La ira (Un caso del fiscal Szacki 3)

Zygmunt Miloszewski

Fragmento

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Imaginaos a un niño que tuviera que esconderse de aquellos a quienes ama. Hace lo mismo que otros niños. Construye torres con piezas, entrechoca sus cochecitos, finge conversaciones entre los peluches y dibuja casas con soles sonrientes sobre ellas. Un niño es un niño. Pero el miedo hace que todo parezca diferente. Las torres nunca se derrumban. Los siniestros de tráfico son incidentes más que accidentes. Los peluches susurran entre sí. Y el agua del recipiente de las pinturas rápidamente se transforma en un barro color gris sucio. El niño tiene miedo de ir a cambiar el agua y al final todas las pinturas están manchadas de barro. Todas las nuevas casas, los soles sonrientes y los árboles tienen ese mismo color, un desagradable negro azulado.

Aquella tarde, el paisaje de Warmia era de ese color.

La luz de diciembre al atardecer no es capaz de extraer ningún color. El cielo, un arbolado, una casa junto al bosque y un cenagoso prado se diferencian tan solo por los matices del negro. Con el paso de los minutos se van fundiendo cada vez más, hasta que al final los diversos elementos se vuelven indistinguibles.

Un nocturno monocromo, vacío y gélido en extremo.

Quién diría que en este paisaje desolado, en el interior de una casa negra, hay dos personas vivas. Una de ellas apenas lo está ya; la otra, en cambio, vive de un modo tan intenso como agotador. Sudorosa, sofocada, aturdida por el zumbido de sus palpitaciones en los oídos, trata de superar el dolor de los músculos para acabar cuanto antes con el asunto.

Esta persona no puede evitar pensar que en las películas todo sucede de otra manera, y que tras los títulos de crédito se debería incluir una advertencia: «Señoras y señores, les advertimos que en la vida real cometer un asesinato exige una fuerza bestial, una buena coordinación motriz y, sobre todo, una condición física perfecta. No intenten hacerlo en casa».

La propia resistencia de la víctima constituye toda una proeza. Su cuerpo se defiende de la muerte como puede. No es una lucha, se trata más bien de algo a medio camino entre los espasmos y el ataque epiléptico. Todos los músculos se tensan, pero no como se describe en las novelas, afirmando que la víctima se debilita. Cuanto más cerca se encuentra el final, más empeño ponen las células musculares en tratar de aprovechar los restos de oxígeno para liberar el cuerpo.

Lo cual significa que es preciso evitar que consiga ese oxígeno, porque de no ser así todo vuelve a empezar. Lo cual significa que no solo se debe sujetar a la víctima para que no se escape; además, hay que estrangularla. Y esperar a que el siguiente pataleo sea el último, a que no tenga fuerzas para ninguno más.

Por otro lado, la víctima parece tener una reserva ilimitada de fuerzas, mientras que al asesino le ocurre al contrario. Un dolor agudo surge en los músculos sobrecargados de sus brazos, sus dedos se entumecen y empiezan a dejar de responderle, ve cómo poco a poco, milímetro a milímetro, se van escurriendo del cuello sudoroso.

Piensa que no lo va a conseguir. Y en ese momento, de forma inesperada, el cuerpo que sujeta con sus manos queda inmóvil. Los ojos de la víctima se convierten en los de un cadáver. Ha visto muchos así durante su vida para no reconocerlos.

Aun así, no es capaz de apartar las manos y, por unos minutos, sigue ahogando el cadáver con todas sus fuerzas. Comprende que se ha dejado llevar por la histeria; a pesar de ello, aprieta más y más con las manos, sin importarle el dolor que siente en los brazos. De pronto, la laringe se hunde bajo sus pulgares. Asustado, relaja sus miembros.

Se levanta y mira el cadáver que yace a sus pies. Pasan los segundos; después, los minutos. Cuanto más tiempo permanece allí de pie, más le cuesta moverse. Al final se obliga a coger el abrigo, que cuelga del respaldo de una silla, y se lo echa sobre los hombros. Se repite a sí mismo que si no se pone en marcha lo antes posible, muy pronto su cadáver se unirá al de la persona que está tirada en el suelo. Le extraña que no haya sucedido todavía.

Aunque, por otro lado, piensa el fiscal Teodor Szacki: ¿no es eso lo que más deseo en este momento?

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Antes

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Capítulo primero

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Lunes, 25 de noviembre de 2013

Los científicos tratan de demostrar que se puede eliminar por completo el cromosoma Y (masculino) en ratones sin que afecte a su capacidad para procrear; un mundo sin hombres empieza a parecer técnicamente posible. La atención internacional se centra en Ucrania, cuyas autoridades han anunciado que no van a firmar ningún acuerdo de asociación con la Unión Europea; en Kiev, cien mil personas se echan a la calle. Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer; las estadísticas dicen que el 60 por ciento de los polacos conoce al menos una familia en la que la mujer es víctima de la violencia y el 45 por ciento vive o ha vivido en una familia en la que ha habido este tipo de violencia; el 19 por ciento opina que no existe la violación dentro del matrimonio y el 11 por ciento piensa que golpear a la esposa o a la pareja no constituye un acto de violencia. Durante los desplazamientos de prueba, el Pendolino bate el récord polaco de velocidad en trenes al alcanzar los 293 km/h. Cracovia, la tercera ciudad más contaminada de Europa, prohíbe el consumo de carbón. Los ciudadanos de Olsztyn expresan su parecer acerca de lo que más necesita la ciudad: carriles bici, un pabellón de deportes y un festival importante, además de nuevas carreteras con las que superar la plaga de los atascos; sorprende el poco interés despertado por la nueva red de tranvías, el proyecto estrella de las inversiones municipales; el teniente de alcalde lo explica así: «Me parece que mucha gente hace demasiado tiempo que no se sube a un tranvía actual». En la región de Warmia el otoño continúa, el ambiente es gris y desapacible, y, a pesar de lo que marque el termómetro, lo único que todo el mundo nota es que hace un frío terrible; hay niebla en el aire y la llovizna se congela en las calles.

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1.

El fiscal Teodor Szacki opi

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