Posesión

Stephen King

Fragmento

Nota del editor

NOTA DEL EDITOR

Antes de morir de cáncer a finales de 1985, Richard Bachman publicó cinco novelas. En 1994, durante los preparativos de una mudanza, la viuda del autor encontró en el sótano una caja llena de manuscritos en distintos estadios de elaboración. Los más incompletos estaban escritos a mano en los cuadernos para taquigrafía que solía usar Bachman. El más completo era el de la novela que publicamos a continuación. Estaba en un archivador cerrado con bandas elásticas, como si Bachman se hubiese propuesto enviarlo a su editor después de una revisión final.

La viuda de Bachman me pidió que le echara un vistazo y a mí me pareció que estaba al nivel de sus obras anteriores. Me he permitido hacer algunos cambios, casi todos para actualizarlo (por ejemplo, sustituir a Rob Lowe por Ethan Hawke en el primer capítulo), pero en líneas generales lo he dejado tal cual. La publicación de esta obra (aprobada por la viuda del autor) viene a coronar una carrera peculiar, aunque no desprovista de interés.

Deseo agradecer a Claudia Eschelman (antes Claudia Bachman); a Douglas Winter, especialista en Bachman; a Elaine Koster, de la biblioteca New American, y a Carolyn Stromberg, que editó las primeras novelas de Bachman y confirmó la autoría de ésta.

La viuda de Bachman dice no tener conocimiento de que su esposo visitara Ohio, «aunque podría haberlo sobrevolado un par de veces». Tampoco sabe cuándo escribió esta novela, aunque sospecha que debe de haberlo hecho por las noches. Richard Bachman sufría de insomnio crónico.

CHARLES VERRILL

Nueva York

Postal enviada por William Garin…

Postal enviada por William Garin a su hermana, Audrey Wyler.

Capítulo 1

I

Calle Poplar/15 de julio de 1996/15.45 h

El verano ha llegado.

No es un verano cualquiera, sino un verano apoteósico, el no-va-más del verano. El verdísimo verano de Ohio, maravilloso en julio, con el sol blanco resplandeciente en un fantástico cielo azul tejano desteñido, el alboroto de los niños que corren de un extremo al otro del bosque situado en lo alto de la cuesta de la calle Bear, el golpeteo de los bates de béisbol en el campo de juegos, más allá del bosque, el ruido de los patines sobre las aceras de asfalto y las suaves piedras de macadam de la calle Poplar, el sonido de las radios –uno de los excepcionales partidos de los Indians de Cleveland compitiendo con Tina Turner cantando a voz en cuello Nutbush City Limits, esa que dice: «Veinticinco es el límite de velocidad, no se admiten motos»; y rodeándolo todo, como un ribete sonoro de puntilla, el sereno y suave ronroneo de los aspersores de riego.

El verano en Wentworth, Ohio, es cosa de no creer. Aquí, en la calle Poplar, llega directamente al centro de aquel mítico aunque descolorido sueño americano, con el olor a hot dogs en el aire y restos de los cohetes del 4 de Julio todavía en las bocas de alcantarillas. Ha sido un mes caluroso, perfecto, bendito, maravilloso, el súmmun de los julios –nadie lo duda–, pero si queréis saber la verdad, también ha sido un julio seco, sin más agua que la de las mangueras usadas para limpiar los restos de los farolillos de papel. Hoy parece que van a cambiar las cosas, pues de vez en cuando se oyen truenos hacia el oeste, y los que miran el canal meteorológico (como imaginaréis, en la calle Poplar hay muchos abonados a la televisión por cable) saben que se aproxima una tormenta eléctrica. Quizá incluso un tornado, aunque eso es menos probable.

Mientras tanto, todo son jugosas sandías, refrescos y pelotas mal bateadas; el verano que uno siempre ha deseado y más, aquí en medio de Estados Unidos de América; una vida de ensueño con Chevrolets aparcados frente a las casas y el refrigerador surtido de bistecs que esperan a la noche, cuando los pondrán sobre la parrilla de la barbacoa en el jardín (¿habrá pastel de manzana para terminar?, ¿vosotros qué creéis?). Es la tierra del césped verde y los cuidados macizos de flores; el reino de Ohio, donde los niños llevan gorras con la visera hacia atrás, camisetas sin mangas sobre holgados bermudas y enormes y toscas zapatillas que, indefectiblemente, zumban como las auténticas Nike.

De un extremo a otro de Poplar –entre las calles Bear, en lo alto de la cuesta, y Hyacinth, abajo– hay once casas y una tienda. La tienda es la típica americana, donde uno puede comprar tabaco de todas las marcas, caramelos de un centavo (aunque en la actualidad casi todos cuestan cinco), provisiones para la barbacoa (platos de cartón tenedores de plástico cortezas de trigo helado ketchup mostaza), helados y una amplia variedad de refrescos elaborados con las mejores materias primas del mundo. En el EZ Stop hasta es posible encontrar el Penthouse, aunque hay que pedírselo a la dependi

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