Índice
Cubierta
La tabla esmeralda
Prólogo
La carta de un nazi
Una chica corriente
Quiero que vengas conmigo a París
Soy el doctor Alain Arnoux
Un borroncillo de tinta
Abril, 1942
Tengo algo que puede interesarte
Mayo, 1942
Un detalle que llama la atención
Julio, 1942
No estoy capacitada para esto
Un hombre tremendamente atractivo y misterioso
Completando la biografía de Georg von Bergheim
Agosto, 1942
Septiembre, 1942
Un asunto turbio
El mal trago que me llevé
Noviembre, 1942
Diciembre, 1942
Enero, 1943
Sola no podía conseguirlo
Si me embarco, sólo me embarco contigo
Dormir con mi enemigo
Febrero, 1943
No quiero morir en un archivo polvoriento
PosenGeist
Febrero, 1943
Una noticia buena y otra mala
Febrero, 1943
La magia de la investigación
No se fíe de nadie
No, yo no era valiente
Si desea hacer un gran descubrimiento
Abril, 1943
A las puertas del infierno
Tengo que confiar en alguien
¿Qué vamos a hacer ahora, Konrad?
El objeto de su enfrentamiento
Abril, 1943
Éstas son las claves de Delmédigo
¿Por qué Von Bergheim buscó el cuadro en la colección Bauer?
Abril, 1943
Al grano, Camille
Mayo, 1943
La historia de Alain
Mayo, 1943
Otro robo más
Una maldita maraña de hilos
«I’m not in love»
Defunción de Eve Marie Bauer
Junio, 1943
La casa de Illkirch
Octubre, 1943
Todo empezó con dos noticias
Noviembre, 1943
Vais a matarle
Diciembre, 1943
Apaga tu móvil
Marzo, 1944
Mejor nos vamos a un hotel
Abril, 1944
Se oye todo por el tiro de la chimenea
¿Qué haremos cuando todo esto acabe?
Abril, 1944
Una vida sin Sarah
Abril, 1944
¿Ya no es tu investigación también?
Poner de nuevo todo en orden
De papel en papel
¿Quién vive ahora en la casa?
La estaba esperando
Ahora que ha llegado hasta aquí
Aquí empezó todo
Olvídese de la Tabla Esmeralda
Quería darte una sorpresa
Cada vez que leía una línea de aquella historia
La verdad es incómoda
Maldito Astrólogo
Bajo una nube negra
Debería preguntarle a Konrad Köller
Nunca sería un buen momento
Ha muerto
Epílogo. Cuatro meses después
Agradecimientos
Biografía
Créditos
Acerca de Random House Mondadori
A mis hijos, Gala, Martina, Luis y Nicolás.
A pesar de vosotros, pequeños ladrones del tiempo,
he terminado esta historia. Os quiero
A pesar de todo, sigo pensando que las personas tienen buen corazón
ANNE FRANK
Prólogo
Florencia,
9 de abril de 1492
Lorenzo de Médicis ha muerto.
No era este el único pensamiento que pasaba por la cabeza de Giorgio. Por su cabeza circulaba un torrente de ellos. Unas veces, corrían rápidos y fluidos como las nubes por el cielo; otras, se arremolinaban como los mendigos en la puerta de una iglesia. Pero lo que sí era cierto es que todos sus pensamientos empezaban y acababan en el mismo lugar: Lorenzo de Médicis ha muerto. Su cadáver aún estaba caliente. Su viuda, sus hijos y sus amigos aún le lloraban. Florencia entera aún estaba conmocionada.
Sin embargo, Giorgio no se sentía angustiado por Lorenzo de Médicis, su familia o Florencia, sino por él mismo y por su propio destino. Había permanecido toda la noche y todo el día encerrado en su taller; primero, paralizado por la impresión de la noticia; después, tratando de resolver su situación.
Sólo cuando el sol empezaba a ocultarse tras las colinas de la campiña toscana, decidió que lo mejor era regresar a Venecia, donde todo aquel asunto había empezado. Y se convenció de que debía hacerlo cuanto antes, aprovechando las sombras de la noche que se avecinaba. Con la precipitación de quien todo lo improvisa, se puso a recoger sus cosas, especialmente sus aparejos de pintura, pues apenas tenía otros bienes personales que empaquetar y, además, sus herramientas de trabajo —pinceles, paletas, lienzos, bastidores y decenas de compuestos que utilizaba para fabricar los óleos— eran sus enseres más preciados.
Al caer la noche, el taller ya estaba prácticamente vacío. Tan sólo quedaba, en una esquina bajo la ventana, allí donde mejor recibía la luz natural, un lienzo cubierto con un trapo sobre un caballete.
Giorgio se acercó hasta él todavía pensando en cómo lo transportaría. Lo descubrió lentamente y volvió a contemplarlo aunque de sobra sabía lo que iba a ver, es más, podía incluso vislumbrar lo que otros no verían: el resultado final de la obra tal y como la había imaginado. Aquel lienzo q