El hombre que mató a Antía Morgade (Inspectores Abad y Barroso 3)

Arantza Portabales

Fragmento

cap-1

El pasado

Hay días en que uno es infeliz, y otros en los que es plenamente consciente de su infelicidad. Estos últimos son los peores. Supongo que esta afirmación funciona también en sentido contrario. Si pienso en Xabi, Iago, Mónica, Eva y Lito me sucede justo eso: sé que hubo momentos en que fuimos muy felices, y otros en los que rozamos la desesperación. También creo que en aquellos años no fuimos conscientes de ninguno de esos sentimientos, o al menos ellos no lo fueron. Nos limitábamos a vivir, o más bien a sobrevivir, porque los chavales como nosotros estábamos acostumbrados a no pensar en el futuro. La vida era un videojuego y nos centrábamos en pasar al siguiente nivel, lamiéndonos las heridas y sin mirar demasiado hacia atrás.

Hasta que pasó aquello y ellos continuaron adelante, pero yo no. Supongo que para mí el futuro no es más que un suceso inevitable y el presente carece de atractivo cuando permites que lo devore el pasado.

Y ahora sucede. Ese pasado del que yo no me he podido despegar irrumpe en las vidas de todos nosotros, no porque queramos, sino porque Iago se ha empeñado en hacerlo.

Su mensaje tiene un punto impersonal. Imagino que ha mandado a todos el mismo.

«Hola. Estoy de vuelta. Bueno, supongo que ya lo habréis visto en los periódicos. Ja, ja, ja. Necesito veros. Han pasado más de veinte años. No os imagináis las ganas que tengo de este encuentro. Os puede parecer raro, pero si lo pensáis bien, fuisteis lo más parecido que tuve a una familia. Os he echado de menos».

No le falta razón. Fuimos una familia. Una familia feliz e infeliz sin conciencia de una cosa ni de la otra.

«Me muero de ganas de veros», añade.

Un enlace. Un restaurante: A Horta d’Obradoiro.

«El sábado 24 a las 9».

Puedo ver a los otros cuatro leyendo el mensaje mientas deciden si irán o no. Qué tontería. Claro que irán. Iremos. Nos sentaremos alrededor de una mesa y nos comportaremos como los seis chicos que compartían un piso en la zona vieja de Santiago. Intento adivinar cuánto queda del Carlos que conocieron. Me miro al espejo y creo que nada. Supongo que todos nosotros guardamos solo una pequeña parte de lo que fuimos. Somos como los árboles, y nuestros recuerdos son líneas concéntricas e indelebles; nunca desaparecerán. Recordamos haber olvidado el pasado, y ese pasado, lo que sucedió, lo que no debió suceder, será lo que nos empuje a esa mesa, a esa cena.

Estoy seguro de que todos estaremos allí.

Todos no. No puedo evitar pensar en Antía.

Ella no estará.

Porque del pasado se vuelve, pero de la muerte no.

cap-2

Ponferrada, 2021

Ana Barroso cerró la última caja y se dejó caer, agotada, en el suelo del comedor. La rodeaban casi tres decenas de cajas. Le parecía increíble la cantidad de pertenencias que había acumulado en los dos años que llevaba en ese apartamento.

Ponferrada había resultado un destino cómodo para sus intereses. En el saldo positivo de esta etapa estaban su amistad con la camarera del bar donde desayunaba todos los días, y una relación fría y muy impersonal con todos sus compañeros que le había enseñado a poner un punto de raciocinio a todas sus decisiones, a templar su impulsividad y a crecer profesionalmente. Tres casos muy complejos resueltos y dos cursos de criminología en la universidad a distancia. Una amistad, también a distancia, con Santi Abad.

En el saldo negativo, la separación de Martiño, una morriña infinita, ninguna relación sentimental seria, papeleo y burocracia a destajo; muchas jornadas de trabajo sin descanso para acumular sus días libres y poder volver a casa con frecuencia. Y una amistad a distancia con Santi Abad.

Esto último computaba a ambos lados de la balanza. Le gustaba ser amiga de Santi al tiempo que odiaba ser solo eso, aunque lo cierto era que por primera vez tenía claro qué lugar ocupaba en su vida. La distancia y el tiempo lo habían puesto todo en su sitio. Se había acostumbrado a hablar con él a diario. A compartir su día a día a través del móvil. Cada acontecimiento de sus vidas estaba en ese chat. El móvil le proporcionaba a Ana la distancia de seguridad física que, en el fondo, muy en el fondo, sabía que necesitaba para volver a relacionarse con él. Cuando comenzaron a salir, él se empeñaba en hablar a través del móvil y ella se había negado. Siempre le decía que no estaba dispuesta a mantener una relación telefónica.

Lo que ella no sabía entonces es que Santi no era capaz de asumir sus verdades cara a cara. Pero ahora era distinto, ahora era ella la que necesitaba alejarse, al menos físicamente. Había comprendido que necesitaba aprender a confiar en él y que no estaba preparada para hacerlo si lo tenía cerca. En el teléfono estaba el Santi del que se había enamorado. El introspectivo, el inteligente, el sarcástico, el sensible. El Santi con un sentido del deber y la justicia exacerbados. Le gustaba esta relación en la que le contaba su mal día en la comisaría, la alegría por un suficiente en ese examen de la carrera que apenas había tenido tiempo de estudiar o su frustración tras una discusión con Martiño. Sin embargo, sabía cuál era el precio que tenía que pagar: cada milímetro conquistado a esa amistad la alejaba de la posibilidad de recomponer lo que un día tuvieron. Además, Lorena era ya una parte importante de la vida de Santi. Daba igual. Era ella la que había tomado la decisión de alejarse y sabía que había sido una buena decisión.

Y ahora tocaba volver.

En su última visita a Galicia, había notado a Martiño distante. Ángela, la madre de Ana, estaba bastante desesperada. Una abuela no es una madre, y Martiño, aunque seguía siendo un buen estudiante, estaba en plena adolescencia y ponía continuamente a prueba su paciencia. Ana sabía que estaba pidiéndole demasiado a su madre. Ya no era la adolescente embarazada que necesitaba ayuda noche y día para criar a su hijo. El paréntesis en Ponferrada le había proporcionado la calma que necesitaba para afrontar su trabajo. Necesitaba alejarse de la comisaría de Santiago; ser la subinspectora Ana Barroso y no solo una parte de ese binomio que se diría indisoluble: Abad y Barroso. Santi y Ana. Ahora, por primera vez en meses, sentía que podía recuperar su vida.

La temida separación de Martiño no había sido tal. Habían pasado juntos en Ponferrada buena parte del curso escolar en 2020, pero en el último momento decidió que cursase tercero de la ESO en el instituto de Cacheiras. Ahora se arrepentía de esa decisión. No se lo había hecho pasar bien a Ángela. Por primera vez, el chico había suspendido una asignatura que tendría que recuperar en septiembre. Se pasaba los días en Los Tilos con su pandilla. Había dejado el fútbol y solo pensaba en salir, a pesar de las restricciones horarias y del control que su abuela se esforzaba por imponer. Las peleas y castigos eran el pan nuestro de cada día, y Ana estaba muy cansada de discutir a través de una pantalla. Su madre no le reprochaba nada, pero sabía que otro curso así sería insostenible, por lo que, a pesar de

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