1
El día de la nevada
La comisaria Ferrer está apoyada en una de sus librerías con un café en las manos. Observa con curiosidad el temporal a través de la ventana de su piso en Vielha, en la calle des Comets, a escasos veinte minutos andando de la comisaría en la que trabaja. A juzgar por los copos de nieve que ve caer sobre el asfalto, la borrasca de la que llevan varios días avisando en las noticias ya ha llegado.
Cuando hace dieciséis años la destinaron a esa zona llegó a un entendimiento con Carol, su mujer. Cuanto más cerca vivieran del trabajo, antes volvería a casa. Y eso, como es normal en un oficio como el suyo, terminó por convertirse en un regalo envenenado.
Esta mañana hace un frío increíble. Alicia siempre había pensado que soportaba bien las bajas temperaturas hasta que llegó a Vielha. Entonces comprendió lo que eran los grados bajo cero y las nieves eternas. En el fondo no le desagrada, aunque de primeras no había querido este destino. De hecho, fue una especie de castigo por parte de un superior con el que nunca llegó a entenderse por su, como él decía, «forma de vivir», a pesar de que lo que le jodía al tipo era a quién metía ella en su cama. Pero ¿quién no se ha topado con un capullo así en el trabajo?
Decidió tomarse el traslado más como una oportunidad que como un castigo. Lo habló con la que entonces era solo su pareja y ambas pusieron rumbo a una nueva aventura. Se adaptaron de maravilla al ambiente tranquilo de la zona y a vivir en una de las regiones más bonitas de la Península. Les encantaba el turismo activo, y era raro el fin de semana que no recorrían una ruta a pie para descubrir rincones ocultos de la comarca. Al menos hasta que nació la pequeña Ainhoa, que desde entonces se convirtió en el centro de la familia. Pasaban las horas aprovechando cada segundo que el trabajo les dejaba libres para disfrutar de esa nueva vida que habían creado gracias a un donante anónimo.
Ainhoa ha cumplido ya los doce años, y aunque cada vez queda más con sus amigas, han vuelto a organizar escapadas familiares para descubrir nuevos lugares. Este puente tienen pensado ir a Soria. Les pilla algo lejos, pero gracias a esos días extra tendrán tiempo de descansar y hacer que el viaje merezca la pena.
Alicia apura el café que le queda en la taza de cerámica que su hija le hizo en el colegio como regalo para el día de la Madre y se acerca a la cocina para dejarla en el fregadero. Hay un par de platos del día anterior, así que decide lavarlos para que no se queden sucios en la pila mientras estén fuera. Hecho esto, se dirige a la habitación en la que Carol y Ainhoa están preparando las maletas. Antes de entrar, su móvil comienza a sonar en la mesilla del dormitorio. Al ir a por él, ve que es el número de la Comisaría Superior Territorial. Por un segundo no sabe si cogerlo, pero termina contestando.
—Aquí Ferrer, ¿qué pasa? —Su tono denota la irritación que siente en este momento—. Espero que sea algo muy grave para molestarme en vacaciones.
Y sí, lo es. La aparición de un cuerpo en extrañas circunstancias en los alrededores de una de las instituciones de élite más prestigiosas de Europa es un asunto muy grave. Las vacaciones tendrán que esperar.
2
Cinco meses antes del día de la nevada
Los primeros rayos de sol despuntaban en el cielo y en mi habitación a partes iguales. La noche anterior me había parecido buena idea no cerrar las contraventanas antes de acostarme, pero, al igual que en las ocasiones anteriores, no había sido la mejor decisión. Un rayo de luz mañanero me impactó en la cara y atravesó mis párpados aún cerrados.
En ese instante comenzó a sonar el despertador y lo apagué de un manotazo para disfrutar de los últimos minutos en la cama, ya que durante los próximos meses no podría hacerlo. O al menos eso esperaba.
Los comienzos siempre son excitantes, pero cuando estás a punto de realizar las pruebas de acceso a una de las instituciones más elitistas del planeta, son la hostia. La academia Roca Negra, cerca de Baqueira, era mi próximo destino. La primera vez que oí ese nombre me quedé fascinada, y no paré hasta encontrar toda la información que había en internet sobre ella, aunque no era mucha, la verdad. Siempre he sido bastante consecuente con lo que me propongo y no suelo parar hasta conseguirlo. Y es que ¿quién no se habría quedado totalmente prendada de una escuela de esas características y en un paraje tan único? Tenía claro que lo primero que haría al llegar sería visitar esa enorme piedra que, de momento, solo había visto en fotos, ese increíble monolito volcánico que daba nombre a la academia y que aseguraba el éxito a aquellos que lo tocaban. Según antiguos alumnos, el aura que poseía era incluso tangible. Me moría de ganas de tocarlo y de que compartiera parte de su éxito conmigo. Aunque, claro, para eso primero debían admitirme.
El primer paso, conseguir una plaza para las pruebas de acceso presenciales, ya lo había dado. En efecto, el mero hecho de formar parte de los aspirantes era todo un logro. Había tenido que enviar mi expediente curricular con una media de sobresaliente, una carta de presentación en la que exponía por qué mi gran sueño era formar parte de la academia y cuáles eran mis ambiciones en la vida, y hasta una carta de recomendación de un exalumno del centro, un amigo de mi padre que fue quien me habló por primera vez de aquel exclusivo centro que preparaba a la élite del mañana. Cuando me llegó el e-mail invitándome a realizar los exámenes finales me di cuenta de que el acceso a la academia estaba envuelto por un secretismo sorprendente. No informaban de cuántas pruebas tendríamos que superar ni se decía en qué consistían. Solo indicaban el lugar y que no tenían que ver con conocimientos, pues ya los habíamos demostrado con el expediente y con unos test online en los que yo había obtenido la máxima calificación.
Por lo que indicaba la pantalla del iPhone, estaba a algo más de dieciséis horas de enfrentarme a la primera parte de ese extraño examen de admisión. No podía estar más emocionada; notaba miles de mariposas revoloteando en el estómago.
Desde que cumplí los doce años, mi cuarto había sido la buhardilla del chalet de tres plantas de mis padres. Por fuera no era muy ostentoso, pero por dentro no le faltaba detalle. Además, dos años antes me habían dejado rediseñar la habitación, así que por suerte en ese momento me sentía más representada con la pared de ladrillo visto y las otras pintadas de color verde. Siempre me había sentido más cómoda en la naturaleza, y ese color me ayudaba.
Me levanté de la cama decidida a dejar atrás mi cuarto e ir a la cocina en busca de algo que llevarme a la boca. Tenía mucha hambre y necesitaba desayunar. El folleto con información sobre la academia Roca Negra, que me mandaron vía e-mail con la invitación para las pruebas finales y que había impreso hacía unos días, descansaba pacientemente en el escritorio de madera de roble de mi habitación. Me sabía cada palabra al dedillo. En la foto de la primera página se veía la increíble estructura de cristal de la academia. Hacía que se me erizara todo el vello del cuerpo.
Bajé las escaleras con sigilo, de una en una, tomándome el tiempo necesario para asimilar que podía ser una de las últimas veces que iba a sentirme así, rodeada de esos muebles y en ese ambiente. Un ligero maullido me alertó de que, a pesar de haber bajado en silencio, no había sido suficiente para engañar a Cooper, nuestro gato siberiano. Como acostumbraba, se acercó a mis pies y estiró el cuerpo hasta convertirse en una especie de línea de pelo. No pude evitarlo: lo cogí y recibí su cariñoso abrazo.
Sin contar los maullidos de Cooper, la casa estaba totalmente en calma. Escasos diez pasos me separaban del final de las escaleras y la puerta de la cocina, un espacio de más de veinticinco metros cuadrados de estilo industrial, con acabados de metal gastado y paredes de ladrillos negros y grises alternados de dos a dos. Me acerqué a la encimera de mármol negro que se encontraba en el centro como isla; allí estaban las cápsulas de café. Tras un par de minutos revisando las opciones, dejé a un lado la caja y cogí la cafetera italiana. Siempre me ha gustado más el sabor de este tipo de café, aunque haya que esperar un rato.
Aproveché el tiempo para sumergirme en el móvil. Lo primero que hice fue desbloquear el fondo de pantalla, la imagen de una chica con un vestido de color borgoña que, en lugar de cabeza, tenía un montón de mariposas revoloteando alrededor. Era la mejor definición que podía dar de mí misma.
Mis redes sociales no estaban compuestas por una gran comunidad de personas, pero reflejaban mi personalidad, por eso mi cuenta de Instagram era privada y solo tenía cuarenta y nueve seguidores. Huelga decir que entre ellos no estaban mis padres. Gente de clase, algunos colegas de cuando veraneaba en Castro Caldelas —el pueblo de mi madre— y algún que otro chico que había conocido en los campamentos de verano. Nunca he sido el summum de la popularidad. Por suerte o por desgracia, mi ciudad era como un pueblo, y todos nos conocíamos. Además, podría decirse que mi padre, Jaime Castro, no tenía muy buena fama, lo que siempre me ha influido de forma colateral.
Un silbido agudo me sacó de mis pensamientos mientras leía una quote de una de mis series favoritas en un post de Instagram. Aparté la cafetera del fuego y la dejé reposar sobre un posavasos de cerámica con un mosaico de colores pastel mientras me acercaba a uno de los aparadores a por una taza donde servirme el café. Siempre había querido convertirme en el tipo de chica que tiene una taza favorita aesthetic hecha por sus mejores amigas en la que desayuna a diario antes de comenzar uno de sus perfectos días, pero ni tenía grupo de amigas ni mis días eran perfectos. Además, en ese chalet todo rezumaba una sobriedad en la que algo así no hubiera encajado. Cualquier objeto que interfiriera con el feng shui de la casa o que estuviera fuera de los cánones de decoración sucumbiría a la autoridad de mi madre.
El rugido de mis tripas me indicó que un café no sería suficiente para calmar el hambre. Me levanté para ir a otro de los aparadores para coger un par de rebanadas de pan que pensaba tostar. Mientras abría la nevera para sacar la mantequilla y la mermelada, unos pasos bajando las escaleras anunciaron la próxima aparición de mi madre.
—Hija, no esperaba encontrarte despierta. ¿Ya te estás preparando el desayuno? —A juzgar por el bote que pegó, juraría que le había dado un microinfarto.
El sigilo siempre ha sido uno de mis puntos fuertes.
—Sí, mamá, no podía dormir más y he decidido bajar a desayunar.
—Pues no, hija. Hoy es un gran día. Deja que me encargue yo, tú vete a duchar y a rematar la maleta.
—Mamá, no pasa nada, lo tengo todo preparado y revisado desde ayer. Puedo hacerme el… —Como era costumbre, mi frase no llegó a buen puerto.
—Leonor, sube a tu habitación y empieza a prepararte. En menos de una hora ponemos rumbo a Baqueira y debes tenerlo todo listo. Es tu gran día.
Sabía que había perdido la batalla, así que cerré la boca y subí a mi cuarto. Cada vez quedaba menos para ese posible golpe de suerte que tanto necesitaba.
El hotel que la academia Roca Negra había elegido para realizar las pruebas de acceso no era lo que imaginaba. Era grande, sí, pero no excesivamente moderno. Lo tacharía incluso de hortera. Parecía más una casa rural gigante que un hotel.
Mentiría si dijera que el viaje en coche fue corto. Ocho horas no se le hacen cortas a nadie, y menos con mis padres al volante. Por suerte, me quedé dormida escuchando el disco Red, de Taylor Swift, al poco de arrancar y no me desperté hasta que llegamos a nuestro destino, unas cuantas horas después y con un poco de tortícolis por una mala postura.
Me encontraba frente a una gran puerta que daba a lo que me habían descrito desde recepción como «una sala de congresos». Al cruzarla, tenía el doble de tamaño que había imaginado. Cientos de chicos y chicas de mi edad se repartían por allí. Estaban solos o hablando en grupo, mirando el móvil, con los auriculares puestos o con un libro en las manos. Algunos parecían más perdidos que yo, y eso era ya mucho decir.
Me dejé caer en una silla al fondo de la estancia para llamar la atención lo menos posible. Saqué el móvil para tomar alguna foto del momento que jamás volvería a ver ni subiría a ninguna red social, pero ¿lo habría vivido si no contaba con documentos gráficos que lo acreditasen?
Por suerte, al poco de abrir Twitter —porque me estaba impacientando—, dos mujeres jóvenes con un traje de color verde oscuro que acentuaba su figura subieron a la tarima que había al fondo de la sala. Una acercó la boca a un pequeño micrófono y comenzó a hablar:
—Hola, aspirantes. Mi nombre es María y ella es Lourdes. —Los chicos y chicas que seguían de pie tomaron asiento. Tras ellas, una gran pantalla mostraba el logo del centro—. Somos profesoras de la academia Roca Negra y este año seremos vuestras examinadoras. Mucha suerte a todos.
—Ha llegado la hora de descubrir la primera prueba a la que os enfrentaréis. —Lourdes se acercó al micrófono para tomar la palabra mientras sostenía un pequeño mando con dos botones en la mano derecha. Al pulsar el primero, la interfaz de la pantalla cambió hasta que aparecieron varios cuadrados con los distintos nombres de las pruebas. Al accionar el segundo, empezaron a iluminarse de forma alternativa durante unos segundos hasta que el haz de luz se detuvo en ENTREVISTA PERSONAL—. Ya lo tenemos. Os deseo mucha suerte.
La pantalla cambió una vez más. Aparecieron dos filas y, de forma ascendente y descendente, los nombres de los aspirantes comenzaron a moverse a gran velocidad. Lourdes pulsó por última vez uno de los botones y dos nombres se fijaron en la pantalla. Uno lo conocía de sobra y provocó que mi cuerpo empezara a temblar.
LEONOR CASTRO GALÁN.
Yo.
Mierda.
3
Desperté de sopetón de la pesadilla en la que estaba inmersa. Era algo que solía ocurrirme cuando tomaba melatonina. Además, por lo que había leído en Twitter, no era la única persona a la que le pasaba. Según el prospecto, te ayudaba a conciliar el sueño, pero ¿a qué precio?
Tenía las sábanas pegadas al cuerpo como si fueran una segunda piel, tanto por el calor del verano como por el terrible delirio del que acababa de despertar. Y si soy sincera, ya no recordaba ni lo que había pasado. Pero, bueno, siempre me han afectado mucho los sueños.
Me metí en la ducha para quitarme el embotamiento de la mañana y aproveché para pensar en todas las emociones que había sentido el día anterior. Me costaba creer que hubiera llegado hasta allí. Estaba acostumbrada a conseguirlo todo, pero más por influencia de mi familia que por méritos propios. Y haber pasado la primera prueba de acceso presencial de la academia Roca Negra era increíble.
Aún recordaba como mis piernas comenzaron a temblar nada más salir de la sala en la que la realicé. Al menos pude mantener el tipo mientras estuve dentro. El dolor de cabeza que me provocaron todas las preguntas de Lourdes se afincó en mi frente casi hasta que me acosté. Todo había empezado con una breve entrevista personal sobre cuestiones del pasado, mi procedencia o los estudios. Luego comenzaron a evaluarme como candidata: pruebas de lógica, razonamiento, memoria, analítica… Y lo peor fue que en ningún momento me dijo si mis respuestas eran correctas, solo asentía con la cabeza y pasaba a la siguiente, lo cual me fue causando más y más tensión.
En aquel instante, la alarma que marcó el fin de la prueba me sonó agridulce. Por una parte quería que terminara y, por otra, me aterraba no haber sido capaz de demostrar que me merecía una plaza en esa academia. Lourdes me había indicado que mandaría los resultados vía e-mail, así que no quise arriesgarme a recibir una negativa rodeada de gente que no conocía, por lo que me fui casi corriendo. Si me rechazaban, al menos quería contar con el cariño de mis padres.
Al salir de la ducha, me tomé unos minutos para mirarme al espejo. En función de lo que pasara esos días, quizá nunca más fuera la Leo que veía reflejada. En efecto, dos pruebas más por delante y podría cambiar de vida. Dos desafíos más y al fin habría una posibilidad de salir de ahí. No había nada que deseara más en el mundo.
La pantalla del móvil se iluminó y apareció un mensaje de mi madre avisándome de que me esperaban en el bufet. Me sequé rápidamente el cuerpo. El pelo me gustaba dejarlo al aire; al fin y al cabo, lo llevaba por debajo de los hombros y era una suerte tenerlo liso. Me puse el vestido con estampado floral que mi madre me había comprado para ese día. No habría sido mi primera opción, pero sabía que para ella era importante seguir presente en ese tipo de decisiones cotidianas. Ya quedaba menos para ser una Leonor libre. Saqué una diadema del bolso y me la puse para que el pelo no me cayera en la cara, como mi madre siempre me animaba a hacer.
Antes de salir del cuarto, me miré al espejo una vez más. Parecía una niña. ¡Necesitaba entrar en esa academia!
Cerré la habitación y vi que se abría la puerta de la derecha. Por lo que había oído esa noche, la persona que se alojaba allí no había estado sola. A juzgar por los gemidos, habían repasado más que apuntes. Una chica un poco más alta que yo y bastante más delgada cerró la puerta sin reparar en mí hasta que estuvimos a punto de chocar. Un aura de perfección rodeaba su atlético torso, cubierto por un crop top, una falda negra básica y una chaqueta vaquera fina encima. Seguro que solo era para matchear con el outfit, porque era innecesaria con ese calor.
—Perdona, no te había visto. También estás aquí por las pruebas de acceso, ¿verdad? Creo que tu cara me suena de ayer.
—Sí, me parece que te vi en la sala —mentí como una bellaca. No la recordaba. Los nervios del primer día me habían diluido la cara de los otros candidatos; solo mantenía en la memoria la de Lourdes y la de María, las encargadas de tirar los dados de mi futuro.
—Me llamo Alexia, encantada. Voy a bajar a desayunar con mis padres, pero luego si quieres podemos sentarnos juntas. Es muy triste no tener a nadie con quien hablar mientras esperas algo tan importarte.
—Soy Leonor. Y, claro, será un placer. Yo también bajo ahora a desayunar con mis padres, pero después podemos sentarnos juntas a sufrir en silencio. —La sonrisa de Alexia hizo que yo también me riera.
—Perfecto, luego te busco.
Y con las mismas se fue hacia el ascensor que yo también tenía que coger, pero esperé al siguiente. Hubiera sido demasiado incómodo volver a encontrarnos justo después de despedirnos.
El bufet del hotel estaba en la última planta, por lo que contaba con unas vistas espectaculares de las montañas que rodeaban Baqueira. En esa época del año, las pistas no tenían nieve, pero todo se veía precioso.
Mis padres habían elegido una pequeña mesa en la zona este. Cuando llegué, ya estaba llena de todo tipo de manjares y hasta había un café con leche que, a juzgar por el humo que se veía al trasluz, podrían haber traído del mismísimo infierno. Me conocían muy bien.
—Hola, hija. ¿Cómo has dormido?
—Muy bien, mamá. La verdad es que la cama es bastante cómoda. Eso sí, me costó conciliar el sueño, estaba un poco nerviosa.
—Lo harás genial, Leo. Llevas el éxito en los genes gracias a mí —dijo mi padre. Si buscas «humildad» en el diccionario, aparece un retrato suyo.
—Bueno, ya veremos. No quiero confiarme en exceso. A saber cuál es la próxima prueba.
—Sea lo que sea y salga lo que salga, estamos orgullosos de ti.
—Gracias, mamá.
Habría quedado más emotivo si no hubiera tenido medio cruasán untado de mantequilla en la boca. No me había dado cuenta del hambre que tenía hasta que vi toda aquella comida. Al cabo de unos minutos, después de levantarme a rellenar uno de los platos con huevos revueltos, mi madre miró el reloj.
—¡Pero mira qué hora es! Acelera, Leonor. Tienes que subir a lavarte los dientes y a prepararte. —Tras echar un vistazo al móvil, confirmé que quedaba algo más de una hora para que empezara la siguiente prueba.
—Mamá, no te preocupes, aún hay tiempo.
—Que no, cariño. Venga, acábate deprisa la comida y vamos para arriba. No quiero que llegues tarde.
Cuando mi madre se ponía así, la batalla estaba perdida, así que empecé a acelerar y a beberme el café, que aún estaba ardiendo, intentando no quemarme el esófago.
La segunda prueba iba a realizarse en una sala distinta, bastante más pequeña, dado que el número de alumnos que seguíamos optando a una plaza se había reducido. Los que faltaban estaba claro que no encajaban en los ideales de la escuela.
Al fondo había una especie de escenario con un atril y un pequeño micrófono. Contra la pared, como el día anterior, una pantalla en la que se proyectaba el logo de la academia: un copo de nieve atrapado en un cubo de cristal. Me tenía enamorada. En el lado contrario, donde estaba la puerta de entrada, había varias filas de sillas que no parecían muy cómodas ocupadas por diversos aspirantes, unos solos y otros en grupo. Algunos tenían el móvil en la mano y otros repasaban unos apuntes inútiles, dada la naturaleza de las pruebas.
Una vez más, la impresión que alguien tuviera sobre mí en una prueba aleatoria y para la que era casi imposible prepararse definiría mi futuro. De ser la mejor a no ser nadie; de estudiar en una de las mejores instituciones a acabar en una universidad de segunda en cuestión de minutos…
«Leonor, ¡para!», me advertí. No podía seguir boicoteándome. Por suerte, una voz extrañamente familiar me sacó de mis ensoñaciones.
—¡Leonor, estamos aquí! —Alexia estaba rodeada por varias chicas y un chico, y los ojos de todos se clavaron en mí al mismo tiempo. Perfecto, con lo bien que se me daban las primeras impresiones…—. Chicos, esta es Leonor, la he conocido antes del desayuno. Está en la habitación de al lado. La he invitado a estar con nosotros. Estos son Lucas, Amanda, Crystal y Harper.
—Encantada, chicos. Soy Leonor. Bueno, ya os lo ha dicho Alexia, pero lo repito por si las moscas. —Cuando me entraba la verborrea vergonzosa no podía parar.
—Qué mona. Oye, me encanta ese vestido, te queda muy bien.
Por la cara de Harper, no esperaba que fuera la primera en hacerme un comentario agradable, pero parecía que las primeras impresiones sorprendían de vez en cuando.
—Vaya, gracias. No estaba segura de si era una buena elección, pero me alegro de que te guste.
Noté que las mejillas se me empezaron a enrojecer e intenté calmarme, pero antes de cambiar de tema, Harper volvió a abrir la boca:
—Es un gesto precioso que tu madre siga eligiéndote la ropa, dice mucho de ella.
Crystal y Amanda intentaron ocultar una carcajada, y mis mejillas siguieron sonrojándose, pero en esa ocasión de rabia. Y una vez más, alguien volvió a hablar antes de que pudiera responder:
—Anda que vas tú guapa. —La cara de Harper al oír a Lucas fue todo un poema—. Paso de esta payasa, vamos a sentarnos en las sillas del fondo.
Solo Alexia y yo le hicimos caso, y las otras tres se quedaron mirando cómo nos alejábamos. Pero no pude disfrutar de la victoria por mucho tiempo, puesto que una voz sonó por los altavoces de la sala. Una mujer de mediana edad, con el pelo rubio y figura esbelta, subió al escenario y se colocó detrás del atril.
—Hola a todos. Me llamo Jimena Sorní, y desde hace quince años dirijo la academia Roca Negra. —Qué cándida, igual pensó que no habíamos pasado horas buscando información sobre ella en internet para ir bien preparados. Aunque, como en el caso del centro, la información sobre ella era bastante limitada—. No suelo acudir a las pruebas de acceso, pero algunos de vosotros deslumbrasteis a los examinadores y no he podido resistirme.
Tras esas palabras se generó un poco de revuelo, y un chico hasta se levantó a hacer una reverencia.
—La gente es ridícula —mascullé.
—Ese chico se llama Calvin, lo conocí ayer. Es bastante majo, la verdad. No te dejes llevar por esa faceta chulesca —dijo Alexia. A juzgar por su voz y por cómo lo miró, pensé que ese «lo conocí» se quedaba corto. Y si no era así, estaba claro que le tenía ganas—. La verdad es que me parece monísimo. Si entramos los dos, no descarto tirármelo.
Qué bien se me da calar a la gente.
—Me fío mucho de las primeras impresiones, y la de ese tío deja mucho que desear. —Lucas añadió esas últimas palabras antes de que Jimena retomara el discurso con unos golpes sutiles en el micrófono.
—Es el segundo día de las pruebas y, de todos los que estáis aquí —dijo antes de tomar un leve descanso para respirar—, solo algunos lograréis cruzar las puertas de nuestra prestigiosa academia y veréis cómo cambia vuestra vida para siempre. Mucha su