportivas negras.

Se ruega a cualquiera que las haya visto que informe a la Policía de Weldon en el 01323 456723 o a la organización independiente sin ánimo de lucro Crimestoppers en el 0800 555 111.

Capítulo 1

1

—Es una desgracia.

El obispo John Durkin sonríe con benevolencia.

Tengo bastante claro que el obispo John Durkin lo hace todo con benevolencia, incluso cagar.

El obispo más joven que ha presidido la diócesis de North Notts es un orador experto, autor de varios documentos teológicos muy reconocidos y me sorprendería que no hubiese ya intentado, al menos, caminar sobre las aguas.

También es un gilipollas.

Lo sé yo. Lo saben sus compañeros. Lo saben sus colaboradores. En el fondo, creo que hasta él lo sabe.

Por desgracia, nadie va a decírselo. Desde luego, yo no. Hoy no. No mientras de sus manos suaves y bien arregladas dependan mi trabajo, mi casa y mi futuro.

—Algo como esto puede alterar la fe de la comunidad —continúa.

—No están alterados. Están furiosos y tristes. Pero no voy a permitir que esto eche a perder todo lo que hemos conseguido. No voy a desentenderme de ellos ahora, cuando más me necesitan.

—Pero ¿te necesitan? La asistencia ha disminuido. Han cancelado las clases. Me han dic

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