Traición en Lisson Grove (Inspector Thomas Pitt 26)

Anne Perry

Fragmento

1

—¡Es él! —gritó Gower por encima del ruido del tráfico. Pitt se volvió sobre sus talones justo a tiempo de ver una silueta que se escabullía a toda velocidad entre la parte trasera de un coche de punto y los caballos de la carreta de un cervecero. Gower desapareció tras él, librándose de ser arrollado por solo unos centímetros.

Pitt se precipitó a la calle, giró bruscamente para evitar un cupé y se detuvo de manera abrupta para dejar pasar otro coche de punto. Cuando llegó a la otra acera, Gower se encontraba a unos veinte metros y Pitt solo logró distinguir su mata de pelo al viento. El hombre al que perseguía había desaparecido. Abriéndose paso entre oficinistas vestidos con traje de raya diplomática, paseantes sin prisa y alguna que otra mujer con faldas largas que había salido a comprar temprano y se interponía en su camino, Pitt acortó la distancia hasta situarse a menos de doce metros por detrás de Gower. Alcanzó a ver al hombre que huía: tenía el pelo de un intenso rojizo anaranjado y llevaba una chaqueta verde. A continuación se esfumó, y Gower se volvió con la mano derecha alzada durante un momento en señal de advertencia antes de desaparecer por un callejón.

Pitt lo siguió entre las sombras, y sus ojos tardaron un par de segundos en adaptarse a la falta de luz. El callejón era largo y estrecho, y se extendía a lo largo de cien metros, tras una curva pronunciada. La penumbra se debía a los aleros que sobresalían de los edificios y a la húmeda oscuridad de los ladrillos, con largos chorreones de mugre que brotaban de los canalones rotos. La gente se apiñaba en los portales; otras personas avan zaban lentamente, cojeando o tambaleándose bajo el peso de rollos de tela, barriles y sacos abultados.

Gower seguía por delante, y daba la impresión de conocer bien el camino. Pitt esquivó a una mujer rechoncha cargada con una bandeja de cerillas para vender, e intentó alcanzarlo. Gower era más joven y, aunque no tenía las piernas muy largas, estaba más acostumbrado que él a esa clase de situaciones. Sin embargo, era la experiencia de Pitt en la Policía Metropolitana antes de incorporarse a la Brigada Especial la que los había puesto sobre la pista de West, el hombre al que ahora perseguían.

Pitt chocó con una anciana y se disculpó antes de reanudar la carrera. Ya habían tomado la curva, y Pitt se fijó en el pelo rojizo de West: se dirigía hacia la abertura que daba a la calle principal, a unos cuarenta metros de distancia. Pitt sabía que debían atraparlo antes de que la multitud lo engullera.

Gower estaba a punto de alcanzarlo. Alargó un brazo para agarrar a West, pero en ese instante el hombre se hizo a un lado y Gower tropezó, con lo que salió disparado hacia la pared y perdió momentáneamente el equilibrio. Dobló el cuerpo mientras jadeaba para recuperar el aliento.

Pitt alargó la zancada y alcanzó a West justo cuando llegaba a High Street, donde se abrió paso a empujones entre un grupo de gente y desapareció.

Pitt lo persiguió, y un momento después divisó un destello de luz en su pelo casi en el siguiente cruce de calles. Aceleró el paso mientras chocaba con los viandantes y los apartaba a codazos. Tenía que atraparlo. West disponía de información que podía resultar vital. Al fin y al cabo, la oleada de disturbios estaba aumentando rápidamente por toda Europa y era cada vez más violenta. Eran muchas las personas que, en nombre de la reforma, estaban intentando derrocar el sistema de gobierno e imponer una anar quía en la que imaginaban encontrar cierta igualdad de justicia. Algunos se contentaban con la oratoria sangrienta; otros preferían la dinamita, incluso las balas.

La Brigada Especial estaba al corriente de una conspiración en marcha, pero aún no conocía a los dirigentes que había detrás ni, lo que era todavía más urgente, el blanco de su violencia. West podía proporcionarles tal información, a riesgo de perder la vida si se descubría la traición.

¿Dónde diablos estaba Gower? Pitt se volvió sobre sus talones para tratar de localizarlo. No lograba distinguirlo en ese mar de cabezas inclinadas, bombines, gorras y bonetes. No había tiempo de continuar buscando. ¿Era posible que siguiera en el ca llejón? ¿Qué le pasaba a ese hombre? No tenía muchos más de treinta años. ¿Acaso no solo había perdido el equilibrio? ¿Estaría herido?

West seguía adelante, buscando un hueco entre el tráfico para cruzar de nuevo al otro lado. Tres coches de punto pasaron casi pegados. Un carro de cuatro caballos avanzó traqueteando en dirección contraria. Pitt esperó enfadado en el borde de la acera. De bajar en ese momento a la calzada solo conseguiría que lo atropellaran.

A continuación pasó un ómnibus tirado por caballos, y tras él dos carretas cargadas de mercancía. Más carros y carromatos cruzaron en la dirección opuesta. Pitt había perdido de vista a West, y Gower parecía haberse esfumado.

Se produjo un breve atasco en el tráfico y Pitt aprovechó para cruzar la calle a toda velocidad. Avanzando en zigzag junto a los cocheros, estuvo a punto de ser alcanzado por el látigo de un carruaje largo y serpenteante. Alguien le gritó, pero no le prestó atención. Llegó a la otra acera y vio a West durante un segundo, justo cuando doblaba una esquina y se adentraba en otro callejón.

Pitt corrió tras él, pero al llegar allí, West había desaparecido. —¿Ha visto a un hombre pelirrojo? —preguntó Pitt a un vendedor que sostenía una bandeja de sándwiches—. ¿Por dónde ha ido?

—¿Quiere un sándwich? —dijo el hombre con los ojos muy abiertos—. Son muy buenos. Recién hechos de esta mañana.

Pitt hurgó desesperadamente en un bolsillo; encontró un trozo de cordel, lacre, una navaja y varias monedas. Dio al hombre una de tres peniques y aceptó un sándwich. Parecía tierno y fresco, aunque en ese momento poco le importaba.

—¿Por dónde? —preguntó con brusquedad.
—Por allí. —El hombre señaló la zona de sombras profundas del callejón.

Pitt echó a correr de nuevo entre los montones de basura. Una rata pasó rozándole un pie, y Pitt estuvo a punto de caer sobre la silueta de un borracho que sobresalía de un portal. Alguien intentó darle un puñetazo que esquivó haciéndose a un lado, con lo que perdió el equilibrio durante un segundo, y fue entonces cuando vio a West aún por delante de él.

West volvió a desaparecer. Pitt no tenía la menor idea sobre qué camino había tomado. Comprobó un patio ciego tras otro. Transcurrió un momento de tiempo perdido que se le hizo interminable, hasta que Gower surgió por una de las callejuelas laterales.

—¡Pitt! —Gower lo agarró del brazo—. ¡Por aquí! ¡Deprisa! —El hombre le hundió los dedos con fuerza, y el dolor repentino dejó a Pitt sin respiración.

Echaron a correr juntos, Pitt sobre la acera irregular junto a los oscuros muros y Gower por la calzada, levantando con las botas salpicaduras de agua sucia. Tras varias zancadas doblaron la esquina hacia la entrada abierta de una fábrica de ladrillos y vieron a un hombre agachado sobre un bulto en el suelo.

Gower soltó un grito de furia y salió disparado hacia delante, cruzándose frente a Pitt con tanto brío que le hizo perder el equilibrio. Ambos cayeron pesadamente. Pitt se incorporó a tiempo de ver a la figura agachada volverse un instante y acto seguido levantarse con precipitación y salir corriendo como si le fuera la vida en ello.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó Gower, horrorizado, ahora también él en pie—. ¡A por él! ¡Sé quién es!

Pitt se quedó mirando el bulto en el suelo: la chaqueta verde y el pelo rojizo encendido de W

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